(Hb 1, 1-6, Jn 1, 1 – 18) 

En este día de Navidad nos alegramos profundamente por lo que acabamos de leer en este Evangelio. A lo largo de la historia, los esfuerzos de los hombres de todos los pueblos era decir: bueno, qué pasa aquí, existimos, vemos las cosas, yo no era, ahora soy, y de dónde vienen estas estrellas, este sol, esta luna, estos animales, estas plantas, yo, ¿qué es eso? Con las fuerzas de su razón, los hombres de distintas culturas, según las maneras de sus condiciones de vida en un lado o en otro, han coincidido en buscar a ver cuál es la última causa de todo. De alguna manera con la razón han ido llegando, unos por un lado, otros por otro, unos más despacio, otros más deprisa; unos cayéndose aquí, levantándose allá, con errores por ahí, con aciertos en otros caminos. Bueno, un Ser causa de todo, el Ser que tiene el Ser. Bien, hasta aquí habían llegado con la razón. Viene el pueblo judío que ya tiene unas ayudas de Dios, y llega en ese largo proceso suyo a decir: Bueno, el Dios verdadero sólo es un Dios, no es que haya dos o tres dioses. Con la ayuda del Espíritu Santo se da cuenta de un sólo Dios, y para todo el mundo es el mismo, el único. 

Pero aquí se quedaban. Y delante de ese Dios único, ¿cómo es? Claro, ellos veían muchas cosas que pasan: cómo es la libertad del hombre tan débil, tan mala a veces, unos contra otros… Tenían una idea muy confusa. Entonces aplicaban a Dios estas mismas cosas que los hombres llevan en su corazón: ser justicieros, ojo por ojo, diente por diente, implacables, luchadores, tratando de vencer. Pero llega la Revelación, este Evangelio de hoy, ¡qué distinto es Dios de lo que la gente con la sola razón de su cabeza podía llegar a pensar! Nos hace la Revelación precisamente, por el nacimiento de Cristo – luego nos lo explicará Él mismo cuando es mayor -, de que Dios no es así. Dios es Uno en naturaleza, ciertamente, pero es Trino en personas. Esta comunidad de personas es algo que con nuestra razón no hubiéramos podido ni siquiera entrever. Es la Revelación, Dios es una comunidad, dentro de Sí es amor porque se pueden amar unas personas a otras. Describe entonces a este Dios: que el Padre engendra desde toda la eternidad al Verbo, que el Padre ama al Verbo, y el Verbo ama al Padre, y ambos expiran desde toda la eternidad a Dios, al Espíritu Santo que es el Amor. Dios es Amor y se aman esas personas. Entonces, entendemos que Dios crea todo por belleza, como regalo al hombre que ama, a este ser (en este planeta estamos nosotros pero quién sabe qué otras humanidades puede haber en otros lugares). Crea personas inteligentes, libres, que son capaces también de alabar, dar gracias y amar a ese Dios que nos ama.

Pues bien, que esta revelación tan hermosa de este Evangelio -cuando llega la Palabra y se hace carne para acampar entre nosotros- haga que no cerremos nuestro corazón, nuestra luz. Dejémonos inundar por ese resplandor de que Dios nos ama- porque esas personas se aman antes entre Sí- y por ese rebosamiento del Amor de Dios que inunda el universo.  ¡Qué nuestro corazón también se abra al amor! 

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

Homilía del sábado, 25 de diciembre de 1993. Barcelona.
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra

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