Lc 9, 57 – 62
En el evangelio, alguien pregunta a Cristo: ¿dónde vives, donde moras? Esto sale de lo más hondo de nuestro corazón, al querer seguirle: Cristo, ¿Dónde estás?, yo te quiero seguir. En el evangelio vemos muchas veces pequeñas insinuaciones, está dando por supuesto, como la cosa más natural, que Cristo se retiraba por las noches o en otros momentos del día a estar a solas y en silencio con su Dios Padre. Hay testimonios de ello y se dice en algunos momentos especialmente cruciales, pero ya se deja entrever que eso era lo normal de cada día.
También el evangelio dice de este afán nuestro de seguir a Cristo, que se reunía con sus discípulos lejos, en el bosque, donde no los pudiera encontrar nadie y, por ejemplo, cuando viene de predicar se los lleva para que descansen de la predicación, del camino que han hecho. También en otros momentos lo hace. Algunas veces se dice, pero como si se frustrara la cosa porque la gente los descubre y no los dejan estar reunidos en paz y tranquilos un tiempo. ¡Cuántas horas pasaría Jesús con sus discípulos, escondidos allí en el bosque, en casa de Pedro, cuántas noches, cuántas tardes, cuántas mañanas charlando, instruyéndoles!, porque eran muy romos los apóstoles y venían con muchas ideas preconcebidas, zelotes unos, otros como el padre de Santiago y de Juan, que eran tronadores. En fin, ¡Cuántas horas educándolos, qué seminario tan intenso tuvieron a solas los apóstoles, también algunos discípulos, algunas santas mujeres!
En el evangelio lo que se cuenta en directo es lo que hizo y lo que predicó Jesús; lo que rezaba a solas queda en la intimidad. Lo que diría a los apóstoles en estas horas también de intimidad queda en el alma, no nos lo cuenta el evangelio, pero nos da los suficientes datos para ver que eso además era lo más importante, ¡qué duda cabe!, la oración con Dios Padre. O la oración común de Jesús con sus discípulos y todo lo que les enseñaría; las parábolas se las explicaba luego a solas. Luego está el gran apostolado público, que es lo que especialmente nos relatan. ¿Qué quiere decir esto: Señor, donde estás?
Un sacerdote, una religiosa, un laico que quieren seguir a Cristo han de saber encontrar horas de soledad y silencio para estar, como Cristo, con Dios Padre, que no necesitaba tener una casa fija y una cama donde reclinar siempre su cabeza, sino donde estaba por las circunstancias, pero allí sabía encontrarse a solas, alejarse para estar en oración en soledad y silencio. ¿Queremos seguir a Cristo? Esto es lo más importante.
Lo segundo es saber estar con Cristo y con los hermanos íntimos, con la familia, como estamos ahora nosotros, una comunidad, unas personas que se conocen, que se aprecian, que están también felices de estar un ratito, una hora o más juntos, compartiendo emociones, compartiendo experiencias, deseos, planes apostólicos y, sobre todo, compartiendo estas horas alrededor de este altar. Esta Eucaristía es el mejor regalo a un amigo. El evangelio lo insinúa, pero como nosotros lo leemos y vemos tantas cosas que decía y hacía públicamente, fácilmente queremos imitarle haciendo también nosotros muchas cosas públicamente de la mañana a la noche y todos los días de la semana. ¡Qué equivocación, qué lectura superficial del evangelio! Si leemos bien, entre líneas, lo que insinúa, veríamos que seguir a Cristo es, ante todo, estar a solas con Dios Padre. Cuando queráis orar, subid a vuestra habitación y, cerrada la puerta decid: Padre mío que estás aquí conmigo, ¡qué maravilla!, Dios Padre, Papá – como le llamaba Jesús – Abba Papá. Amigo que estás aquí conmigo, ¡qué estupendo, cuánto me amas! En esa soledad es cuando se saborea de Tú a tú cuánto nos ama Dios Padre y cuánto nos ayuda para que le vayamos amando, a trancas y barrancas, pero que le vayamos amando como Él desea. Qué alegría en esa unidad de soledad y silencio que Él y nosotros queremos tener una sola voluntad. Él, que respeta nuestra libertad si nosotros queremos obrar el bien, quiere lo que queremos nosotros, y nosotros queremos lo que Él quiere, que es hacer el bien. ¡Qué hermoso tener una sola voluntad! como Él nos enseña en el padrenuestro.
