Estamos celebrando la misa del lunes después del segundo domingo de Adviento. El evangelio es el de la curación de aquel paralítico que meten por el tejado, porque no podían entrar por la puerta de tanta multitud que había. Entonces Jesús les dice, viendo tanta fe que tenían él y los que llevaban: “Hombre, tus pecados están perdonados.” Cosa que causa el escándalo, le tratan de blasfemo; ¿quién puede perdonar los pecados sino Dios, quién es éste? Entonces Él no entra en esa discusión de quien es Él ni si puede perdonar. No entra en ninguna discusión teórica, Él va a darles una demostración práctica. Vamos a ver, decir así, hablar que perdonados te son tus pecados, pues sí, realmente es fácil, lo puede decir cualquiera, podrá ser verdad, podrá ser un blasfemo el que lo diga. Decirlo es muy fácil. Pero para que veáis que yo lo digo con verdadera potestad, voy a decir otra cosa que es mucho más fácil, no de decir sino de que se realice de una manera visible: toma tu camilla, levántate, anda, vete a tu casa. Si a este hombre, que es cojo, yo se lo digo y él se cura de repente, esto os hará ver que es verdad que si yo digo que sus pecados son perdonados también están perdonados. Es un hecho. Luego discutid vosotros porqué lo hago yo y en potestad de quién. Tanto es así que eso les convence, ven  que se cura el paralítico y dicen: pues es verdad, este hombre tiene una potestad sobrenatural que cura a ese paralítico, después de perdonar los pecados. Pero como no quieren aceptarlo, entonces dicen: tiene potestad de hacer estas cosas en nombre de Belcebú. Es el demonio el que le da esa potestad de curar enfermos. Porque no quieren dar su brazo a torcer, son de dura cerviz, no quieren sacar la consecuencia que Cristo les ofrece. 

 

Bien, todos nosotros cristianos tenemos potestad de Cristo de ser sus evangelistas, los que hemos venido hasta el confín del mundo para llevar su mensaje del Reino de Dios, la Redención que Él nos ha traído, la gracia, la predicación que hizo de que nos hemos de amar como Él nos ama. Quiere decir esto que también tenemos potestad de curar los pecados, que son las verdaderas enfermedades de las personas. Quizá mucha gente, si ve que decimos que perdonados te son tus pecados, nos digan: bueno, eso lo puede decir cualquiera, puedes decirlo para darte importancia, puede ser comedia. Seguramente algunas veces tendremos que hacer lo mismo que Jesús, decir otra cosa más difícil para que lo vean y así se convenzan, si quieren, si no son tan duros de cerviz, como aquellos. ¿Y qué podremos hacer? Mirad, este pecador al que le perdono los pecados era un hombre que estaba esclavizado, estaba atado por su soberbia, su egoísmo, su vanidad, sus afanes de poder, de vanagloria, de riqueza, de lujuria, estaba atado por todo esto. Yo le he perdonado, y para que veas, ahora se va a levantar y va a empezar a caminar. Va a caminar por la vida siendo amable, servicial, siendo justo, amando a los demás, sacrificándose por ellos, muerto a su egoísmo y a su soberbia, y va a pasar por la vida siendo una maravilla y dando unos frutos extraordinarios de paz, de alegría, de justicia y de bondad. ¿Qué te parece, no es mucho más difícil hacer que esa persona dé estos frutos en vez de que yo le diga que perdonados le son sus pecados? Lo grande es que, fruto de este perdón, vas a ver cómo camina dando gloria a Dios y volviendo a su casa. ¿Y cual es la nueva casa de este hombre? Es el Reino de los Cielos, que es donde se da gloria a Dios, y allí donde se da gloria a Dios aquello queda convertido en Reino de los Cielos.  

Pues bien, perdonados son nuestros pecados. No hagamos quedar mal a Cristo. Empecemos a caminar siendo ya hombres nuevos, pasando como Él haciendo el bien y dando gloria a Dios, y así crear un Reino de Dios en nuestro entorno. Amén.   

 

Alfredo Rubio de Castarlenas 

 

Homilía del Lunes 30 de noviembre  de 1987 en  Barcelona 

Del libro «Homilías. Vol. II 1982-1995», publicado por Edimurtra 

 

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