El evangelio de hoy es muy hermoso y es para meditarlo. Porque todo el mundo recuerda siempre bien y fácil que en la última cena Cristo instauró la Eucaristía, ese sacramento de la caridad que Él subraya, explicándoles, en este evangelio de San Juan: que han de amarse los unos a los otros como Dios les ama, como Él mismo les ama. San Juan, cuando era viejecito y le llevaban sosteniéndole porque no podía subir las gradas, celebraba la Eucaristía y le hacían predicar. Decía: “hijitos míos, amaos los unos a los otros como Dios nos ama”. Se quejaban los discípulos diciéndole que eso lo decía siempre y pidiéndole que les contara otras cosas. Él decía que en eso está todo, que es el mejor resumen de todo y que él, que era viejecito, por qué iba a emplear el tiempo en cosas secundarias. Él insistía repitiéndolo una y otra vez, machaconamente, porque ahí está toda la sabiduría de Dios, toda la Revelación está concentrada ahí: amaos los unos a los otros como Dios os ama.
Pues bien, en está última cena en que Cristo proclama esto, en ese mismo lugar, en esa misma hora, en esta misma circunstancia de la cena, además de erigir la Eucaristía y de recordar este mandamiento de amor, da otro mandamiento que tenemos un poco marginado, olvidado. Es el que habéis oído: Jesús, que es el Señor, lava los pies a sus discípulos. Lavar los pies era el acto de mayor humildad, de más ínfimo servicio, porque en una casa, cuando había huéspedes, el lavarlos era cosa del último de los esclavos. Si no los había, era cosa del niño más pequeño, que en aquella época no era nada, tanto que el padre hasta lo podía matar y nadie le pedía cuentas.
Jesús lava pies. Pedro no lo ve propio. Es como si ahora fuéramos a visitar al señor obispo y nos dijera que nos montásemos en un coche de caballos haciendo él de cochero. Nosotros no lo toleraríamos de ningún modo. Pues Pedro hace lo mismo cuando Jesús quiso lavarle los pies. Cristo le dice que para tener parte con Él hay que servir, porque Él predica el amor, lo cual quiere decir servicio, servir a los demás. Si Pedro no entendía eso, es que tampoco estaba dispuesto a ser el último y lavar los pies a los demás. Lo ha de entender para poder tener parte con Jesús. Pedro lo comprende y aprende la lección.
Jesús, después de lavarles los pies, se volvió a cubrir con el manto. Qué gesto tan hermoso de decir que uno se ha desnudado por amor y por servicio. Luego vendrán otros que lo harán con rabia, con odio en la cruz. Y les manda un mandamiento paralelo al del amor: servíos así unos a otros, yo os he dado ejemplo.
Desde entonces, porque son dos mandamientos dados en la misma circunstancia, hora y ocasión, no pueden ir separados, son dos caras de la misma medalla, es falso el amor si no va acompañado de entrega y de servicio. Es falso el servicio que se hace sin amor, porque es para chantajear, para adular o en sentido masoquista. No es el que Dios pide. Nunca pueden ir separados el amor y esta obra de misericordia a los demás. Que en esta noche esto nos quede siempre muy grabado: no puede haber amor sin hacerse esclavo de los demás por amor. Y jamás hacerse esclavo por servilismo, sino por amor también.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía del Jueves Santo 28 de Marzo de 1991 en casa de una familia amiga de México D F.
Del libro «Homilías. Vol. II 1982-1995», publicado por Edimurtra