… y este mes, naturalmente es el mes en que precisamente es su fiesta, ¡Cuánto desearíamos, venir también mañana a celebrar como siempre! Pero mañana hay tanta gente, que no es posible encontrar una hora tranquila para poder hacerlo. Sí que alguno de nosotros concelebraremos con el señor arzobispo a las siete y media de la tarde en el pontifical que hace. Esta celebración íntima, familiar la hacemos el día antes, hoy. Pero ahora son las doce, es ya la víspera de santa Eulalia, pero mira por donde también es la Virgen de Lourdes, tanto, que no podemos celebrar la misa de santa Eulalia, sino que tenemos que celebrar la de la Virgen de Lourdes; pero no es un mal cambio, ¡eh! Celebrar una misa en la estancia de santa Eulalia en honor de la Virgen María, pues ella estará contentísima. Y celebrar esta advocación de María, la Virgen de Lourdes, realmente llega muy profundo porque es una devoción de tantos enfermos, de tantos favores que la gente recibe allí. Y yo, con toda simplicidad de corazón, le tengo que dar gracias, bien lo sabéis, en aquel verano, hace dos veranos en que estaba yo tan malamente, tan malamente. Y fue Juan Miguel el que se empeñó en que fuese a Lourdes. Yo le decía que por qué tenía que ir a Lourdes si no podía con mi alma, que me estaba muriendo. Y además le dije: mira muchacho, la Virgen es la misma en todas partes, y si me quiere ayudar, puede hacerlo, aquí, allá, y no es necesario que vaya. Bueno, al final me llevaron. Fui, muy bien, y aquí estoy, y no he parado en estos dos años. De manera que yo personalmente le tengo que agradecer este favor tan grande, y sin ninguna, digamos, presunción de decir: mira, la Virgen realmente me ha ayudado a ponerme mejor, y… No, no, yo de lo que estoy convencido es que, primero diría: este hombre es tan pecador que no puede entrar en el Cielo, y hay que arreglarlo un poco, a ver si así se arrepiente de todo, penitencia, y se pone un poco mejor para ser menos indigno de llegar al purgatorio, ya veremos, pero bueno, llegar al purgatorio. Quizá la Virgen también diga que todavía no es conveniente que este hombre se vaya, porque una de las cosas que lleva entre manos, eso de la Casa de Santiago, las Claraeulalias, tantas cosas…

Sea por lo que sea, sí que tengo que agradecer a la Virgen que desde aquel día mismo estoy mejor, y cuando llegué aquí después del viaje, ¡oh!, ¡qué ha pasado está como antes! Y no se explicaban que yo estuviese mucho mejor, es decir, como antes. Los volví a ver y me dijeron que estaba un poco mejor que antes, más que en la otra visita. Y ahora he estado hace unos días para pedir permiso para poder viajar, y me han dicho que me he estabilizado; mejor sería que no estuviese muy mal, pero bueno, dentro de todo que estoy estabilizado. Y no se lo explican. Yo no les he dicho… Pero aquí entre nosotros, a la Virgen María de Lourdes hoy le doy gracias. Ella sabrá por qué, por qué no tengo el gozo de entrar ya en la Casa del Padre, porque aquí en el mundo falta mucha tranquilidad mucha paz por todas partes. Bueno, pues mira, cuando Dios quiera…

 

También pedimos en esta celebración por una mujer que ha muerto. Es muy lamentable para los familiares separarse de ella, se llamaba Martina; y mientras he entrado ahora a la sacristía, estaba la madre de esta. Y le he preguntado cuántos años tenía su madre. Ella me ha dicho que noventa y dos años, ¡nada menos, noventa y dos años! Pidamos por esta madre, que ya que su hija está aquí en la capilla de santa Eulalia, que santa Eulalia también la haya protegido, y que esta mujer, junto con todos los santos del Cielo tan queridos, Tante, Clemente, Pedro Llaurens, pues ayude, sea un intercesor más…

 

Pues que, en esta fiesta gozosa de Lourdes, una fiesta tan entrañable para los enfermos, y también para mí, démosle gracias.

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

Homilía de 11 de Febrero de 1993 en la cripta de la catedral de Barcelona

Comparte esta publicación

Deja un comentario