Leemos más los evangelios, los pensamos más, los tenemos más presentes, pero a veces no conocemos tanto las cartas de los apóstoles o los Hechos. En la Eucaristía de hoy nos presentan en el ciclo B la carta de San Juan. Yo querría meditarla con vosotros. Dice así: “Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad”. En esta primera frase es muy hermoso ver cómo San Juan, hombre ya mayor cuando la escribe, llama con esta expresión tan íntima, tan familiar, tan llena de ternura y de cariño “hijos míos”. El que llame así a estos fieles suyos que no son hijos de su carne, nos lleva de la mano el recordar que realmente Cristo nos ha hecho renacer, volver a nacer, y se lo dice a Nicodemo: tienes que volver a nacer. “¿cómo tengo que volver a estar en el vientre de mi madre?” No entiendes – le dice-, hay que nacer de otra manera. Entonces Cristo, que nos hace nacer de otra manera, es el verdadero padre nuestro, como lo es San Juan de sus discípulos, a los que había bautizado, formado e introducido en el Reino de Dios. Cristo nos hace ser hijos de Dios.  

 

Es algo que ahora se está descubriendo con gran sorpresa por parte de todos los científicos. Muchas veces tenemos la idea de que cuando uno es niño está en un paraíso terrenal y mucho más en el vientre de la madre. Aquello era la situación ideal; estábamos protegidos y completados en todas nuestras necesidades por el cordón umbilical. Éramos llevados de un lado a otro sin esfuerzo por nuestra parte, estábamos envueltos en ternura maternal y defendidos de quien nos pudiera hacer daño. Aquello era una situación que muchas veces la recordaremos con nostalgia. Mucha gente, toda su vida quiere hacerse pequeña, quiere refugiarse, quiere estar casi en una situación, como cuando era un feto, encerrado, protegido de que nada le pueda atacar, solucionadas todas sus necesidades, dejándose llevar para acá, para allá y sin más. Hay cierta nostalgia como si aquello fuera una situación paradisíaca. Hete aquí que hoy día los científicos, los psicólogos, los médicos, los biólogos están encontrando que aquella situación en el seno de nuestras respectivas madres era verdaderamente una tortura. 

 

El feto, primero va cobrando sensación de sí mismo y teniendo una gran angustia existencial porque existe y no sabe lo que es, ni sabe para qué existe, no sabe, se siente que existe. Se siente que va creciendo y hace fuerza al crecer para dilatar las paredes que le atenazan, tiene que hacerse un campo, es un esfuerzo continuo, y da patadas para poderse mover porque está aprisionado. Podrían creer que el feto no es nada, y resulta que a partir de las ocho semanas tiene ya un oído que va percibiendo unos ruidos que le atontan, que le adormecen. No sé si habéis hecho la prueba de estar en la bañera con la cabeza dentro, y si se toma una piedra y se golpea en la bañera hace daño, porque justo el líquido transmite y multiplica el ruido. Claro, en un oído tan tierno los ruidos pasan a través del agua, y el pobre feto está horrorizado por esos ruidos que atormentan su oído. Si ponéis una bombilla detrás de la oreja, veis que ésta es transparente, se ve la luz; pues igualmente la luz entra a través de las paredes de la madre y molesta a aquellos ojos tan tiernos del feto. Y luego el caminar, el bamboleo de la madre que va y viene, que se agacha, que sube escaleras, que se fatiga, con lo cual entonces la madre absorbe el oxígeno que necesita ella y deja sin oxígeno al feto. Si la madre fuma, cada cigarrillo es un tormento para el niño porque se asfixia y eso provoca en él un reflejo condicionado, de manera cuando oye el clic del encendedor sabe que a los dos minutos ya se está asfixiando y no puede respirar porque traga agua. Nada más con oír el clic ya se pone nervioso, ya empieza el cerebro a funcionar con angustia, porque aunque no fume, al oírlo ya se desespera. La mujer que toma alcohol, todo va para él, no se puede defender. O sea, que está, pobrecito, indefenso frente a todas las barbaridades que pueda hacer la madre, no por mala fe, pero sí por falta de formación. Las angustias psicológicas de la madre- si se ve cansada, si se ve no amada, si se ve angustiada por la vida…- provoca unas hormonas, unas sustancias, que el pobre niño o niña recibe y producen en el feto el mismo efecto de angustia o de miedo que siente la madre, porque tiene las mismas hormonas que producen estas emociones. Es una tortura. Y luego no digamos el parto, que entonces tiene que salir abriéndose paso por un conducto estrecho por el que no le cabe la cabeza. Imaginad que nos hicieran salir de la celda de la cárcel a través de los barrotes, que sacamos un brazo y no podemos sacar la cabeza y eso dura y nos asfixia, ¡horrible!  

