Bueno, ¡cuántas cosas se habrán dicho bajo estas pajas tan bien puestas, estas hojas de palma, y cuánto habrá repercutido la palabra del Señor en el corazón de los que han estado aquí oyéndole y dialogando mutuamente cambiándose tantas vivencias. De manera que este sitio que está verdaderamente santificado por la palabra de Dios, pues qué bonito hacer aquí este hito, en esta excursión tan hermosa que hemos hecho por esas tierras altas de la isla dominicana, encontrar este sitio que realmente ha estado ungido por Dios para tantos corazones. Pues que las vibraciones, el eco de todas las cosas buenas nos entre en el corazón, nos lo vivifique, nos lo alegre, nos lo anime con fuerza para, como dice ese cartel, seguir este camino, y sólo a través del amor es cómo podemos llegar a abrazarnos con Cristo resucitado.
El Evangelio de hoy es una llamada un poco a la escatología. Pero es que cada uno, su privada escatología –hay una privada y otra pública–, la pública será cuando toda la humanidad llegue a este final, que por cualquier razón puede pasar: el choque de un satélite con nosotros, o un meteorito o un cometa; bien, pero entre tanto cada uno tiene su escatología, que es cuando se muere, se enfrenta con este final y esta apertura a la eternidad. Y como dice este Evangelio, no sabemos cuándo esto puede ocurrir: en cualquier momento, tantas circunstancias y causas. Y hemos de vivir gozosos en el presente, e incluso saboreando el presente de todas estas maravillas que Dios pone a nuestro lado –este paisaje, estos árboles, esta luz tan hermosa–, sabiendo, con urgencia, saber cantar un himno de gloria a Dios por esta belleza que nos regala cada día, para preparar así nuestro espíritu para estar dispuestos a saltar, a ver la belleza misma de Dios mismo.
Pues hala, que nos dé una buena excursión. Amén.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía de 23 de Noviembre de 1993 en el interior de República Dominicana