Mt 28, 8 – 15

Acaba de decir Él (subrayando “decir a los apóstoles, a los discípulos”) que vayan a Galilea y allí le verán. Era en Galilea donde Él había convivido con sus discípulos largas horas yéndose a los campos, huyendo de la gente, refugiándose en los bosques, para pasar tiempo, días, noches charlando con ellos, aleccionándolos y transmitiéndoles todo lo que tenía que decirles. Después los Evangelios nos lo resume en breve frases, como la de la última Cena: amaos los unos a los otros.
Cuántas clases habría dado Jesús allí, en la soledad de los campos, sobre esta frase. Es como si nos pusieran los Evangelios en el programa de una asignatura pero esta la ha ido desarrollando Jesús a lo largo de tres años a sus discípulos en esa cátedra que Él tenía en los campos. Era momento de gozo, de alegría, de proyectos, de vivir hermanados, de vivir felizmente queriéndose de verdad. Eran felices. La Galilea era para ellos el paraíso en la tierra, era ya el Reino de los Cielos en medio del mundo.

Y cuando Jesús, a las mujeres convertidas en embajadoras de la buena noticia, les manifiesta nada menos que ha resucitado y les manda a transmitir esto a sus discípulos, los discípulos entendieron.

Era una Resurrección no para condenar a la gente; no, era para tener más misericordia, para derramar más amor, para aprender a amar más y mejor al mundo entero. Era invitarles a estar felices en un Reino de Dios mucho más luminoso y mucho más enraizado e implantado en el mundo. Para siempre, sin que nadie pudiera vencerlo jamás. Id a Galilea, allá en el mar.

Los cristianos, nosotros, de acuerdo con ese tímido lunes de Pascua, que también es fiesta en muchos sitios, salen al campo, salimos a merendar. Hoy hemos estado allá en el Santuario de las Avellanas, ¡cuántas familias estaban allá por el campo que, sin saberlo de manera clara, intuyéndolo, buscaban su Galilea! Nosotros, nos reunimos precisamente en estas fechas, en unos lugares apacibles en contacto con la naturaleza, con esas flores que empiezan ahora en primavera, ¡qué hermoso! Estamos así alejados del bullicio y alegres de estar juntos. Así es como también buscamos nosotros, discípulos de Cristo, nuestra Galilea, nuestro encuentro con el Señor, pacífico, sin miedo, como ellos.

Alfredo Rubio de Castarlenas

Homilía del lunes 8 de abril de 1985, en Os de Balaguer, Lérida.
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra

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