En este momento estamos en la homilía de esta misa que celebramos, de esta Eucaristía, en honor de san Pío X, este papa que vivió en este siglo, era el primer papa del siglo, y que ya está canonizado hace mucho tiempo, Pío X. Para mí tiene un recuerdo especial porque yo fui alumno del Colegio en Roma que entonces se llamaba del beato Pío X, porque sólo era beato, y luego se canonizó, y el Colegio ha cambiado de nombre, ahora es de san Pío X. Pero, en fin, yo estaba en el Colegio cuando todavía era beato.

 

Pues esta fiesta la recordamos hoy de un modo especial en la Eucaristía, como digo, y estamos aquí tranquilos, sentados, alrededor del altar, vosotros que no sólo venís después a los Coloquios, sino que un ratito antes estáis ya en la Eucaristía, con una manifestación muy clara de fe en Dios y de fe en Cristo y en su mensaje, en su mensaje de amor. Y ¡qué bien se está! Estamos aquí sentados en este lugar tan bello; yo veo el mar un poquito a través de la bruma, pero vosotros lo veis mejor mirando para acá, ¡qué hermoso es todo esto que ha hecho el Señor!

 

Estamos aquí, pues, en una expresión de fe. Aquí podemos hablar de Dios, el Misterio más misterioso, pero a la vez la luz más luminosa. En los Coloquios, como veis vosotros que asististeis ya al de ayer, y seguramente estaréis también en los de hoy, hablo de la alegría de existir de una manera que no nombro a Dios, ni como origen ni como fin, porque hablo en lo que todos los hombres nacidos tienen que estar de acuerdo, sean cristianos o no, aunque sean ateos. Seguramente en uno de esos cafés tan concurridos de Almuñécar, a la hora del aperitivo en que hay tantas gentes de tantos lugares, de tantos sitios, si preguntáramos a los que están en la terraza de un mismo café: usted ¿de dónde viene? Pues yo soy holandés. ¿Y usted? Yo soy noruego. ¿Y usted? Pues mire, yo he venido, soy japonés, he venido por primera vez a España. Y les fuéramos preguntando: y usted ¿es cristiano? Pues yo sí, diría quizás el holandés. Pues yo no, diría quizás el noruego, yo soy cristiano, sí, pero luterano. El japonés: pues no, budista. Y quizás encontráramos otras personas de otros países o de la misma España: y usted, ¿Qué religión tiene! No, ninguna, yo soy agnóstico; o yo soy ateo. A pesar de esas diferencias, resulta que todos están en la misma terraza del café, y todos son atendidos por el camarero, y todos están tomando cosas muy parecidas y están en la terraza del café, y quizás entablan conversación entre ellos: qué buen día, qué diferencia del mes de agosto en Holanda o en Noruega –yo vengo de allí y está lloviendo a mares y no se ve el sol ni por casualidad–. Se pueden hablar muchas cosas.

 

Algo más importante que la terraza de un café es la plataforma de la filosofía, es decir, del esfuerzo de pensar de la razón, que eso nos concierne a todos: holandeses, españoles, chinos, japoneses, cristianos y no cristianos, creyentes y ateos, porque todos somos seres humanos que convivimos en esta enorme terraza que es este mundo en que estamos y nos movemos. Y estamos juntos, codo a codo, sentados en mesas próximas, respirando el mismo aire y comiendo el mismo pan. Y tenemos que charlar porque tenemos en común que existimos, que somos hombres y que tenemos la razón, esta facultad de pensar, y eso sólo nos obliga a intercambiar un diálogo. Y el santo padre en este viaje que acaba de realizar por África, buen testimonio ha dado, se ha reunido a hablar con los animistas, se ha reunido a hablar con los musulmanes, se ha reunido a hablar con gente incluso que no tienen ninguna fe; porque el hecho de ser hombres, de existir, de contemplar este sol, de respirar este aire, de ser hermanos en el nacer, en el luchar en la vida, en el sufrir y en el morir, nos obliga a sentirnos, nada más que por eso, ya verdaderos hermanos solidarios en esta aventura de vivir.

 

Imagínense ustedes que en una de esas astronaves que lanzan al espacio Estados Unidos o Rusia, y que llevan tripulaciones reducidas, pero que a veces son de distintos países; ahora recientemente el príncipe de Arabia Saudita ha ido en una de estas cápsulas que ha transportado el Columbia, y ha ido con otras personas de otras naciones y de otros credos. Cuando están encerrados en aquella cápsula, ¿es que porque tengan un credo distinto no se pueden hablar?, ¿es que no se deben ayudar en aquella cápsula para que esa cápsula funcione bien y se encuentre otra vez con el Columbia para regresar a la Tierra? Allí, juntos en el espacio, se han de ayudar, han de hablarse, han de procurar ser amigos, a pesar de que cada uno sea de una raza, de un país o de una creencia; se han de ayudar, si no, esa astronave se perdería en medio del universo. Han de convivir, han de intercambiarse sus pensamientos, incluso han de procurar ser muy amigos y quererse bien.

