Una vez más estamos aquí reunidos, y veo muchas caras que son asiduas a esta misa del día de la Inmaculada en recuerdo de nuestra entrañable María Corral. Ella celebraba el cumpleaños hace dos días, el 6, que ahora se ha convertido en el día de la Constitución.
Ella constituyó también muchas cosas en su vida. Todo aquel proyecto preparación, con todos los terrenos, de aquel sanatorio de Terrassa, y después otras cosas. Hoy, en cambio, es la fiesta de su santo. Me acuerdo yo cómo nos reunía en este día de hoy a muchas personas en su casa, y celebraba con gran alegría, y esplendidez, su santo, porque lo hacía en honor de María Inmaculada, de la Concepción Inmaculada de María. Cuando ella vino a Barcelona para instalarse, para empezar su trabajo tan exquisito y tan bien hecho, se instaló, sí. Pero el ensanche era muy grande, y podía ser en una calle o en otra, más alta o más baja. Yo creo que, si escogió esa calle de Lauria, quizá lo hizo porque estaba en la parroquia de su nombre, la parroquia de la Inmaculada Concepción, que no sólo está en la iglesia grande -que a mí también me emociona porque aquí estuve bautizado-, sino que también está en esa capilla recoleta, que también nos preside. Es hermoso poder estar aquí con esta imagen en estas circunstancias.
Ella vivió primero en la misma escalera de Ámbito II, y luego, definitivamente ya, en Ámbito I.
Este recuerdo de doña María que nos congrega aquí, también sirve para que de año en año veamos qué camino hemos recorrido, qué cosas hemos hecho, o qué cosas hemos dejado de hacer. Yo siempre digo que cuando Dios quiera, por su misericordia, esté [yo] en los umbrales del cielo, y veré una montaña muy grande; y entonces yo preguntaré qué es eso. Porque los pecados que uno hace, más o menos cae en la cuenta, y se arrepiente muy vivamente. Pero de los de omisión, ni nos enteramos. Y éstos, hay que ponerlos allí en la misericordia de Dios, y Él nos los perdonará.
Pues también al hacer repaso de un año, cuánto de lo que tendríamos que haber hecho, hemos hecho.
Pues ahora, pedirle por intercesión de doña María que nos ayude, para que Dios, con su misericordia, nos los perdone.
El evangelio de hoy, ayer lo celebrábamos en la capilla de la Inmaculada de la universidad. A mí me sorprendió aquella lectura -porque nunca lo había pensado-, con el pasaje en que Dios dice a Eva que pondrá enemistad entre ella y la serpiente (el diablo), profetizando ya en ese momento a María Inmaculada, vencedora desde siempre al diablo. Y en María, todas las mujeres. Yo decía allí que todas las mujeres, en María, tienen que ser este ejército valiente, intrépido en todas partes, vencedoras del diablo, para liberar al mundo de todas sus tretas, de todos sus engaños, de todas sus trampas. ¡Qué hermoso papel el de las mujeres!
Doña María, ciertamente vio con unos ojos sorprendentemente clarividentes el que realmente era hermoso formar sacerdotes, como ella me preguntó en la primera vez que le vi, en que me preguntó cómo los querría yo formar. Yo le expuse un poco el plano: gente madura, sensata, probada, con elegancia de espíritu, sacrificada, etc. Y dijo que eso le gustaba mucho. Y así decidió ella, como sabéis, darnos aquella casa de General Vives.
Ella también tenía otro proyecto, del cual nos habló, que ella intentaba hacer -quién sabe dónde y cómo- un centro de atención a las personas mayores. Luego surgieron las Claraeulalias. Algunas, las primeras, tuvieron la alegría de conocerla. Y han sido las Claraeulalias las que, desarrollándose, creciendo, han hecho realidad ese proyecto de doña María: hay dos grupos en casa que se ocupan de los ancianos, no en Barcelona, pero cerca. Bien está.
Lo que no veíamos ni ella ni nosotros en aquel momento, era la importancia de los medios de comunicación social, es decir, un arma maravillosa que podéis tener para esta lucha contra el diablo, que tanto se interfiere en este mundo, queriendo hacer fracasar en muchos lugares, tiempos y circunstancias la Redención de Cristo. Claro que no lo va a lograr, pero da mordiscos, como dice también este evangelio. Qué hermoso que, con algunos sacerdotes de la Casa de Santiago, tan querida por ella, y muchas Claraeulalias, ¡muchas!, se haya desarrollado esta labor en los medios de comunicación social. Saber utilizar la televisión, la radio, los periódicos, las publicaciones, las editoriales…, y en todo eso estáis vosotras, y no sólo aquí sino, como bien sabéis, fuera de aquí. Ayer nos llamó Juan Miguel desde Bogotá para contarnos que ayer tenían una cena las dos Claraeulalias y él con el nuevo secretario. Se reunieron en casa de ellas. Fue una cena, me dijeron, muy profunda, agradable y de una conversación maravillosa en ese pequeño grupo.
Nos consuela ver estos medios de comunicación, ese servicio utilizándolos para esta lucha que debéis tener las mujeres en María contra el diablo. Ahora bien, vosotras sois sujetos de esta lucha -lo dice el evangelio-, tenéis unas armas en vuestra mano -los medios de comunicación social, entre otras cosas-. Pero ¿y el contenido? Se podría pensar que, si se trata de una lucha, hay que emplear las mismas armas que el enemigo: esta violencia, este odio implacable… No, no podemos odiar a nadie.
¿Cómo es el contenido de esas armas que tenéis que expandir con todos los medios en el mundo para luchar? Yo diría que son las armas de Cristo: la paz. La paz os doy, no como la da el mundo; mi paz os doy. La tremenda alegría de la Resurrección; de María también, en esta fiesta, en esta conmemoración -qué hermosa es la imagen de Ntra. Sra. de la Alegría en la catedral de Barcelona-. Ésas son las armas. Una enorme donación de paz, alegría, caridad. Un ejemplo estupendo de esperanza, de fe fuerte, como santa Eulalia. Ése es vuestro contenido, ésas son vuestras armas, ése es vuestro oficio, ¡qué hermoso!
Pensando en esto, si me permitís -estamos aquí en la intimidad-, esta noche me garrapateé un soneto que recoge estas ideas, y que con toda confianza os voy a leer en homenaje a doña María, que tanto se esforzó en ser realmente una imitadora de ese ejemplo de la Inmaculada Concepción:
SONETO-24.
Ojalá que, vosotras que tanto cultiváis la música, gracias a que, con vuestra caridad, vuestra alegría espantáis al mal, que siempre reunáis -gracias a estos medios de comunicación que prolongan vuestra voz- por donde estéis, los pensamientos de los sacerdotes que con su ministerio sacerdotal ayudan dando muchas ideas y desarrollando el evangelio. Que realmente reunáis siempre un coro de gente salvada, no de gritos de odio, sino de cantos de amor a María Inmaculada y a Cristo.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía de 8 de Diciembre de 991 en la parroquia de la Concepción, en Barcelona, con motivo del aniversario del nacimiento de María Corral