(Jn 16, 23b – 28)

Hoy sábado, entre Ascensión y Pentecostés, estamos dentro de unos días verdaderamente privilegiados dentro de la liturgia. Porque cuando pasó la Ascensión de Jesús, los apóstoles -que no sabían lo que tenían que hacer- recibieron esta inspiración: -¿Qué hacéis aquí? Jesús se ha ido al Padre; id a Jerusalén, id al cenáculo; estaos allí, rezad, meditad, repasad todas las enseñanzas que Cristo os ha dado y esperad el Espíritu Santo.

Son los días -litúrgicamente- más adecuados para hacer los cristianos también un paréntesis espiritual, unos ejercicios durante estos días y meditar. Precisamente por eso se han puesto estos días durante los cuales,  los que puedan, se reúnan para estar juntos, meditar y pensar esperando esta venida misteriosa del Espíritu Santo. Que no es que éste vuelva sino que ya vino una vez para siempre en aquel Pentecostés de los apóstoles; lo que pasa es que como estamos más lejos, las ondas que produce tardan más en llegar. Así como una piedra en el lago produce círculos, cuanto más lejos, más tarda hasta que llega a la orilla. Nosotros estamos a dos mil años; tarda dos mil años en llegar cada vuelta con una nueva onda circular. El Espíritu Santo llega cada año a nuestro corazón también en este tiempo de una manera misteriosa, litúrgica, que es significativa y real, como es real la presencia de Jesús en la Eucaristía. 

Aquí estamos reunidos en este cenáculo unos cuantos. ¿Qué podíamos pensar, meditar hoy? Lo mejor es aprovechar el Evangelio que hemos leído. ¿Y que dice? Dice esta bella frase: -”Os digo con toda verdad”. 

Ciertamente Jesús siempre hablaba en verdad y decir: -¿Quien me puede a mí acusar de mentira? Cuando él todavía lo remarca más, es que debe de ser una verdad importante. ¿Y qué es lo que les dice? : -”Mi Padre os concederá todo eso que le pidáis si lo hacéis en mi nombre”. ¿Qué quiere decir pedir en su nombre? No basta decir: – Mira, Dios mío, Padre, yo te pido tal y tal cosa. Soy cristiano; sé que tengo que pedir en nombre de Jesús y así me lo concederás. No, no es llevando una tarjeta con el nombre de Jesús que Dios me abrirá la puerta y me concederá eso que le pido. No es cuestión de una tarjeta. El nombre de Jesús – recordad también: donde haya dos reunidos en mi nombre, yo estoy en medio de ellos-, ¿qué quiere decir? 

En el padrenuestro ya vemos, decimos que se haga una sola voluntad entre Dios, Jesús y nosotros. En su nombre quiere decir que lo que pido está sintónico con la voluntad, con el corazón de Cristo, que pide una cosa que Cristo mismo pediría. Si pido una cosa que sé que a Cristo no le gusta, no le va porque no es recta, porque es egoísta, porque es de ambición, de poder, de gloria… no estoy pidiendo en su nombre, porque Él no lo pediría. Pero cuando pedimos cosas de buena armonía con los demás porque dejamos de ser egoístas, pedimos un saber comprender a los otros, saber perdonar, que nos hagan más humildes, que nos liberen de ambiciones, de tantas otras tentaciones… entonces, estamos pidiendo en el nombre de Jesús, porque Él lo pediría igual para nosotros. Estamos sintónicos. Cuando lo estamos y en la medida en que lo estemos. Cuanto más lo estemos, Jesús nos hará más caso, y nos dará aquello que le pedimos proporcionalmente a la sintonía que tengamos. Si lo estamos totalmente, no dudéis: -Os lo digo en verdad, – dice Jesús- el Padre os lo dará. ¡Cómo no, si envió al Verbo hecho carne precisamente para que nos enseñase el camino y es lo que tenemos que pedir! Sería una contradicción suya que pidiésemos aquello que nos enseña a pedir Jesús y no nos lo concediese. Sería contradictorio y Dios nunca lo es. Los contradictorios somos nosotros que queremos pedir lo que queremos sin mirar si eso está de acuerdo con Jesús. Lo queremos pedir en su nombre porque así obligamos a Dios Padre a que nos lo haga y nos olvidamos de esta condición intermedia. Pedir en su nombre. Dos personas pueden estar juntas para darse bofetadas, para ofrecerse, para traicionarse… mil cosas, pero no están reunidas en nombre de Jesús. Él no esta allí. Reunidas en su nombre quiere decir que se aman en caridad y cada una ama más a la otra que a sí misma. 

Pasa como en la Trinidad: Dios Padre – por eso es Padre – amaba al Verbo más o antes que a sí mismo. El Verbo -agradecido de haber recibido la existencia y la naturaleza divina del Padre- ama más al Padre que a sí mismo o antes al Padre que a sí mismo. Cuando dos personas se aman así fluye el Espíritu Santo, como la Trinidad. Entonces, naturalmente, es un trocito de Cielo y Cristo está en medio de ellos. En nombre de Cristo. 

Pues bien, ya tenemos la Clave; ya tenemos la solución del problema. Dios no falla. Nos dará lo que pidamos si está sintónico con Cristo. Pues que el Espíritu Santo nos ayude realmente a esta sintonía y que precisamente porque amamos a Cristo y a Dios Padre más que a nosotros mismos – eso ya es una guía para pedir las cosas -vendrá el Espíritu Santo. 

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

Homilía del sábado, 29 de abril de 1989. En la capilla de la Universidad de Barcelona. 
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra

Comparte esta publicación

Deja un comentario