Hay mujeres que están bien formadas, más o menos, pero algunas son de pelvis estrecha,  otras están un poco torcidas, otras que, por culpa de los zapatos, tienen la columna vertebral defectuosa… por eso, los pobres fetos están distorsionados.   

Lo que se ha descubierto ahora es lo siguiente: como sabéis Freud decía que todas las neurosis que la gente tenemos provienen de experiencias en nuestros años infantiles. Todas las neurosis, decía él, vienen de si el padre le ha pegado, de si se ve poco amado, de si se siente sólo, de que pone el cariño en la madre o en el padre, los celos del primogénito… Bien, es verdad, pero lo que se ha descubierto es que las neurosis vienen de mucho antes, vienen del embarazo. Desde que el niño está en el vientre de su madre, y todas estas cosas que he explicado antes  y otras muchas le producen a él trastornos.  

 

El primogénito es el que cuesta más de parir. En la mujer que pare por primera vez, el niño tiene que abrirse paso a través de la vulva que todavía no está dilatada. En cambio los otros hijos, el cuarto o el quinto, ésos salen con más facilidad porque ya se ha dilatado. Yo soy primogénito; me acuerdo que de pequeño vestía aquellos trajes de marinero que eran muy finitos, abiertos con cuerdecita, con manga larga y luego ponían un lacito. Entonces había que meter un brazo, luego meter el otro y luego estar así y luego aquello bajaba, y bajaba y sacabas la cabeza, pero hasta que no sacabas la cabeza por el agujero pasabas todo un trecho angosto. A mí me producía un gran llanto, es que yo me ahogaba, tenía una claustrofobia impresionante. ¿De qué me vendría?, de la angustia que yo pasaría para nacer a través de aquella cosa estrecha de la vulva de mi madre. Yo era el primogénito y tenía que abrir paso. Pensaba yo fríamente: por Dios, no te vas a ahogar aquí, aunque tengas la ropa, respiras, no pasa nada, y con un tironcito se te saca, y además con un tironcito para abajo sacas la cabeza. ¿De qué mi desespero? Es que aquello me ponía al rojo vivo el recuerdo angustiante de mi nacimiento. Las claustrofobias que tienen algunas personas mellizas: imaginaros si una persona ya está allí apretada, fijaros dos apretadas allá, es que bajan al metro y se angustian, o se meten en un ascensor, como yo en el traje de marinero. Es decir, que todos nuestros trastornos psicológicos de neurosis quizás vienen no sólo de pequeños o de pequeños aumentan todavía los que ya traemos antes. Nacen del embarazo.  

 

Trasladando esto a este otro segundo nacimiento, el Reino de Dios. Por eso la matriz, que es la Iglesia – también la matriz del Reino de Dios-, que es nuestra Madre, es nuestro paraíso, ese seno estrecho de la Iglesia, ¡cuántas angustias nos da también, cuántas neurosis tienen los cristianos en el seno a veces estrecho de la Iglesia inquisitorial: que la Iglesia  fuma con leyes, o sea, que pone leyes, que se mueve, que es estrecho, que no nos deja mover, que damos patadas para poder respirar un poco! Realmente nuestra permanencia en el seno de la Iglesia, necesaria, como es necesario estar en el seno de la madre para nacer mientras no se invente otra cosa, también produce muchas neurosis en los cristianos.  

 

Como Jesús – no olvidemos que es el primogénito, le costó mucho abrir la puerta, que es la cruz, de esta Iglesia para nacer -, todos los cristianos vamos a nacer a través de la cruz y no sin sufrimiento, ciertamente no ya con tanto sufrimiento como el que tuvo que pasar Él, que era el primogénito.  

 

Esta imagen ha de permitir que nos demos cuenta de que para percibir nuestra situación en la Iglesia tenemos que nacer a través del portillo, ya más ensanchado para nosotros por el sacrificio de Cristo – que lo tuvo que abrir con verdadera angustia y muerte-, para pasar al Reino de Dios. Cuánto más entendamos eso, podremos nacer al Reino de Dios con menos neurosis si somos capaces de detectarlas en este sentido. 

