(Ez 9, 1 -7; 10, 18 -22)
Cuando he llegado, estabais leyendo una lectura de la que nada más he oído lo de esta visión: que eran unos seres humanos pero que tenían alas, tenían también brazos, o sea que es algo que no es un ángel, claro, porque tiene brazos. Tampoco es meramente hombre porque tiene alas. Recordáis que a los ángeles, precisamente para señalar que no tienen cuerpo, les pintaban una carita que demostraba que eran personas. Y también les pintaban alas. Los querubines y los serafines, con aquel chiste de que eran traviesos, un día les dijo Jesús: os voy a pegar – en cierta parte de México no se puede decir -, y ellos movían las alas muy contentos diciendo: ¡Uy!, sí, sí, que te crees tú eso, pero no tenemos, ¿verdad? Bueno, pues esta imagen, esta visión, realmente es hermosa en el sentido de que, cuando decíamos que uno está dispuesto a volver a la nada porque no puede exigir nada, porque uno es un ser contingente, limitado en este mundo, porque si este mundo fuera de otro modo nosotros no existiríamos. Es un mundo con necesidades, donde hay limitaciones, guerras, traiciones, en fin, este es nuestro mundo en que hemos de tratar de hacer lo mejor que podamos las cosas para bien nuestro y para el bien para los demás. Cuando está dispuesto en esta humildad óntica encontramos que la nada no existe, es lo único que no existe y allí se encuentra al Ser Absoluto. Un Ser Absoluto que se revela y se descubre -también porque no hay ningún inconveniente de soberbia- el amor. Se descubre que Dios es amor. Además, y esto es lo que os digo hoy, a uno le salen alas.
Cuando una persona verdaderamente es amada de Dios sin poner ella ninguna dificultad para ello, ninguna capa de soberbia, ninguna, y corresponde a este amor, le salen alas. Entonces la vida es ligera, la vida es transportada a una paz interior, a una maravilla en que uno palpa la providencia. Uno palpa este amor de Dios en tantas cosas, en tantos detalles al día, entonces, uno también puede hacer tantas cosas que humanamente no sería capaz de hacer. Él regala realmente los dones del Espíritu Santo junto con su amor, tantos carismas, tantas ayudas, tantas caricias del Espíritu, etc. Se podía resumir todo como que uno, sin dejar de tener brazos y sin dejar de hacer con los brazos lo que tienen que hacer, le salen alas y nada es pesado, ningún trabajo, ninguna obligación. Ni las dificultades que puede haber en este mundo, todo, en el fondo, es ligero. Cuando Cristo decía: eso no lo entenderéis hasta que me veáis en alto. Ciertamente lo crucificaron muerto en cruz, pero ya tenía alas también, murió en alto, no murió con el peso en la tierra, murió en alto y desde ahí emprendió el vuelo de la Resurrección hacia Dios Padre.
De manera que no tengáis miedo. En este pozo que parece de la nada, nada, nada, encontramos a Dios. Encontramos al amor, y nos salen alas. No es baldío aquello que dice Cristo: en el Reino de Dios, ¿pero qué preguntáis?, todos somos como ángeles. No dejamos de ser nosotros, pero además somos como ángeles, hemos perdido el peso, hay una levitación interior, el alma no pesa y nada le pesa al alma, flota, tiene alas. Ya empezamos a ser desde este pozo como ángeles en el Reino de Dios.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía del Miércoles 10 de agosto de 1988 en Barcelona
Del libro «Homilías. Vol. II 1982-1995», publicado por Edimurtra