Hoy estoy lleno de indignación. Hacía tiempo que no venía a esta capilla y encontrarme el altar convertido en una habitación de trastos. Tienen convertido este sitio en una cueva de ladrones, y en algo verdaderamente repugnante la casa de Dios.

 

Hoy es san Alberto Magno; vamos a construir sobre esta roca firme las cosas, y vamos a celebrar san Alberto Magno. Pero el sábado próximo, más vale que no haya misa aquí mientras esto no esté como es debido, como es digno de Dios, y no convertido en esta trastera inmunda. Más vale venir aquí y trabajar limpiando esto, poniendo los suelos lo mejor posible, sin una colilla, poniendo las cosas todas en orden; si quieren después cogerlo, que vengan, pero eso ha de estar digno por nuestra parte. No podemos ver aquí manos paradas, cobardes, entreguistas de esto porque está hecho una cuadra, porque dirán: si ustedes tienen eso hecho una cuadra, pues qué importa ya cerrar la capilla y convertir eso en lo que sea. Que no sea por culpa nuestra que entren aquí a echarnos, pero no de este modo siquiera.

 

Es san Alberto Magno, y cuánto nos alegramos que en esta capilla dedicada a la Madre Inmaculada, la Virgen María, en esta fiesta, y en este enfado mío de indignación, esté presente Tante, esta roca firme. Parece tan débil. En esa roca firme hay que empezar a tener esta capilla brillante. Si es necesario, viniendo todos aquí a sacar el polvo, a arreglarla, a dar el espectáculo que se queden maravillados, ¡carambas, con qué dignidad! ¡A ver si entonces se atreven!

 

San Alberto Magno. Un nombre, Alberto, el nombre de un hombre, de una persona. Pero que va rodeado de algo delante, algo después de pronunciar este nombre; santo, san Alberto, y Magno. Evidentemente ya vemos que este adjetivo Magno, yuxtapuesto, hace referencia a que él, como hombre en este mundo, como científico, realmente había alcanzado en su tiempo unas alturas grandísimas.

Y la otra palabra que se añade, santo, es que en el orden sobrenatural también había alcanzado por su humildad, por su apertura a recibir las gracias de Dios, la cumbre de la santidad.

 

¿Qué es lo que queremos nosotros con la Universidad abierta, cuyo patrón es san Alberto Magno, llamada Albertiana? Esto justamente, estar abiertos con sensibilidad a toda la marcha de la ciencia de hoy en sus diversos aspectos, y a la vez alcanzar con la gracia de Dios, lo más que podamos, esa santidad que Dios nos da, y a la vez nos exige. Cuando llamamos nosotros sencillamente la Albertiana, pues no le ponemos ni este prefijo ni este sufijo. ¿Por qué? Porque queremos que la gente de la Universidad Albertiana sean magnos, y sean santos, y sean las personas lo que constituya esta palabra por delante de la Albertiana: santos, albertianos, magnos. Esto es lo que verdaderamente deseamos.

 

¿Qué quiere decir santo? Santo significa separado, o sea, algo que está aparte, algo que no se lleva la riada, la vorágine de este mundo, con esa riada de orgullo, de vanidad, de soberbias, de frivolidades. No, está se-parado de esto; han sido rescatados de esta vorágine del mundo para ser realmente caminantes hacia nuestro destino, verdaderos hijos de Dios, gozando de la claridad de la fe, gozando también de la libertad de los hijos de Dios.

¿Y qué quiere decir magno? Conocéis todos vosotros una virtud que se llama la magnanimidad; es esta generosidad de corazón, es este desde Dios imitarle en tender siempre la mano a todo el mundo, dispuestos a perdonar setenta veces siete, a repartir todo lo que tenemos en beneficio de todo el mundo; repartir también con generosidad nuestra sabiduría, nuestra experiencia, nuestros conocimientos, nuestra profundización en la teología. Todo repartirlo, esto es ser magnánimos. Se es magno, no tanto por lo que se tiene, sino por lo que se da. De nada serviría saber mucha ciencia y retenerla para uno aprovechando en su beneficio y no repartiéndola con generosidad a todos. La magnanimidad es algo que mira a los demás, un corazón ancho sin ninguna puerta que se cierre a él, una generosidad total de todo y de uno mismo; esto es ser magno.

 

Pues bien, en la fiesta de hoy quiero ser breve para que nos quede un poco de tiempo todavía de poner eso un poco más ordenado; creo que será nuestro mejor homenaje en la Universidad: poner un poco mejor la casa de Dios en la Universidad.

 

Pidámosle, pues, a san Alberto Magno que salve esta Universidad, y guíe de su mano la Albertiana.

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

Homilía de 19 de Noviembre de 1985 en la Universidad de Barcelona

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