Cuántas y cuántas veces he pensado
en ti, mi buena muerte
cuántas y cuántas noches
he deseado
sentirte cerca
y poder abrazarte
y mirarte a los ojos
como a una antigua y bien querida amiga.
Sí; desde aquel momento
–casual, irrepetible–
en que fui yo engendrada
naciste tú
hermana gemela de mi vida.
Y me has acompañado
creciendo discreta y silenciosa
siempre allá, en el fondo
de mí nuevas, rosadas, experiencias.
Fiel y segura.
¡Oh entrañable amiga
hermana muerte!
Algún instante
en que el dolor
o un bofetón de desprecio
enfermedad o mi vejez jugosa
me impulsen a caer despacio
por el brocal interno de mi ser
estallarás
como una flor en plenitud
desde mi entraña.
Y tú
me llevarás
con otros muchos como yo,
al beso sin tiempo, definitivo,
gozoso del Amado
esperado larga y ansiosamente
¡al beso de Jesús!
Alfredo Rubio de Castarlenas