Este Evangelio es muy oportuno en estos días en que estamos aquí reunidos, deseando que el Espíritu Santo se nos haga presente de una manera especial, aunque sólo fuera litúrgicamente, pero la liturgia es la participación viva en estos Misterios de Cristo. Y recordar en estos días lo vivido en la Pascua, lo que la Iglesia, a través de esta liturgia, nos trae a la memoria de un modo especial: esas apariciones de Jesús, este Camino de la Alegría. Estas apariciones de Jesús, estas preguntas que le hace a Pedro por tres veces, como digo en el libro de la Andadura, no dejan de reflejar una confesión de Pedro también en la Trinidad: en Jesús como transparencia del Padre, en Jesús como el Verbo Encarnado, en Jesús que envía el Amor, el Espíritu Santo, haciendo este examen que es el que en definitiva nos harán a todos para entrar en el Cielo.

 

Estaba contando el otro día –me parece que a Souza– que este Camino de la Alegría en Santo Domingo, Domingo ha hecho, ha empujado que lo hicieran los fieles de su parroquia, una parroquia verdaderamente pobrísima –hay que visitarla y a uno se le ponen los pelos de punta cómo viven aquella gente–. Pues aquella gente tan sencilla, y por eso quizá con ojos transparentes, tan entendedora de los Misterios de Dios, lo tomaron con un interés enorme, y representaron estas escenas del Camino de la Alegría a lo largo de cuatro domingos de la Pascua, y hacían 3 o 4 cada vez. Y no sólo en ésta que hoy recordamos de una manera especial nos lo trae a la memoria el Evangelio, sino en todas; lo hacían con una unción, con una entrega, viviéndolo tan profundamente, que eso traspasaba enormemente las cualidades histriónicas, teatrales, que podían tener aquellas personas, que no sabían nada de esto, de teatro; lo vivían tan intensamente, que emocionaban profundamente a todos los asistentes. Y me contaban precisamente que una de estas representaciones –la que hoy nos recuerda–, en este examen que realmente a todos nos será hecho, la gente lloraba de emoción. Ojalá a nosotros también nos pasara lo mismo.

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

Homilía de 17 de Mayo de 1991 en Begues

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