Dice Jesús a sus discípulos, es decir, a ustedes que están aquí hoy, que son sus discípulas bien amadas”, y también le quieren. Abran bien los oídos, pero también los del corazón, no sea cosa que oigan y no oigan, como dice: tienen oídos y no oyen, tienen ojos y no ven. No basta tener el oído abierto, hay que tener abierto el corazón para oír. Eso médicamente está muy claro: si uno tiene una lesión en el cerebro, el oído está sanísimo, puede oír y oye. Pero como el nervio que va del oído al cerebro está mal, pues uno es un sordo que no oye nada, porque tiene el nervio estropeado, pero el oído perfecto. Bueno, pues tengamos el oído sano y el corazón bien abierto.
¿Qué dice Jesús?: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo.” Cristo ha venido a revelarnos a Dios Padre, que a Dios se le puede llamar “Padre”, más, se le puede llamar “Abba, Papá” con toda ternura. Nos hemos de hacer niños con Dios Padre, Él nos ama. Y dice: “Sed perfectos como Dios Padre es perfecto.” ¿En qué?: En que tenemos que amar a los enemigos. Amar a los amigos lo hace todo el mundo, hasta los paganos; ser cristiano es precisamente amar, incluso, a los enemigos. Por lo tanto aquí nos vuelve a explicar cómo es Dios Padre, porque todo lo que Él viene a decirnos es que seamos como Dios Padre, porque un hijo se parece a su padre y cuándo más perfectos seamos, más nos pareceremos. Estamos ardiendo en deseos de saber cómo es Él para poderlo ser nosotros, y así podernos llamar hijos de Dios.
Aquí nos explica otra cosa de cómo es Él para que nos podamos parecer: Dios Padre es compasivo. ¿Qué quiere decir compasivo? Pues que uno sufre la pasión que sufren los demás : “Pasivo” es “sufrir”. Cuando a mí me dan un pisotón, yo lo estoy padeciendo, estoy pasando la pasión del pisotón. Dios Padre es compasivo, sufre lo que cada uno de nosotros sufre. Qué hermoso es cuando uno sufre la pérdida de un ser querido, vienen las personas – que ya sabemos que no nos la van a solucionar-, y ¡qué consuelo, qué compañía, qué alegría saber que Él sufre al vernos sufrir, que Él hace suyo también el sufrimiento de esa pérdida, que casi siente el dolor que sentimos nosotros en nuestro cuerpo enfermo y que se entristece y sufre con nosotros! No puede hacer más, pero ¡qué consuelo!, parece que lo sufrimos menos.
Los filósofos paganos se imaginaban a un Dios Creador, pero que como era tan grande, tan infinito, y mirándose a sí mismo, ¡oh!, tenía causa suficiente para ser eternamente y plenamente feliz, tanto que ni se podía preocupar de los demás. Eso hubiera sido como un rebajarse o un disminuir su felicidad. No podía ni preocuparse de los demás pues no era providente, había dado una patada al mundo, lo había puesto en marcha y ahora ¡ahí te apañes! Y Él era feliz mirándose a sí mismo. Eso está, mucho, en el fondo de nuestras conciencias. Muchas veces, creemos que Dios es así, infinitamente feliz. Y si que lo es, claro que sí, no puede dejar de serlo, pero a la vez es infinitamente sufridor con todos nuestros sufrimientos. Porque además de ser Dios Creador, es Dios Padre y, si un padre ve sufrir a su hijo, sufre con él.
Hemos de descubrir ese nuevo rostro de Dios que sufre cuando ve que a su hijo bien amado lo están crucificando, cuando nos ve sufrir a cada uno de nosotros. Saber sufrir con mi dolor, que lo tengo al lado, para con su sufrimiento consolarme de la pasión que yo estoy pasando, ¡qué hermoso!
Pues tengo que parecerme a Dios. Si soy su hijo, tengo que parecerme en esto también, tengo que sufrir con los demás, ser compasivo, pasar la misma pasión que pasan los otros, hacerme uno con ellos, darles mi compañía, como María hizo con Jesús. María es co-redentora , es co-mediamera, es co-todo con Cristo, ¿por qué?, porque fue com-pasiva, pasó la pasión de Cristo al pie de la cruz. Nosotros hemos de ser como María con las demás personas que están en su cruz, cada una en su cruz en su momento, compasivos. ¡Qué maravilla, si vamos por el mundo así siendo compasivos!” Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo.”
Aquí van otros rasgos de Dios para que le imitemos. Siempre pensamos en un Dios juez, terrible. Dios no juzga, porque incluso al final de los tiempos queda claro que Él respeta nuestra libertad: ¿Tú no querías nada conmigo?: yo te respeto, mira ahí tienes un lugar para que puedas estar solo sin mí, en el infierno, ahí está.
