Querría ser un poco ciego
para no ver tanto montón
de cosas y de gentes,
que me impiden pensar.
Querría ser un poco opaco a los sonidos
para no oír tantas palabras repetidas,
vacías de sentido, hojas muertas.
Y así poder decir algunas sílabas
como cerezas frescas de ácido dulzor.
Querría ser un poco ciego, un poco sordo,
para ver más la hondura,
oír más distintamente
–traspasado el telón de luces y ruidos–,
el alma de los otros que me miran.
Y si un día soy ciego ya del todo
y nada oigo
venido de allá fuera,
quizás ese día que acaso
parezca triste
encuentre en la Plaza Mayor
del Pueblo de mí mismo,
ese anhelado paseante
que todo el mundo busca,
llamado Dios.
A Lola Cabrera, cordialmente. En toda fecha, a Tante.
Alfredo Rubio de Castarlenas