Todos nosotros somos marineros, astronautas en esta cápsula que es la Tierra que va girando por estos universos tan infinitos. Nos hemos de encontrar y sentirnos, por ser hombres, por existir, por ser seres humanos y porque tenemos una razón para dialogar unos con otros, y mediante esto expresar nuestros pensamientos, nuestras dudas, nuestras fes, nuestras creencias, todo, nos hemos de sentir cercanos y muy hermanos por el sólo hecho de existir. Luego, nosotros, los que somos cristianos, los que somos católicos, los que tenemos fe, los que comprendemos esta Revelación que a través de los profetas y de Cristo nos da el Misterio que es Dios, y lo hacemos nuestro y lo hacemos luz para nuestro vivir, ¡qué hermoso es que cuando nos reunimos, como en este momento, alrededor del altar podamos hablar en nombre de este Misterio y en nombre de Dios! Y por ejemplo, si yo ayer dirigiéndome a todas las gentes, incluso ateos, les decía: nos ha tocado la lotería de existir, porque teníamos todas las probabilidades de que las cosas fueran de otro modo, y en jamás de los jamases existiéramos, nos ha tocado la lotería de existir, aquí, ahora, rodeando a Dios, que es nuestro centro, podemos decir algo que en el fondo es lo mismo, y aún más grande: Dios nos pensó desde toda la eternidad, desde toda la eternidad Dios nos conoce, Dios pensó en nosotros, Dios pensó que existiéramos; pero fijaos que las criaturas que Dios puede pensar son infinitas, y entre esas infinitas posibles criaturas que Dios puede pensar, pensó en nosotros; luego nos ha tocado la inmensa lotería de existir desde la mente de Dios, porque Dios podía haber decidido que existieran otros en vez de existir nosotros entre las infinitas posibilidades de seres existentes que puede pensar Dios, y nos eligió, determinó que fuéramos nosotros. Si estamos contentos cuando nos toca en la lotería el premio gordo por el azar de sacar las bolas estos niños que nos presentan en la televisión con aquellos aparatos redondos que hacen girar; si ya nos alegra que nos tocara el gordo, fruto de la casualidad, ¡Cuánto más todavía nos ha de alegrar saber que nos ha tocado el premio gordo de existir, no por la casualidad ciega, sino por la mente de Dios que nos escogió, que nos amó a nosotros en concreto, personalmente! Si ayer decía yo: es que tendríamos que salir saltando de alegría por las plazas: ¡me ha tocado la gran cosa de existir, cuando cualquier cosita hubiera impedido que existiera! Hoy es que ya no sé lo que tendríamos que hacer, saltar hasta las estrellas para decir: ¡qué alegría tengo de que me haya tocado el premio de existir desde la mente de Dios, por voluntad de Dios, por amor de Dios, por elección de Dios. La alegría de ayer se nos queda muy corta, la alegría de ahora es centuplicada, multiplicada por mil, pero ésa sólo es para nosotros, los que tenemos fe, los que creemos en esta Revelación de Dios, los que creemos que Dios es Padre, que es infinito, que es omnisciente, que conoce todo, que es eterno y por lo tanto desde toda la eternidad me ama. Eso es para nosotros. La fe es un don. Si tenemos este preciado don de la fe, ¡qué brillante, qué diamante, qué perla fina!, como dice el Evangelio. Pero cuando se habla a todos los hombres con el deseo de que quién sabe si se alegran de existir, es la mejor manera que podemos irlos pastoreando para que un día, cuando reciban el don de la fe, se abran a él con reduplicada alegría.

 

Pero qué hermoso que estamos aquí ahora y podemos hablar así, en cristiano, con el corazón en la mano, palpitando de fe. Si ayer estábamos contentos de que nos hubiera tocado la chamba de existir, hoy más contentos aun de saber que esta existencia nuestra es una chamba inmensa entre los infinitos seres que podían existir y que no existirán jamás, y sin embargo Dios nos escogió precisamente a los existentes. Nosotros que por la fe lo sabemos, e incluso los demás, que aún no lo saben, pero que también fueron elegidos por el amor de Dios. ¡Cómo tenemos que ir hacia ellos hablándoles en un lenguaje común que ellos tengan que aceptar, establecer un dialogo así, caminar juntos, quererles mucho, y por ende también ellos, quizás, ojalá, y no en el final de su vida en el momento de su muerte cuando las cosas se ven tan claras, sino también pronto, a lo largo de su vida, puedan tener también la alegría de poder venir aquí, a la Eucaristía, a recibirla como la mayor luz.

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

Homilía de 21 de Agosto de 1985 en la Ermita de la Punta La Mona, La Herradura, Granada

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