El evangelio propio de la dominica undécima del curso litúrgico pone de manifiesto la actitud de Jesús a favor de una mujer y a continuación nos señala el elenco de muchas otras mujeres que le acompañaban llenas de gran fe, muy generosas, ayudando a Jesús en lo material y en aquel calor que se necesita también de amistad, de compañía, para sostenerle en sus fatigas, en sus trabajos apostólicos y preocupándose también de los apóstoles.
No sólo eso, sino que veremos después en la resurrección del Señor, en la apertura definitiva del Reino de Dios aquí en la tierra, algo que los teólogos poco a poco van percibiendo, van captando, van haciéndose eco de ello y por fin lo van incorporando a sus especulaciones teológicas. Y es que Cristo resucitado, en esta inauguración del Reino, aquello que estaba un poco soterrado durante su pasaje histórico por la tierra, allí queda abierto a la luz bellísima que hace de aquellas mujeres que le acompañaron las apóstoles del mensaje de su resurrección.
Yo diría que esas mujeres son de una categoría de apostolado todavía más alta. Pues si los apóstoles son los que tienen que ir predicando a los paganos y a todas las personas la conversión a ese reino de Reino de Dios que está cerca, las mujeres son las apóstoles de un rango superior del verdadero Reino de Dios encabezadas por María, en el cual la gente ya está convertida, está dentro y verdaderamente gozando de la presencia del Espíritu Santo. Ya es Reino de Dios aquí en la tierra, antesala del otro.
Las mujeres que acompañaban a Jesús son de un rango superior de apostolado, que no se dice de cara afuera, porque de cara afuera, todavía hay que conquistar a la gente que se convierta y hay que hablar mucho de esta labor apostólica de la Iglesia militante. Ellas son apóstoles de la Iglesia triunfante, cuerpo místico de María.
Los teólogos hoy empiezan a darse cuenta de esta misión altísima de esas mujeres que rodearon a Cristo y que son las mensajeras de su resurrección. La primera, la Virgen María con su silencio, con su ser de esperanza clara, esperando esta promesa de que Cristo va a resucitar. Tiene tan clara esa esperanza, que ni siquiera necesita ir con las demás mujeres a la tumba para recibir el mensaje del ángel. Ella ya lo tenía desde que el ángel la visitó en la anunciación.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía del Domingo 12 de junio de 1983 en Barcelona
Del libro «Homilías. Vol. II 1982-1995», publicado por Edimurtra