… nos prepara a predicar realmente en esta fiesta que hacemos hoy: el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Con esta Nueva Alianza, y después con esta Carta de san Pablo que nos explica que ya se han acabado los hombres, realmente eran sus remordimientos, porque la conciencia, otras veces, les va a hacer ver claro que no obran como tendrían que hacerlo. Después la gente no sabe qué hacer, pedir perdón a aquellas personas con las que he sido injusto, rezar a Dios, a la divinidad, y van a implantar en las religiones naturales los sacrificios, a veces sacrificios terribles en estas religiones del mundo, de matar a los primogénitos, de tirar a las vírgenes por un volcán. Todo por hacerse amigos de los dioses, sacrificarles lo que más entrañable podía ser. Eso ya fue modificado por el Viejo Testamento: eran unos animales, unas primicias, y que había que sacrificar hoy un animal, y mañana otro, y cada día de nuevo, y en las fiestas grandes más todavía, porque creían que con eso podían conquistar que Dios los mirase con una mirada de misericordia.
Pero cuando viene Cristo dice que la gente que con estas cosas materiales ya se arregla, y que sin embargo hay que purificar el corazón y portarse bien. Los enemigos de Cristo lo persiguieron y lo mataron. Hicieron aquel sacrificio, pero no los sacerdotes de Dios: a Cristo no lo mató un sacerdote de Dios Padre, lo matan los enemigos. Por lo tanto, nosotros que seguimos a Cristo, ya no somos sacerdotes como los de antes, somos de otra manera, es un nuevo sacerdocio de Cristo. No matamos animales porque la sangre de Cristo ya es infinitamente suficiente, y tampoco matamos a ninguno para conquistar el perdón de Dios. Con el sacrificio que hizo Cristo hay bastante para siempre. Pero los enemigos de Cristo continuarán matando desgraciadamente a mucha gente, y habrá muchos mártires. Es una pena, porque no tendría que haber ninguno, pues no son necesarios. Ya con Cristo es suficientísimo para esta Nueva Alianza. Nosotros, precisamente porque no tenemos que matar a ninguno, ni animales ni personas, pues ya somos amigos de Dios sin hacer nada más. Gracias al sacrificio de Cristo, nos acordamos de que los enemigos de Dios y de Cristo lo mataron; y esta sangre inocente ya nos conquistó para siempre el amor, el perdón y la misericordia de Dios.
Jesús, con aquella ternura de que Él mismo había preparado el lugar para hacer esta cosa tan importante que era reunirse en la Pascua con sus discípulos, ya tenía pensado lo que había que hacer, ya había avisado al propietario del lugar, tenía a un hombre allá con un candil para que esperase a los discípulos para que los guiase y acabasen de arreglar aquella habitación, con cojines, etc., para poder tener aquel trozo de Reino de Dios en medio del mundo. Y allá, en la intimidad con sus apóstoles y algunos discípulos de María, aquellas mujeres que acompañaban a los discípulos con tanta solicitud, instauró la Eucaristía. Y, como dice san Juan, también les habló con el corazón en la mano, como quien se despide. Y todo lo que dijo, como nos dice san Juan, se puede resumir en estas palabras que son del Nuevo Testamento: Amaos los unos a los otros. No de cualquier manera, no como se ama uno a sí mismo, que eso es del viejo Testamento, eso es bien poca cosa: amad a los otros, los unos a los otros como Dios Padre me ama a mí y yo os amo a vosotros. Es una nueva manera de amar. Nuestras fuerzas son bien insuficientes para hacerlo. Necesitamos al Espíritu Santo, el que Él nos prometió y nos envió en Pentecostés para saber cumplir el amor de Dios para poder amar a los demás con amor de Dios, con caridad, que es un amor con una dimensión infinita.
Eso fue lo que dijo en aquella intimidad. ¿Y qué es eso del Cuerpo y la Sangre de Cristo? ¿Qué es eso? ¿Eso que dijo en aquella intimidad de aquella santa Cena, en que los discípulos estaban apiñados a su alrededor, en que tenía a su discípulo más pequeño bien cerca y reposaba su cabeza en el vientre de Jesús preguntándole cosas?
Ahora esta fiesta se vive en todas las calles, en todas las terrazas, se grita el Misterio de Jesús, y se canta el “Incarnatus est”, y el “Tantum ergo”, etc., se canta con todo el entusiasmo alrededor de todo el mundo, por todas las calles y plazas. Ahora se dice lo que Él decía a cada uno de ellos. Celebramos el Cuerpo y la Sangre de Cristo de esta manera, se lleva por todo el mundo toda esta Buena Nueva de Jesús. ¡Gritémosla! Eso es la fiesta de hoy, y llenándola de contenido -amaos los unos a los otros-, eso es lo que hemos de hacer cada día, con las palabras y con el ejemplo. Amaos los unos a los otros, pero como se aman, como nos ama Dios Padre y Cristo, con una Caridad que no se cansa de amar, con una Caridad que no se preocupa de si los otros corresponden o no, que ama a los amigos y hasta a los enemigos. Que no importa otra cosa en este mundo que amar, amar y seguir amando hasta el último suspiro, siempre.
La Caridad es transparente, no pide nada, lo espera todo, pero lo espera todo en el más allá, y no se preocupa de lo que pasa aquí si uno es correspondido o no. Es una llama que ilumina. Sepamos predicar eso por todas partes: amémonos como Dios nos ama.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía de 9 de Junio de 1985 en Sant Jeroni de la Murtra