Estuve este verano en Asís donde la huella de San Francisco permanece viva por todos los parajes y paisajes. ¡Este Santo que dio un gran impulso a la devoción al Patriarca San José en la Europa de su tiempo y que aún perdura su influencia!

También visité la cercana ciudad de Gubio, la del lobo apaciguado por el Santo. Todos recordamos esa historia-leyenda de su vida. En Gubio había un lobo montaraz y carnicero que era el terror de ganados y vecinos. Unos dicen ahora, que era un lobo de verdad, otros que era el apelativo de un hombre ladrón y peligroso que traía en jaque a la gente por aquellos alrededores. Sea lo que fuere, San Francisco le habló mansamente.

El Santo, que había ido a entrevistarse con el terrible Sultán en la reciente Cruzada y le había convertido al menos en el secreto de su corazón musulmán, no temía tampoco, ir hablar con ese animal u hombre feroz que asolaba los contornos.

Éste ciertamente mataba las piezas de ganado para comer. Como cualquier hijo de Dios, tenía derecho a la vida y al sustento necesario. San Francisco le convenció para que, en vez de robar, pidiera las vituallas precisas, mansa y humildemente, por las casas ya que él era un desposeído de ganados y campos, y además nadie necesitaba de su posible ayuda trabajando.

Al principio todo fue bien. La gente, maravillada del cambio operado por la intervención de San Francisco convirtiendo en agradecido can al que era lobo feroz, le daban con buena voluntad hasta más de lo que necesitaba. Pero poco a poco se fueron cansando de esa generosidad. Escatimaban sus dádivas hasta que llegaron a sacar a patadas de sus casas a ese lobo devenido manso perro.

En defensa de su vida, ese animal volvió a ser lobo. Un día el Santo de Asís fue a buscarlo de nuevo. «No te acerques Francisco, que pudiera hacerte daño. Ya vez como me tratan por ser bueno, la gente de Gubio. No tengo más remedio que volver al campo para defender mi vida».

San Francisco quedó muy triste. Le había sido fácil cambiar a aquel lobo que sólo necesitaba lo justo para vivir. En cambio, le había sido imposible cambiar el corazón de los que tenían más de lo necesario para que practicaran un poco de justicia social y dieran opciones de medrar al desposeído.

Desgraciadamente esta triste sociología de Gubio, hoy finales del siglo XX, no sólo sigue rigiendo en las pequeñas aglomeraciones humanas, sino en los Estados del mundo entero. Y San Francisco, intentando ahora también acariciar a este lobo trémulo de lógica rabia, sigue triste, impotente de milagrear a los egoístas, codiciosos y soberbios.

Alfredo Rubio de Castarlenas

Publicado en:
La Montaña de San José, noviembre de 1987.

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