 

San Juan decía “hijitos míos”, y es muy verdad, porque nacemos no sin angustias también, no sin un parto difícil de cruz también, pero tenemos que poder nacer y ser cada vez más normales. Para serlo en el Reino de Dios, hijitos míos, como dice San Juan, “no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad”. Es decir, podemos decir: oh, sí, yo te amo mucho. Pues mira, son palabras. No de palabras ni de boca, que de boca quiere decir de mentirijilla, frívolamente, veleidosamente. No, de verdad. 

Sigue la carta de San Juan: “En esto conocemos que somos de la verdad, y tranquilizaremos nuestra conciencia ante Él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo. Queridos, sí, la conciencia no nos condena – porque amamos de verdad y con obras -, tenemos plena confianza ante Dios y cuanto pidamos lo recibimos de Él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Éste es su mandamiento, en singular -no son los mandamientos de la ley de Dios que eran tantos, no, ése no es su mandamiento -: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo. Porque creemos ponemos en obra lo que él nos manda: que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó”. 

 

¿Cuál es la misión de los hijos nacidos de este seno de la Iglesia, paridos al Reino de Dios a través de la cruz? Amarnos – amar es el inicio- y servir a los que tienen necesidad de nuestro servicio. Dentro de este Reino los hermanos nos hemos de querer unos a otros, nos hemos de servir mutuamente, y hemos de dar luz en ese sentido de que la gente de fuera digan: ¡cómo se aman éstos, cómo se sirven los unos a los otros!  

En este mundo material la gente cree que servir es cosa de esclavos, y cuanto más dinero se tiene, más poder, se tienen más servidores y el que tiene el poder del dinero no sirve a nadie. No, el Reino de Dios no es así, en el Reino de Dios el que quiere ser primero es el último, es decir, el más servidor de todos. El gozo está en que servirnos mutuamente, en amarnos mutuamente todos, que no hay ni primero ni último, ni servidores ni servidos, sino que todos somos a la vez servidos y todos somos servidores. Ése es el Reino de Dios, éste es nuestro honor. 

 

Yo quería añadir lo siguiente. En la Iglesia como tal, el conjunto de hermanos como tales en el Reino de Dios, además de servirnos mutuamente, estamos para servir a los demás, es decir, a los paganos, a los gentiles, a los no creyentes, a los que no nos aman, a los que quizá ni siquiera nos conocen, ¡cuánta necesidad tienen que ser servidos! La Iglesia es servidora del mundo. La Iglesia no es como el mundo, porque si fuera como el mundo no arreglaría nada, porque si yo me convierto en un leproso entre los leprosos… yo puedo servir a los leprosos si no soy leproso y soy médico. Voy allí, estoy lleno de salud y de energía para poderles vendar, curar, atender, transportar. 

 

La Iglesia no es el mundo, la Iglesia es el Reino de Dios, es este trocito de paraíso en el mundo porque nos amamos. Pero eso ha de ser motor precisamente para ir al mundo y servirlo en todo lo que nosotros podemos hacer y ellos se dejen, pero nuestra misión es servir al mundo, servir a los demás que tienen otras religiones, servir a los ateos, servir a los paganos, servir, servir. Lo único necesario es que se dejen amar y si se dejan amar, si se dejan servir, ¡bendito sea Dios!  Éste es nuestro quehacer, éste es nuestro testimonio, esto es amarles, con obras, obras de servicio y de verdad, no diciendo: ¡oh sí!, nos amamos mucho de palabra, de mentirijillas. Es con obras y de verdad, servir al mundo. ¿Cuál es el papel de la Iglesia, cuál es el papel de los cristianos? Servir al mundo, y sólo así puede salvarse, sólo así seremos – para terminar haciendo referencia al evangelio – sarmientos vivos unidos a la cepa de Cristo, que murió para salvar el mundo. Sólo así podremos dar racimos ubérrimos de vino de calidad y sólo así será esta misma vid. Porque sólo así se irá convirtiendo la gente también, entrando en el Reino de Dios, y haciendo que esta parra sea muy fecunda y grande para que dé sombra apacible a toda la humanidad. Siendo parra también, que no es ningún árbol. 

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

Homilía del Domingo 9 de Mayo de 1982 en Barcelona

Del libro «Homilías. Vol. II 1982-1995», publicado por Edimurtra

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