El infierno ¿qué es? Lo que queremos. ¿Tú quieres estar, no quieres obedecerme, no quieres amarme, no quieres amar a los demás como Yo los amo, como Yo te decía que era bueno que los amaras?, pues quédate solito aquí. ¿No quieres amar a nadie?, pues solito aquí, ¿no me quieres amar a mí tampoco?, pues ahí tienes un lugar. El infierno es eso. Es el puro respeto del hombre, de su libertad. Puede ser que en los últimos momentos todo el mundo vea eso muy claro y quiera amar a Dios y a lo mejor el infierno está vacío, que eso es otra cuestión. Pero tiene que haber un lugar para que no quieran estar con Dios ni con los demás. En la mesa, las cartas boca arriba y cada uno aguanta las consecuencias de su libertad.
En cambio nosotros nos pasamos la vida juzgando a todo el mundo. Lástima, porque para juzgar tendríamos que saber todas y cada una de las circunstancias que influyen en este individuo para hacer lo que hace o tomar la determinación que ha tomado: sus circunstancias, su manera de …porque él no se ha hecho. Sentir el dolor, un cerebro torcido… en fin, yo qué sé de las circunstancias que desde pequeño han obrado en él y lo que ha pasado. Yo no lo sé. ¿Y me atrevo con una terrible falta de criterio a juzgar sin tener todos los datos? Resulta que a lo mejor, si yo tuviera todos los datos, diría ¡toma!, pues yo en estas circunstancias lo habría hecho igual que él o peor. Es que yo no sabía eso. ¡Ah, pues no juguemos, seamos compasivos!
“No juguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados.” Y encima, no solamente juzgamos que esto está mal, sino que condenamos: ¡a la mazmorra! Ni siquiera en la justicia se puede hacer esto. Una persona puede decir: usted es un hombre muy peligroso si está suelto. Entonces, la sociedad y la justicia tienen el deber de aislarlo para impedir siga cometiendo esos hechos. Mientras no comprobemos que usted está verdaderamente arrepentido de lo que ha hecho, y con buena voluntad de ser una persona normal en sociedad y que, encima, quiera el bien de los demás, claro. Pero eso hay que hacerlo, como se dice a un tuberculoso: mire, usted no puede estar así porque contagia a su mujer y a los niños, usted tiene que ir a una habitación separada o ir a una clínica. Pero nadie le culpa, nadie le condena a que esté aislado, es una cosa de pura preservación. Pero se juzga y se condena.
¡Y perdonar! Dios perdona siempre cuando nos ve arrepentidos. Nosotros, a la gente no la perdonamos aunque la veamos arrepentida; ¡oh!, no olvido porque quien hizo un cesto puede hacer cientos. No perdonamos, lo creemos una debilidad y más bien decimos: hay que guardar el honor, la honra de la familia, no se pueden olvidar estas cosas.
Yo me acuerdo que en la guerra fui a parar a un pueblo. En la casa donde me acogieron quedé asombrado, quizás porque venía de una ciudad donde las cosas eran de otra manera. Había dos familias en el pueblo que se odiaban, pero ¡horrible!, ni podían soñar que un chico de esta familia pudiera cortejar a la chica de la otra, en absoluto. Y todo ¿por qué? Porque un bisabuelo había cortado unos pinos en una zanja de dos fincas colindantes y los otros decían que eso no era de él sino que era de ellos y que él había cortado unos pinos que no le correspondían y, se acabó. Hubieran considerado una traición al bisabuelo, que había muerto hacía cincuenta años, el perdonar a los otros el haberlos cortado, que además la cosa no estaba clara. Hubiera sido un bajar la cabeza, un humillarse. Ellos decían que había que mantener el honor de la familia. Pues no. Hay que saber perdonar y así seremos perdonados.
“Dad y se os dará; os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros.” Aquí yo lo diría un poco al revés: dad y se os dará. Cuanto más generosos seáis en todo – en ayuda material, en sonrisa, ¡dar sonrisa! (que esto cuesta poco y en cambio vale mucho), dad alegría, dad vuestra ayuda, dad vuestra compañía, un consejo bueno, una palabra amable! -, en esta medida se os dará a vosotros. ¡Se os dará el ciento por uno! Se os dará en este mundo, pero en el otro se os dará además una medida generosa por parte de Dios, colmada, remecida, rebosante. Seamos comprensivos como Dios Padre es compasivo.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía del Lunes 24 de Febrero de 1986 en un Retiro dirigido a un grupo de señoras Colaboradoras de la comunidad religiosa Hijas María Inmaculada de Barcelona
Del libro «Homilías. Vol. II 1982-1995», publicado por Edimurtra