(Mc 6, 7 – 13) 

Lo que nos cuenta San Marcos en este Evangelio del jueves de la cuarta semana es una primera salida misional de los apóstoles. Los hace salir de dos en dos. Todavía no están maduros para salir cada uno en una dirección para predicar el Evangelio de Cristo. Después de Pentecostés sabemos que Pedro va hacia un sitio, Tomás hacia la India, Santiago hacia España: se desparraman uno a uno con sus discípulos. Pero en esta primera salida que les manda – luego habrá otra intermedia -, van de dos en dos para que se ayuden mutuamente. Les da ya poder de sacar los demonios de la gente: el orgullo, la soberbia, el egoísmo, la frivolidad, la vanidad, etc. Les encarga que lleven por el camino un bastón y nada más. Sin embargo, este bastón no es sólo para apoyarse, es un bastón de pastor. Él que es un Buen Pastor, los envía como pastores, para que en este báculo reconozcan que son portadores de la Buena Nueva. 

Y luego, que confíen en la providencia: ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja. Que llevasen sandalias porque, claro, tenían que caminar mucho, y, quizá, sin sandalias se hubieran hecho daño en los pies. Pero una túnica de repuesto. Esto nos suena ahora un poco raro, porque la gente viaja por lo menos con un par de cosas que se llaman de quita y pon. Yo esta tarde he estado haciendo una lista. {Se da media vuelta a la cinta y parece que se pierde algo}, de quita y pon para llevar el bagaje más ligero, porque realmente es engorrosísimo viajar con mucho equipaje con tantos cambios de aviones, con tantas paradas, con tantas bajadas y subidas, y tanto, también, desde el nivel del mar a las alturas, y vuelta a bajar, y vuelta a subir. 

Los árabes del desierto – contaban el otro día -, no llevan más que una túnica. Cuando llegan a los oasis, entonces, se lavan muy bien – son muy limpios los árabes -. Primero se desnudan, enjabonan toda su túnica y ya está. Luego se bañan. Mientras ellos se están bañando, la túnica ya se ha secado, de manera que cuando salen del agua, ya está seca. Ellos se secan en cinco minutos con aquel sol y aquel calor. Lo que más les cuesta, eso sí, es lavar – cosa que hacen también – con mucho cuidado y con mucho jabón para que esté bien limpio, los siete metros de tela que constituyen su turbante, lo cual nos parece a nosotros una exageración. Es lo que les defiende de una insolación, de aquel sol tan grande que hay en el desierto para no coger una enfermedad del sol en la cabeza. Mira por dónde, ellos han sabido muy bien hacer un turbante de siete metros de tela. Eso también lo lavan y luego se lo vuelven a poner. Luego no es tan raro llevar una túnica nada más, como hacen mucha gente sencilla de este mundo semítico. 

Y añadió: -Quedaos en la casa donde estéis hasta que os vayáis de aquel sitio. Si en un lugar no os reciben ni os escuchan, marchaos, sacudíos el polvo de los pies para probar su culpa. 

Yo voy ahora por América, y ¿a qué voy? Pues a predicar la palabra de Dios. Pero voy a preparar los caminos. Donde pueda también, donde encuentre tierra buena, la palabra de Dios. Si escuchan este realismo existencial que es prepararles tierra buena, pues bien; si no, pues allá ellos. Es lo que he hecho yo ayer en la Universidad de Madrid en una hora de conferencia, les mostré el realismo existencial: quedaban muy sorprendidos. A alguno ya se le habrá olvidado, como aquellas semillas que caen en tierra de camino y se las comen los pájaros. Otros habrán dicho: -Qué interesante. Pero son tierra pedregosa que, enseguida, se seca. Otros habrán dicho que es muy importante, pero sofocados por tantas cosas que tienen en la cabeza en esta vida tan agitada – que el que viene de China dice: -Pero cómo es posible, está loca esta gente -. Otros, algunos, serán tierra buena. O sea que les ayudará a ser tierra buena. Bien, pues esto es lo que hay que hacer; si no escuchan, allá ellos: a sacudirse el polvo de los pies y buscar otros lugares.

Ellos salieron con gran ánimo a predicar la conversión, echaban muchos demonios, convertían a mucha gente de sus egoísmos, de sus soberbias; urgían con aceite a muchos enfermos y los curaban. 

Pues bien, pidamos en este día en que yo me salvé {se refiere a su salvación de una situación muy difícil en plena Guerra Civil española, cerca de Olot, Barcelona} y pude así empezar una vida nueva, que también este viaje a América sea fecundo para poder sembrar, hacer tierra buena de la gente y sembrar la semilla de Dios. 

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

Homilía del jueves, 7 de febrero de 1991. 
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra

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