Yo no sé si ustedes lo saben, pero yo sé que estoy muy contento de estar esta mañana aquí, en esta institución que acoge a tantas personas. Veo que todos los que estamos aquí no somos jóvenes, ya somos un poco mayores. Tenemos esta gloria y esta dicha de haber recorrido la vida hasta avanzada edad trabajando y sacrificándonos por la sociedad entera. Dios tendrá en cuenta, en su misericordia, estos méritos que hemos ido acumulando a lo largo de nuestra vida con tantos trabajos, tantos sufrimientos, paciencia y perdonando tantas veces. Sabrá también perdonar todos nuestros pecados, nuestros defectos y nuestras faltas. 

Estoy muy contento de encontrarme aquí hoy. Si me dejáis que piense en voz alta, desearía que hoy Nuestra Señora del Rosario (fiesta hermosa y guía de oración muy profunda porque con el rosario se meditan todos los misterios de nuestra fe, los gozosos, los dolorosos, los gloriosos de la vida de Jesús) hiciera nacer algo en esta casa dedicada a atender con alegría a personas mayores. Desearía que en este día tan hermoso de esta fiesta mariana naciera una idea; más que una idea, un sentimiento; más que un sentimiento; toda una acción apostólica que podría ir desempeñando en el mundo mucha gente que tuviera en su corazón esta vocación de salir a predicar, de salir por los fueros y los derechos gloriosísimos del cuarto mandamiento de la Ley de Dios, del cual tan poco se habla. 

Se habla mucho más de cualquier otro mandamiento: de no mentir, de que la gente sea honesta y de que no robe como se dice en el séptimo, de que sean fieles y honrados en su matrimonio como dice el sexto mandamiento, de que no se mate a la gente como se dice en el quinto o que no se tengan envidias las personas como dice en el noveno. Pero nadie habla del cuarto, que está tan olvidado que sería estupendo que salieran grupos de personas de todas las edades que se pusieran como objetivo recordar a la sociedad lo que es básico y fundamental. Si se cumplen los otros y no éste, es como construir una casa sobre el vado de un río. Al llegar una inundación se la lleva por delante, se derrumba porque no está bien cimentada. 

Todos los mandamientos – fuera de los tres primeros, que están dedicados a Dios en directo y al cumplimiento de las fiestas-, se fundamentan en éste: honrar padre y madre, honrar ancianos, venerarles, ayudarles en su ancianidad porque son las personas más beneméritas, las que han tenido una larga vida que han derramado generosamente en bien de los hijos, de los nietos, de la sociedad toda. Este mandamiento es el secreto, es la clave para que la sociedad pueda ir bien. Si no se pone este fundamento de paz profundo, no irá bien: habrá contiendas, disputas dentro de las familias, guerras civiles, guerras entre las naciones. Se necesita un movimiento, miles de apóstoles que salgan por los fueros del cuarto mandamiento en la sociedad, que lo recuerden a todo el mundo, a los políticos, a los economistas, a los sociólogos, a los catedráticos y profesores en las universidades, a los maestros en los colegios… a todo el mundo. Este mandamiento es fundamental: honrar padre y madre. No nos lo inventamos, no lo sacamos de la manga, no lo decimos para hacer bonito  como quien recita una poesía en un día de fiesta. Es el mandamiento fundamental de las relaciones humanas para que la sociedad pueda ir bien; está en el Decálogo de los mandamientos de Dios desde hace muchos años, tres mil años, por lo menos. Sin embargo, cada día está más olvidado. Con lo cual la sociedad va al desastre, al suicidio, porque las personas que son ahora mayores también llegarán muy pronto a ser ancianas. Es como si empujaran a la humanidad a que se desbocara y fuera cayendo toda por un precipicio generación tras generación. Hay que salir a parar esta locura. 

Ojalá estas palabras mías hoy aquí, en este sitio de este Hermosillo, de esta Sonora que yo quiero tanto, aquí en esta institución tan venerable por su finalidad de acoger a personas mayores, llevada por esas auxiliares tan beneméritas y que han vivido tan cerca de esta persona tan santa – como era monseñor Navarrete-, estas presencias profundas del cristianismo de honrar padre y madre, venerar a los ancianos.. ojalá surgiera este movimiento de esta semilla de la palabra de Dios que yo estoy en estos momentos sembrando. Parece que puede caer en este pavimento que es fuerte, que es de cemento, pero no. Esto cae, no en el suelo, sino en el corazón de las personas que estáis aquí más mayores, más jóvenes, muy jóvenes. Esto es tierra buena. Seguro que esta semilla se multiplicará, que surgirá este movimiento y que todo el mundo recordará que ha nacido hoy y aquí para predicar el cuarto mandamiento. Es el único remedio para que la humanidad -tan loca en todas sus estructuras- pueda recuperar la salud. Así, honrando a los ancianos, se recupere para el mundo todo la paz y la alegría. 

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

Homilía del 7 de octubre de 1988. En Hermosillo – Sonora, México 
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra

 

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