… y que Jesús le dice: ya lo entenderás. El Maestro, el Señor, al final de este Evangelio lo dice: soy el Maestro y el Señor, y decís bien, lo soy, pues si soy yo el Maestro y el Señor y os he lavado los pies, también vosotros debéis hacer lo mismo unos con otros.
¿Qué significaba lavar los pies? Era hacerse esclavo y servidor por amor, libremente, de las demás personas. A aquella casa llegaban los invitados de lejos, a alguna cena, por aquellos caminos polvorientos, con calor, y entonces era una función del esclavo de la casa lavar los pies a los invitados para que estuvieran cómodos al pasar al comedor, era ésta, como digo, labor de los siervos. En las casas que no tenían esclavos porque eran más pobrecitas y no habían podido comprar ningún esclavo, ni tenían tampoco ningún prisionero hecho en las guerras que pasaban a esa condición de esclavos, esta labor la hacía el hijo más pequeñito, porque los hijos también eran un poco siervos de los padres, y el hijo más pequeño es el que tenía esta obligación. Y Jesús que es el Señor, que es el Maestro, se hace esclavo allí en aquella reunión del cenáculo, no tenían ningún servidor, ningún esclavo, claro que no; Él se hace esclavo de los demás por amor y libremente.
Pues bien, eso es lo que nos enseña Jesús con este gesto. Libremente, por amor, nosotros nos hemos de hacer servidores hasta este límite de voluntariamente y amorosamente ser siervos y esclavos de nuestros hermanos. Mirad el mundo, todo el mundo quiere mandar, todo el mundo quiere tener poder, todo el mundo se erige en cabeza para regir a los demás, que los demás nos obedezcan y nos sirvan, ¡qué lucha por el poder en todas partes!, desde en el interior de las familias, en el interior de los lugares de trabajo, nadie quiere servir, todos quieren mandar. Ser cristiano es exactamente todo lo contrario, hasta cuando no queda más remedio que recibir ese encargo de tener que dirigir a otros en el trabajo, en las cosas, aun eso hay que tomarlo exclusivamente como un servicio a los demás, no como una potestad que tenemos, un servicio. Con qué suavidad, con qué dulzura, con qué ternura, con qué cuidado, con qué respeto hemos de mandar. Si éste es el oficio que hemos de desarrollar, hemos de mandar sirviendo, pero contentos quizá de no tener este oficio, ojalá no lo tengamos que tener, sino que podamos ocuparnos en otras cosas para que quede más clara nuestra postura de servir a los otros. Ésta es la lección. Si no, no somos cristianos, si no tenemos este espíritu dentro de nosotros, no somos cristianos. Seríamos como Pedro que todavía no entiende. Pero después de dos mil años, ¿Cómo vamos a permitirnos esta tontería de no entender aún?
En esta noche tan propicia para estar acurrucados junto al Santísimo Sacramento del altar en un coloquio de corazón a corazón, como Juan y Jesús en el banquete pascual, allí reclinados en su hombro: Señor, enséñame a no tener deseos de mando, de poder, de sojuzgar a los demás, no, sino de servirles siempre con amor, con libertad, porque deseo que sea así, no porque me lo mande nadie, que salga espontáneo de mi corazón, servir a los demás con amor. ¿Cómo vamos a cumplir el mandamiento de Jesús: amaos los unos a los otros como Yo os he amado? Él nos ama así y hemos de seguir su ejemplo fruto del amor que nos hemos de tener, es ayudarnos unos a otros, es servirnos unos a otros, ¡qué maravilla! Cuando todos nos hacemos últimos, cuando todos nos hacemos así, siervos por amor de Dios, entonces no hay primeros, entonces verdaderamente somos hermanos, verdaderamente estamos entonces en el Reino de Dios, lejos de nosotros la tentación, esa tentación ante la que claudicó Judas de querer poder en el mundo. No. Sepamos amar, incluso –amar es servir–, incluso a los que nos odian, a los que nos pisotean, a los que nos quieren sojuzgar, incluso a éstos, devolverles bien por mal. Eso es ser cristiano, amar incluso a los que nos odian, si no, ¿en qué nos distinguiríamos de los que no son cristianos que también aman a sus amigos, pero en cambio aplican la ley del talión, de la venganza, del odio, para aquéllos que no los aman? Parece difícil, pero con Jesús que murió por nosotros por amor, ya no va a ser difícil. Si le seguimos a Él, sabremos amar así, sabremos hacernos esclavos.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía de 31 de Marzo de 1988 en las Jerónimas de Trujillo, Cáceres