Decíamos que celebrar el nacimiento es celebrar también la muerte que es la que nos lleva al Cielo, aunque se tenía un poco de tristeza al vislumbrar que la muerte de Cristo no sólo era muerte, era muerte con odio, con persecución, con un dolor sobreañadido de cruz y eso hacía que María tuviera traspasado su corazón, como le dice Simón cuando presenta al niño al templo. Pues bien, inmediatamente después de la Navidad se celebra el día de San Esteban, el primer protomártir, el que pone así -explica-, esta entrega por amor de la vida que cada uno tiene que hacer. Es hermoso que inmediatamente al día siguiente, parece como por casualidad, la liturgia pone la festividad de San Esteban, pero no, la liturgia tiene sus misterios. Hoy, 27 de diciembre, es la fiesta de San Juan que, como nos acaba de decir este evangelio que hemos leído, era aquel discípulo que Jesús amaba tanto.

 

Ciertamente Dios Padre ama a todos con infinito amor, no caben diferencias de poco ni de mucho, ama como Dios y su amor no tiene límites, ama a todos con infinito amor y nada menos que infinito amor de Dios. Cristo, imagen del Padre – perfectísima transparencia de Él-, qué duda cabe que ama a todos con igual amor de su corazón humano, sí, pero que es cuna y está embebido del Espíritu Santo, infinito amor de Dios; Cristo ama a todos lo mismo, infinitamente, porque nos ama con el mismo amor de Dios Padre. Entonces que de hecho amara más a unos que a otros, no era por esa fuente de amor que era su corazón. En una habitación, si las ventanas están cerradas, el sol es el mismo, pero entra poca luz, si se abren un poco entra más, si se abren de par en par entra a raudales y no hay ninguna sombra dentro del ámbito de esta habitación. ¿Se puede decir entonces que esta habitación tiene más sol, esta más soleada que otra? El sol es el mismo, es que han abierto las ventanas de par en par, y así Juan habría abierto su corazón de par en par, por eso la gente dice que es tan amado del Señor, tan soleado.

 

Pues bien, que esta misa nos sirva para desear nosotros también tener los ojos, los brazos del corazón abiertos de par en par a Cristo. Muchas veces nos apegamos a personas porque encontramos en ellas un trocito del mensaje de Dios que estábamos esperando, que intuíamos, que nos alegra encontrar. Pero todas estas personas mensajeras que portan un rayo de luz a nuestra vida, son camino para que al final nos encontremos siempre y, ojalá que pronto, con el mismo sol, con Jesús mismo que nos espera, Dios hecho hombre que nos espera para inundarnos de amor.

 

Que sepamos cada vez más ir abriendo las ventanas, yo diría derribando paredes y quitando techos. No sólo para que el sol entre por la ventana abierta sino para que seamos todo aire para que realmente podamos ser todo luz.

 

 

Alfredo Rubio de Castarlenas 

 

Homilía del Domingo 27 de diciembre de 1987 en  Barcelona

Del libro «Homilías. Vol. II 1982-1995», publicado por Edimurtra 

Comparte esta publicación

Deja un comentario