Este evangelio de hoy, por una parte, nos dicta de un modo ex profeso que Jesús vuelve a Caná de Galilea, donde había hecho aquella primera señal de convertir el agua en vino. Y ahora vuelve por segunda vez y aquí hace otro prodigio, que es curar a aquel niño que estaba moribundo. El primer milagro, todos dicen que tiene una significación transcendente, no sólo que aquellas tinajas de agua que estaban preparadas para las abluciones las convierte en vino, en vino mejor, en vino generoso, sino que significan que aquellas aguas que servían para purificarse en el Viejo Testamento quedan transformadas en el banquete en vino generoso de este nuevo sacrificio, de esta nueva manera de perdonar los pecados que tiene Dios ofreciéndose Él en sacrificio. Es un paso del Viejo al Nuevo Testamento, de aquellas virtudes que no podían alcanzar verdaderamente todavía el Reino de los Cielos. Y en cambio, el signo del vino que ya es el reino en caridad conseguido por Cristo en la cruz, el reino de la Iglesia de Dios, el reino de amor en este mundo es reino de amor.

En este segundo milagro Dios cura a aquel niño moribundo. Naturalmente, que se relacione a los dos quiere decir que también tiene una significación trascendente. El pueblo de Israel, el pueblo pagano del mundo está muriéndose, incluso en sus hijos jóvenes que son los que podían ofrecer mayor esperanza de futuro. Están agonizando. La Humanidad está, fruto del pecado, tan enferma, que agoniza. Y sin embargo Cristo, con su sola voz, con su sola presencia aun desde lejos, lo pone sano y salvo. Es el resto de Israel encabezado por María, por José, por Juan Bautista, por los apóstoles. Este resto de Israel estaría mortecino sin la presencia de Jesús, pues resucita y realiza por fin aquella misión que tenía de llevar a Dios por todos los lugares del mundo: un reino de amor, un reino de caridad, de humildad, de generosidad en que, realmente, por eso establece un cielo en la tierra. Lo resucita desde su estado mortecino.

Pues esto es lo que deseamos que Dios Cristo haga con nosotros. Que nos dé a beber este vino de la Eucaristía que nos alimenta con una vida nueva, no ya mortecina sino vivísima para seguir aquí caminando en este mundo con Cristo, y así alcanzar el dintel y traspasarlo en el Reino Eterno.

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

Homilía de 10 de Marzo de 1991 en la casa del clero de Santiago de Chile

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