Después de esta Eucaristía muchos de nosotros iremos a otra Eucaristía; iremos al cementerio de Cerdanyola, donde está de cuerpo presente una persona que muchos de vosotros habíais conocido, muchos también incluso habíais convivido con él. Ya sabéis a quién me refiero: a Carlos. Carlos murió el viernes por la tarde estando Encarna y Nieves saliendo de Modolell, llegando a su casa, se encontraron a Carlos muerto. Cuando Jordi estaba hablando y decía de la Navidad, cuando aquel niño puso el papel en blanco porque lo que él esperaba más, no había llegado nunca, y lo atribuye él a esa transcendencia, que, si no tenemos en el corazón a Dios Padre, de qué nos servirán todas las cosas. Y un ejemplo de esta ausencia, de esos dolores es porque, pensando ahora en Nieves y en la madre de Carlos, estas Navidades, ¡qué!; aunque gente que no supieran le llenaran la casa de regalos de Navidad, ¡qué!, si pierde a su hijo; frente a esta ausencia de su hijo, ¡de su hijo, de su hijo! Se comprende entonces eso que estaba diciendo Jordi muy bien.
Aquí estáis hoy los “jordis”, especialmente ésta es vuestra Eucaristía, en la Universidad, aquí, donde nació la Casa de Santiago de manera pública; vosotros sois unos continuadores modernizados, podíamos decir, sois “jorges”, claroeulalios. Vosotros tenéis que ser grandes defensores de esclavitudes a la mujer, de la mujer esclava del hombre, y del hombre esclavo de la mujer, para que sean libres.
Pero hay otras muchas esclavitudes, y una de ellas ya la conocemos: la que ha atenazado la vida de Carlos. También hay que luchar, también tenéis que luchar contra estas otras esclavitudes. ¡Pobre Carlos!
Yo quiero recordar un momento aquí en la intimidad -tenemos tiempo para llegar-, porque seguramente la Eucaristía que haremos allí delante de la gente que haya, sobre todo de la familia, no se podrán decir estas cosas. Pero yo creo que Carlos, primero, era un muchacho de muchas dotes humanas, de simpatía, de todo, muy listo, muy agudo -no diré que fuera un superdotado, pero muy agudo intelectualmente-, y de muy buen corazón; incluso una vez, puedo decirlo -no era en secreto de confesión-, había pensado muy seriamente cuando era joven -tenía 15 años o cosa así- ingresar en el Seminario; lo sentía muy vivamente. Y no había olvidado él eso, y lo tenía en su corazón. Pero la vida lo llevó por otros derroteros y se sabía él prisionero incapaz de poderse salir de esto que le atenazaba. Me acuerdo cuando, por su madre, nos lo llevamos a Trujillo, cuando él no quiso volver a donde estaba allí en el Pirineo, y la familia quedó encantadísima, se vino con nosotros a Trujillo. Una tarde él tuvo interés en hablar conmigo, y estuvimos hablando mucho; y fruto de aquella conversación también subsiguiente recibió la Comunión deseoso, y verdaderamente qué emocionado estaba después de tantos años poder acercarse a la Eucaristía. Se sentía prisionero él, superior a sus fuerzas. Era como un náufrago que hacía todo lo que podía para agarrarse a un asidero sabiendo que no tendría ni fuerzas para poderlo hacer. Se fue de Trujillo en la vorágine en que estaba envuelto a pesar de que se le tendieron todas las manos allí, y vino a Barcelona, en fin, y fue otra vez como náufrago a parar al puerto de la Murtra. Y realmente la presencia de Ana Castro -le he dicho que llamara a Carmen Romero-, fueron verdaderamente dos ángeles para él, que le salvaron la vida, se puede decir que auténticamente le salvaron la vida, si no, se habría muerto ya hace tiempo, hubiera tardado muy poco en morirse en el estado en que estaba. Gracias a ellas dos, a su tesón a su servicio, etc., le salvaron la vida, y él esto lo sabía; porque cuando yo fui a verle allí al hospital de Valle Hebrón de Barcelona, estuve hablando con él, era totalmente consciente y totalmente agradecido a lo que habían hecho con él. Salió. Estaba abierto otra vez a tenderle una mano, pero él mismo sabía que eso no podía ser, estaba prisionero de sí mismo, y ha ocurrido lo que estaba anunciado que ocurriría. Pero aparte de que tuviera cualidades humanas, tenía un buen corazón. Era víctima de toda la vorágine que hay hoy en la sociedad que nos esclaviza.
¡Bien, Jordis, luchad contra esto, contra esta esclavitud!
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía de 21 de Diciembre de 1991 en la universidad