¿De verdad queremos perdonar a nuestros enemigos? Sabemos que eso es lo principal del mandamiento suyo, amar a los enemigos, porque amar a los amigos lo hace todo el mundo. No, lo básico es amar a los enemigos, perdonarles para poderles amar,o amarles para poderles perdonar. Bueno, como lo hemos hecho, pues entonces Él nos perdona nuestras culpas, nos hace inmaculados. Al pie de la cruz estaba María, que era inmaculada por la inocencia, estaba María Magdalena de la que había sacado siete pecados, que también es inmaculada por la penitencia. Cuando por la penitencia, por el deseo de pedir perdón perdonamos a los otros, Dios nos perdona, somos inmaculados, tenemos esa túnica de fiesta y entonces, Él nos reclina en su Banquete, estamos aquí reclinados en su Banquete donde nunca falta el pan de cada día, donde la Eucaristía es permanente hasta el final de los siglos y por redundancia, después la providencia de Dios nos dará lo necesario. En este Banquete, revestidos de esa túnica de inmaculatez junto a Él, ¿cómo vamos a tener tentaciones? Cuando estamos más unidos a Él en esa otra cartuja – otro nivel de intimidad con Dios – que preside Cristo -esa cartuja familiar alrededor de la Eucaristía junto a Él- no tenemos tentación. En Él estamos libres de todo mal. Así puede vivirse la paz y la fiesta. Eso es lo principal, luego vendrán los apostolados. Pero ¡qué vacíos, qué palos de ciego, cuánto trabajar y poco fruto si hacemos apostolados sin haber hecho antes horas de soledad y silencio con Dios Padre en Cristo, con Cristo y por Cristo. Luego, horas con Dios Padre a solas! Y luego, horas presididos por Cristo en la Eucaristía de convivencia familiar que, como las piedras del río, unos con otros nos vamos puliendo, y entonces quedamos aptos para hacer este apostolado luego fuera. ¡Cuánto mejor sería menos horas de apostolado, más horas de soledad y silencio y más horas de comunidad! Con menos horas de apostolado haríamos muchísimo más, mucho más fruto, ¡qué duda cabe! El activismo es una herejía, es un dislate.
¡Qué hermoso! En este evangelio que nos han leído, precisamente en esta hora que estamos tan contentos de estar juntos, nos dice Cristo: “Deja que los muertos entierren a sus muertos”. Es cuando unos padres están vivos que nos necesitan. En el derecho natural la atención que les debemos pasa por encima de otras obligaciones del derecho canónico; las monjas lo saben bien, a veces una monja tiene un padre o una madre, ancianito, solo, y si no hay manera de que lo atienda nadie, no hay hermanos, nadie, le dan permiso para que salga del convento, que atienda a su padre y ya volverá cuándo muera, es lógico. Pero cuando se han muerto, ¿qué les podemos hacer?, que otros se encarguen de los funerales, de los entierros, de las cosas, que a eso a él ya no le beneficia nada, más vale que recemos por él.
La otra frase de Jesús dice: “Pero déjame primero despedirme de mi familia. Jesús le contestó: El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios.” Parece duro, ¿no podemos ir a despedirnos de la familia? ¡Pues claro que no, porque despedirse de la familia es una tontería! Porque lo que hay que hacer es otra cosa: arrastrar a la familia detrás de nosotros, no despedirnos y que se quede allí en las tinieblas, en el paganismo o en una fe tibia o siendo malos católicos. Lo que hemos de hacer es conquistar a la familia para que se venga detrás nuestro, como hizo María detrás de Jesús que le seguía con las santas mujeres, como María que estuvo al pie de la cruz. Que nuestra familia venga para atendernos, seguirnos, y ¡quién sabe si a estar al pie de nuestros sufrimientos también! Esto es lo que hemos de hacer. ¿Despedirnos: aquí os quedáis, adiós? No, ¡venid!
Cuando yo he entrado aquí y he saludado a la mamá de una de las muchachas de esta comunidad, ¡qué hermoso, la mamá viene para acá!, no tiene esta muchacha que decir: ahí te quedas, adiós. No, ¡que venga detrás de vosotros la familia, la familia grande de primos y sobrinos y tíos y tías, los vecinos, los amigos, todos detrás de vosotros para seguir a Cristo, qué maravilla! Pero para tener esta fuerza de arrastre para ser pescadores de hombres, hay que estar horas a solas con Dios Padre: Padre Amigo, ¡qué alegría que estés aquí! Y horas en comunidad con Cristo Eucarístico en medio. Así no dejamos nunca de estar unidos estemos donde estemos. Así, lo que hagamos, quizás a veces podemos hacer poca cosa por nuestras limitaciones o por la dureza de la gente, ¡quien sabe!, sin embargo, obraremos cosas estupendas si sabemos, siguiendo el evangelio, las insinuaciones, estar mucho con Dios Padre y mucho con Cristo y los hermanos, que son vivientes, que son otros cristos.
No me despido de ustedes, estemos donde estemos, estemos unidos, y ojalá detrás de nosotros vengan muchos.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía del Miércoles 28 de septiembre de 1988 en Santo Domingo (República Dominicana)
Del libro «Homilías. Vol. II 1982-1995», publicado por Edimurtra