En el evangelio de San Lucas del que hemos leído la pasión, vemos a Cristo camino del Calvario, abandonado de tantos, muriendo en la cruz. Todos los que estáis aquí en esta misa estáis llamados a ser seguidores suyos, de verdad, pero no a seguirle con pies cansinos, a rastras, sino con una decisión libre, libérrima de vuestro corazón, con toda fuerza. Estáis llamados unos como sacerdotes, otros como diáconos, las mujeres como eran las santas mujeres que seguían a Cristo. A eso estáis llamados, no sólo a ser cristianos porque estéis bautizados y luego sigáis una vida así, ni fu ni fa. No, a ser unos cristianos conscientes que consagran su vida a seguir a Cristo, a eso estáis llamados. Y ¡qué mal lo hacemos! Cada uno se ha de examinar a sí mismo, porque cada uno tiene que dar cuentas de lo suyo, no de lo de los demás, fundamentalmente de lo suyo.  ¡Qué mal lo hacemos! ¿Seguimos a Cristo con toda nuestra fuerza, contentos, con garbo, con alegría, con entrega, sin regatear sacrificio, queriendo cada día ser más como Él desea que seamos? ¿O nos vamos quedando cada día un poco más atrás, en vez de estar más pegados a Él?

Cada uno se ha de analizar a sí mismo. Pero buen día es éste en que empieza la semana santa, en que empieza la lectura de la pasión de Cristo que ha de mover todas nuestras entretelas, todo lo más hondo de nuestro corazón, para decir: Aquí en tu muerte, mata todo lo malo nuestro, todo nuestro ser ni fríos ni tibios, toda nuestra apatía, todas nuestras artimañas, todos nuestros autoengaños, todo lo malo que hay en nosotros, mátalo Jesús con tu muerte. Tú que venciste la muerte, que venciste al diablo, destruye en nosotros lo que hay de tentación del diablo, lo que hay de mal, lo que no es según caridad, lo que no es según el Espíritu Santo. Tú nos conoces bien, Tú que sabías que Pedro te iba a negar tres veces antes de cantar el gallo y que luego le miraste, él salió fuera y lloró amargamente. Tú que nos conoces, Tú que sabes  todo, no hace falta que nos lo digas, como se lo dijiste a Pedro, pero Tú con tu mirada, límpianos el corazón, con tu muerte mata en nosotros todo lo que no es tuyo, lo que es malo.

Ojalá que al final de la semana, cuando conmemoremos la Pascua en la que Tú resucitas, también nosotros resucitemos como hombres nuevos, como cristianos más auténticos, que podamos decir: sólo somos cristos como Tú quieres que lo seamos.

 

Alfredo Rubio de Castarlenas 

 

Homilía del Domingo 23 de Marzo de 1986 en Barcelona

Del libro «Homilías. Vol. II 1982-1995», publicado por Edimurtra 

Comparte esta publicación

Deja un comentario