El Sol sale por Oriente y va a posarse en el Occidente. Esto decimos desde nuestro balcón. Pero es una manera vieja y anacrónica de hablar. Desde que Juan Sebastián Elcano dejó bien sentado –y surcado– que la Tierra era esférica, cualquier punto es Oriente y Occidente a la vez. Para Asia el oriente no sólo es el Japón; lo es más aún América.

Las culturas, como el sol, sí que parece que han girado de Asia hacia Occidente en la época histórica. De la milenaria y refinada China muchos saberes pasaron a la India y a los indoeuropeos, y éstos saltaron a América donde se encontraron y fusionaron con otras culturas que también tenían sus raíces en Asia, pero el ciclo prehistórico, cuando se realizó la grandísima epopeya del primer descubrimiento de ese despoblado Continente hace más de 30 mil años.

La palabra «China» quiere decir país del centro. Si como dicen muchos, allí nació la humanidad, es como si ese pueblo hubiera tenido su Big Bang esparciéndose por todo el resto del planeta… quizá por eso sintonizamos pronto allí con sus habitantes.

En el siglo XX, USA ha sido la indiscutible primera potencia Mundial. Rusia no llegó a su plenitud ni Europa a «rehacerse».

¡América!: colosos del Norte y –Brasil– del Sur… También hervor de vida exuberante en todas sus demás Repúblicas…

Pero el sol sale de nuevo para Asia. Viene del lado andino y de las montañas rocosas allende el Pacífico. Asia será, no cabe duda, y ya lo empieza a ser, la gran potencia del futuro. En esto están todos de acuerdo. La pregunta que atosiga a muchos y también a ellos es: ¿qué serán esos países asiáticos para entonces? ¿qué cultura, qué modos, qué políticas alumbrarán?

China, en recursos y en seres humanos, es más de diez veces el Japón y en territorio no digamos. Y ya tiene la energía –y la bomba– atómica. Y una ciudadanía culta, abnegada y cuidadosa para el trabajo, por difícil que éste sea. Se les ve un despertar, una ilusión en sus pupilas; les ensancha el pecho la esperanza. Afortunadamente, parece que dentro de él palpita un buen corazón. Cosa semejante, en sus respectivas escalas, podría decirse de la India, Malasia y otros países de ese tan variado continente. La humanidad vive inserta en el misterio. Siempre se pregunta y nunca se responde el último término: ¿por qué existe algo en vez de nada?

Nuestra razón, por ser nuestra, es limitada como lo somos nosotros mismos. No puede, por tanto, explicar la propia raíz del ser.

Pero no sólo hay misterios metafísicos. También los hay constantemente a nuestro alrededor, incluso en nuestro interior. Antes no éramos ¡y ahora somos! sin ser causa de nuestra propia existencia.

Pero: ¿qué somos y para qué? Asia, en gran parte, nos es también un misterio grande, múltiple, inabarcable. Renunciemos a quererla entender y predecir del todo su curso. Sepamos esperar y ver, acompañándola fraternalmente.

Repito: ¡A pesar de las incógnitas, apuesto a su buen corazón!

Alfredo Rubio de Castarlenas

Publicado en:
Revista RE, segunda etapa, Nº 2, mayo de 1989.

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