El evangelio nos habla de la multiplicación de los alimentos para saciar a la gente, una multiplicación milagrosa. El amor es un milagro y siempre hace milagros. Me alegro que estas lecturas que hacen referencia al hambre y la manera de saciarla, hayan sido las de hoy. La FAO es un instrumento en manos de las organizaciones humanas de buena voluntad para preocuparse, en sus posibilidades humanas, de cómo no pasar hambre, de cómo pueden estar los alimentos bien distribuidos, multiplicados para que alcancen a todo el mundo y se sacien las masas. Fue un empeño realmente humanitario nacido hace muchos años, y qué duda cabe también que a muchas personas que trabajaban en ponerlo en pie, también les inspiraba un espíritu de solidaridad humana desde un punto de vista trascendental, por ser creyentes en Dios y sentirnos todos hermanos, ya fuera de una u otra confesión. Y ahí está todo el historial enorme de la FAO.
Pero en esta encrucijada en que nos encontramos hoy, en este alumbrar un nuevo mundo fruto de la técnica que avanza tan enormemente, en que hay un desfase grande entre los avances tecnológicos y toda una sociología, una política y una economía, la gente va detrás con la lengua fuera para ver cómo se organiza todo esto. Claro, la manera sencilla de cortar por lo sano es suprimir los problemas, y no hay duda de que en muchas esferas de alto mando económico y político las masas sobran. Esas masas que eran necesarias para trabajar, ahora incluso en los países industrializados hay grandes masas de parados que sobran y también como consumidores para mantener esas industrias sobran porque se abarata tanto la producción con todos esos mecanismos técnicos para no pagar sueldos a las personas. Además, las máquinas no hacen huelga, no tienen seguros de enfermedad, no piden vacaciones, etc. Ellas lo hacen mejor. Se abarata tanto que, con una producción equilibrada para las élites, para los gobernantes, para las personas de estado más alto, ya basta. Las masas no hacen más que consumir materias primas, crear problemas de parados que no saben qué hacer, pues hay que darles escuelas, universidades, hay que inventarles quehaceres, la civilización del ocio para que sepan entretenerse en algo y éstos producen revoluciones sociales, inquietudes; hay que hacer medios de comunicación, hay que montar muchísimas cosas, hospitales, escuelas, es muy caro, ¿y para qué?, para nada, no son necesarios. Siempre son una fuente de posible insurrección, de descontento, de revolución, de querer ser ellos estas élites. Para las élites sobran, es mejor eliminarlas.
Sin embargo, triunfará el amor, hará que se multipliquen los panes, empezando alguien a abrir las manos y repartir lo que tiene, alguna nación del norte empezará, entonces, por invitación, las otras también. Europa rebosa sebo, mantequilla, leche, frutas congeladas, rebosa de abundancia. En ese espíritu excesivamente económico de esos puestos de mando económico, la gente son números y son menos importantes todavía que aquellos caballos de la agricultura que también eran inútiles al salir los tractores. Aun los campesinos querían más a sus caballos que estas personas que están tan distantes, que son las que dan órdenes económicas a toda la financiación mundial. Sólo el amor puede hacer este milagro de que el norte -ese norte saciado y con tantas alacenas llenas, tantas despensas a rebosar que hasta se estropean y no saben dónde meter las nuevas cosechas-, abra las manos. Y este sur, en vez de estar fascinado con peleas, con luchas, revoluciones, el matarse por tonterías, por vanidades superfluas de poder, de ambiciones, pequeñas también, reciba lo que necesita, se sacie y hasta sobren doce canastas. Sólo el amor.
Jesucristo hizo milagros, pero, como os decía, el amor es el milagro. Si se hace este milagro que está a nuestro alcance, dejándonos llenar de Espíritu Santo, los otros milagros vienen por añadidura.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía del Jueves 23 de junio de 1988 en Barcelona
Del libro «Homilías. Vol. II 1982-1995», publicado por Edimurtra