Yo diría que es la carta magna del voluntariado. Aquí reconoce que hay gente que trabaja, que no necesita de ganarse la vida para mantener a su familia, etc. Y trabajan: hago tal trabajo, me dan tal sueldo, y a mí lo que interesa es hacer lo que tengo que hacer, porque si no, no me darían trabajo y de esta manera tengo un sueldo; pero no me interesa el contenido de este trabajo. Naturalmente, si llega un momento en que este trabajo exigiese una situación heroica, no pagan para eso, pagan por lo normal, no por jugarse la vida, defender a estas ovejas contra el lobo, y naturalmente no se hace obligado esto tan heroico.
En cambio, el que es pastor y propietario de estas ovejas, que las ama, que las conoce por su nombre y ellas reconocen a su pastor su propia voz, éste sí que se juega la vida de buen pastor porque las ama.
De manera que todos nosotros que estamos aquí, estamos aquí porque queremos, estamos aquí porque nos sentimos llamados por Dios, estamos aquí porque creemos que es muy importante por el bien de los demás, por el bien nuestro, por la gloria de Dios −siempre van ligadas las tres cosas−, dedicar las energías de nuestra vida con sacrificio, dedicarla a todo eso que llevamos entre manos, y no queremos ningún salario. Malo cuando uno pide un salario, malo: se convierte de ser pastor, señor, en una persona que se sitúa fuera, marginado, auto marginado. Tiene que ser ante todo una entrega. Naturalmente esta entrega ha de tener las compensaciones necesarias para poder hacer aquello que está haciendo, claro, todo el mundo tiene que comer, eso origina unos gastos. Por eso en la parábola del hijo pródigo que, cuando regresa, hacen una fiesta y el hermano mayor se enfada, y el padre le dice: pero hijo mío, no digas eso porque he matado un animal, es fiesta, tu hermano ha venido. Pero continúa protestando y el padre le dice: ¿pero no sabes que todo lo mío es tuyo? Claro, cuando uno es pastor, y todos los que son pastores, todo lo que es de uno es de los otros, todo lo que es del padre es del hijo, todo es común, nadie tiene nada, pero todos y cada uno lo tienen todo, ¡qué maravilla!
Cuando hablamos nosotros en el Ámbito, gente que está en el paro o gente que tiene horas libres, se les convoca y se les llama voluntariamente a hacer una labor que vale la pena hacer, sea en la Cruz Roja, sea en tantas cosas que pueden hacerse en bien de los demás. Son voluntarios, no van allá por un salario, tienen la vida solucionada. Naturalmente lo que hagan allá, lo que les cueste, si tienen que trasladarse, si tienen que comer en medio de estos trabajos, naturalmente eso se les da, pero son voluntarios, van porque están enamorados, porque creen que es bueno eso que llevan entre manos, es bueno para los demás, es una acción buena. Ahora mismo he leído, no sé dónde, que se había hecho voluntaria muchísima gente para ir a limpiar bosques, porque realmente los bosques, si no están limpios, tienen mucho más peligro que…
… contemplando la belleza de la naturaleza, tomando el sol con tanta gente en las playas y lo mismo en la montaña…, lo pasarán la mar de bien. Además, comerán, cenarán, los llevarán y los retornarán, pero no lo hacen por un salario, lo hacen voluntariamente, ¡qué hermoso es eso!
Si eso es así ya en el plano natural, ¡Cuánto más en el plano sobrenatural! Malo si fuésemos nosotros, ministros ordenados, o si fuesen laicos que quisiesen trabajar en estas cosas con un afán de provecho personal, con un afán de subir de esta manera con ambiciones para llegar a otros puestos porque consideran eso como un mérito, ¡malo! Tenemos que ser libres, tenemos que ser voluntarios con todo el corazón, precisamente así será como seremos señores del universo, ajardinándolo, señores de la Creación con Dios Padre, reyes con Cristo Rey y no personas un poco esclavizadas por su trabajo que lo venden por un dinero, pero después no sabrán qué hacer, no serán heroicos y sí será muy triste y aburrida su vida. De manera que, con este evangelio, carta magna del trabajo voluntario y abnegado, ¡hasta la cruz, si es necesario, para gloria de Dios y de los otros y de nuestro bien!
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía de 4 de Noviembre de 1988 en Les Gunyoles, Penedés, Barcelona