Se viene hablando mucho del «Quinto Centenario» del mutuo encuentro con ese continente que luego llamaron América.

Las diversas ideologías, tantas veces enfrentadas entre sí, al igual que las múltiples políticas con variopintos intereses contrapuestos, quieren manipular esta conmemoración, desde sus puntos de vista y conveniencias.

Se comprende. Estamos en un mundo de rivalidades y luchas y por ello esos forcejeos son incluso previsibles. Pero ese histórico hito creo que es –por encima de las discusiones con los italianos sobre Colón, glorias ibéricas o lamentos y virtudes indigenistas– una gran fiesta de la Humanidad toda.

Los viajes del descubridor abrieron pronto el rumbo para que Juan Sebastián Elcano dejara bien demostrado que la Tierra era redonda. Una bola girando alrededor del sol. Atrás quedaba el lóbrego misterio de esos océanos que tanto europeos como americanos desconocían sus límites. Se desvanecía lo ignoto de donde se asentaba la Tierra concebida como una gigantesca plataforma, y el mismo fondo de los mares. Acabóse el mítico geocentrismo. La humanidad se abría a la comprensión científica de nuestra casa común. Se realizó, al fin, la praxis de la profética revolución copernicana.  Fue un hallazgo definitivo que a todos concierne. Y que tomó, incluso, lo más profundo de la identidad del hombre y nuestras concepciones del universo.

Todo esto puede decirse tanto para los afroasiáticos y europeos, como para los aborígenes de ese continente tan dilatado al que ellos no le habían puesto un nombre.

Este hemimilenario es, y debe ser, más allá de portugueses y españoles, incas, aztecas y tantos otros grupos étnicos de América, una gran fiesta de todos, por haberse aclarado rotundamente nuestra entrañable individualidad planetaria.

¡Qué más queríamos hoy que saber con igual certeza donde se sustenta el universo, si es plano o curvo, conocer sus límites, esos que no alcanza a ver, sino todo lo contrario, el potente y extraterrestre telescopio Hubbor! Ni podemos demostrar si es o no infinito…

Al menos, en cambio, desde hace quinientos años tenemos la certeza de cómo es la Tierra en donde nos asentamos.

Démonos, pues, todos con alegría las manos, y dejémonos acuciar por el mundial sentimiento ecológico de conservar y embellecer este planeta nuestro tan hermoso.

Y expectantes, pacientes pero trabajando con todas las fuerzas, tratemos de alcanzar dentro de otros quinientos años o mil -¡quién sabe!- certezas parecidas respecto al Universo a las que lograron con respecto a la Tierra, aquellos navegantes intrépidos para gloria de todos los pueblos, razas, naciones.

Alfredo Rubio de Castarlenas

Publicado en:
La Vanguardia, junio de 1990
El Excelsior de México, junio de 1990
El Listin Diario de Santo Domingo, junio de 1991
Revista RE en castellano Nº 25

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