Jordi me ha dicho que predicara. Le he dicho que no, que lo hiciera él, de la misma manera que estoy gozoso de verle presidir esta Eucaristía tan significativa. Porque, bien sabéis soy viejo, estoy enfermo, y deseo de todo corazón que todas las cosas, unas más acertadas, otras quizá menos, unas más importantes, otras quizá poco, unas más circunstanciales, otras en cambio de mayor transcendencia en el tiempo y en el futuro, pues todo esto, no esperar a que yo me muera para que entonces deprisa y corriendo alguien lo coja, y además con falta de entreno; sino que es mucho más alegre y mucho más plácido para mí, ver que esas cosas las vais cogiendo vosotros, cada uno alguna, y vais abriéndoos a la fe, a la esperanza, a la caridad en ellas, os vais entrenando; ¡qué alegría ver cómo crecéis en edad, gracia y sabiduría, y sois capaces de ir llevando todas las cosas, y además entendiéndolas tan profundamente en vuestro corazón! Yo hoy estoy feliz de estar aquí reunido con vosotros, aquí en esta capilla en que tanto hemos peregrinado en ella desde hace treinta años, tanto hemos soñado en ella, y tantos frutos ha dado, ¡qué hermoso es estar aquí, sin ninguna dificultad, como decía él. Y, además, veros a vosotros tan puntuales -no me refiero a la puntualidad en el tiempo, porque, ¡pobres!, los que han llegado más tarde se encontrarían ahora discriminados-, puntuales en la fidelidad a Jesús. Y presididos por el que debía presidir ciertamente esta Eucaristía, por Jordi, que eso es un motivo de gozo; pero un redoblado motivo de gozo es oírle esta plática que nos ha hecho en que se exalta de gozo él -recordaba yo el Magnificat de María, de la humildad, de la ultimidad- de cómo él se alegra de que estén clamando con sangre y con lágrimas, iracundos -que eso es triste, pero es un estallido de quien no puede más- por este contenido de la Universidad en todas estas revueltas que hay ahora en Francia, y cómo eso también sintoniza y viene de lejos, y eso le da a él convicción profunda de lo que está haciendo, aunque realmente veamos poco, no seamos capaces de ver más. Ayer estaba yo reunido con unos pocos, y les contaba que aquí en esta capilla, el 7 de diciembre del 61 se reunieron cinco para fundar una cosa que era chica, cinco personas, nada más. Pero aquello era tan importante, y tenían ese pálpito, que la iglesia estaba llena: del rector de la universidad, de catedráticos, de otras autoridades de otros sectores; estaba llena la iglesia. También percibían que, aunque aquello era un grano de trigo nada más, sería importante. Los mismos protagonistas de aquello, esos cinco, no podían ver todo el horizonte que aquel grupo de cinco de aquel momento aquí mismo ha producido a lo largo de estos años; y digo por ejemplo cosas colaterales, las Claraeulalias con todo lo que están haciendo en el mundo. Todo estaba aquí, no se puede ver. Ahora sois más de cinco en este momento, y otros tantos que podían estar aquí. No sois capaces todavía de ver toda la proyección de este germen que tenéis en vuestra mano, pero oírle a Jordi, que tiene esta intuición clara, esta vivencia profunda, este saberlo, saborearlo, y esta convicción, que la experiencia y el desengaño de otras cosas van profundizando y aclarando; verle a él es cuando uno puede decir: ya me puedo morir en paz, ya está, esto ya sé que está en buenas manos, en las suyas y en la nuestras. ¡Bendito sea Dios!

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

Homilía de 14 de Noviembre de 1990 en la universidad

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