Mt 6, 7 -15

Con motivo del X aniversario de la muerte de doña Francisca Güell.

El Evangelio que acaban de proclamar es el que corresponde a la liturgia  del día de hoy. No así las lecturas primeras, que son lecturas especiales para las conmemoraciones de un alma que ya ha ido al Cielo. Qué oportuno es cuando Jesús dice a sus discípulos que no tienen que decir tantas palabras, como los paganos, como si Dios no supiera ya lo que necesitamos. En cambio, habría que orar así, sencillamente, con esta oración tan entrañable: el Padrenuestro. Pero ésta, siendo altísima y sublime, es para los que todavía suspiran por entrar plenamente en el Reino de Dios. 

En la primera parte , el “venga a nosotros tu reino” ,quiere decir que todavía no somos conscientes de que ya lo tenemos o que ya vivimos dentro de él pues estamos pidiendo que venga. También decimos: “que se haga tu voluntad” y al final “amén”, que así sea,que llegue un momento en que eso sea realidad. 

Las personas que están en el Cielo – doña Francisca – ya rezan ese Padrenuestro, ya lo susurran como un cántico, pero de otra manera: en plenitud total. Ya ni siquiera le dice ”Padrenuestro”, sino que le habla con aquella voz íntima con la que Cristo enseñaba a sus discípulos bien amados: “Abba”, que traduciéndolo a nuestro lenguaje es: Papá

Tal persona puede ser nuestro padre, pero puede ser bueno o malo y haberse portado mal con nosotros. Pero cuando se le dice papá se da por supuesto que esta persona (que es nuestro padre), además, ha sido entrañablemente padre nuestro, con sacrificio, con ternura, con entrega, con fidelidad, etc.  ¡Papá!  (”Abba” en arameo) es una palabra cargada de toda esa significación entrañable, de confianza, de amor filial. En el Cielo no se le llamará “Padre”, se le llamará “Abba”.

 “Que estás en el Cielo” – ahí en tu Cielo-, decimos en el padrenuestro. Somos nosotros los que estaremos en el Cielo; para los que ya están allí el padre no está lejos. Ellos pueden decir: Abba, que estás aquí conmigo, que ya estamos juntos, ¡qué maravilla!

“Santificado sea tu nombre”: es una alabanza que se dice porque es merecedor de todo. Pero la mejor satisfacción que podemos darle, la mejor alabanza es proclamar que le amamos: ¡cuánto te amo! Las personas que están en el Cielo, ya pueden decir esto sin miedo de que eso quede recortado ya que puede haber oscilaciones en este amor nuestro. No, allí pueden decir realmente como la mejor alabanza que se le puede decir: ¡cuánto te amo! Y aun se le puede decir más porque sabemos que este amor es fruto del amor de Dios a nosotros. Es un amor puramente correspondido por el mismo Dios. La alabanza mejor es decir: ¡cuánto nos has amado! 

“Venga tu reino”: ¡Cómo que venga tu reino, si ya están en tu Reino allí! La diferencia entre decir que venga tu Reino ( que estamos aquí esperándolo) y sentirlo de una manera plena es que sentirse en él es sentirse precisamente hijos de Él, en Cristo, con Cristo y por Cristo, pero ya hijos de Él. ¡Qué alegría ser tus hijos! 

“Hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo”:  Ya están en el Cielo también; ¡qué alegría ser los dos una sola voluntad ya!

“Danos hoy el pan nuestro”: Aquí siempre tenemos que recurrir a su Providencia. Allí ya están reclinados absolutamente en su Banquete, ya no tienen ansia ni preocupación.

“Y perdona nuestras ofensas pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido”: Precisamente los que están en el Cielo es porque perdonaron bien; precisamente se pueden vestir la túnica de fiesta y entrar en el Cielo radiantes. Esta frase “en el Cielo” quiere decir:  porque perdoné en la tierra, me has vestido con esa túnica inmaculada y estoy así reclinado en tu Banquete. 

“ No nos dejes caer en la tentación”: En el Cielo, sintiéndose  en Dios, ya no hay tentación. Estando en la mano del Padre ya se está libre de todo mal. Paz y fiesta. 

Ellos podrán decir este padrenuestro en plenitud. Nosotros lo tenemos que ir rezando así en este camino, en esta antesala del Reino donde estamos, de la cual no salimos, a veces, por nuestras culpas aunque sabemos que podemos entrar por la penitencia. 

No hay ninguna duda en la interpretación ésta: si perdonamos, Dios nos perdona. Cristo mismo lo aclara: porque si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del Cielo os perdonará a vosotros. ¡Qué maravilla es esto!, saber que tenemos en nuestra mano esta omnipotencia de Dios, que haremos que Él nos perdone, le forzaremos, le obligaremos a que nos perdone. Tenemos la llave de este secreto: perdonar nosotros a los demás. Así indefectiblemente, Dios nos perdonará, como dice Jesús aquí. 

Nos encomendamos hoy muy especialmente a doña Francisca en esta Eucaristía que celebramos hoy. Doña Francisca que cuando murió (hace ya diez años), la familia, vosotros, nosotros, podíamos pensar: ¿por qué se muere ahora?, podía vivir un poco más, podía seguir haciéndonos compañía iluminándonos con sus palabras, con su consejo, con su experiencia, ¿por qué no un poco más? Han pasado diez años. Con la edad que ella tenía, era ya de suponer que en estos diez años, si no hubiera muerto entonces, habría muerto después. Viendo esto (que hoy ya habría muerto aunque hubiera vivido más entonces), no deja de ser un consuelo el pensar que ha de estar en el Cielo. Pues quién sabe, quizá fue el momento mejor que Dios, en su Providencia, viera ya para llevársela de este mundo y premiarla con todos sus méritos. 

Hemos recordado alguna vez, al celebrar alguna otra Eucaristía para doña Francisca, aquel término -cariñoso, íntimo- con el que la familia la llamaba a veces con admiración: “Mosén Francisco”. Pero ¡cuánto significado hay encerrado en esta exclamación con que la familia, que bien la conocía, la llamaba! Demostraba que era una persona de fe – rotunda, profunda, sin remilgos-, que orientaba a la luz de ella su actuación y su vida con los criterios rectos y firmes- a veces ascéticos-, por los que ella tenía esa fe. 

Hay que recordar que, cuando joven, ella vivió – ella que era perspicaz en las cosas – todas las luchas del modernismo y todo lo que representó en la Iglesia de verdaderamente tormentoso; ella vivió lo de Pio X, aquellas declaraciones antimodernistas. Aquello era el pan de cada día a través de las noticias eclesiásticas tan vivas. Hay que pensar que ella, con sus veinticuatro años -ninguna niña sino persona ya mayor y muy consciente -, vivió la Semana trágica de Barcelona. Eso es serio, es un recuerdo indeleble que va formando a golpes su postura de profunda fe por encima de todos estos avatares ideológicos y políticos en que tan mezclada estaba sufriente la Iglesia, para bien y para mal. 

“Mosén Francisco”, demostración de fe. También de un temple de pastor que conoce a sus ovejas por su nombre y toda la familia, todas las personas amigas la conocen por su voz. Un ánimo de providencia, de buen consejo para todos. 

Este “Mosén Francisco”es otro aspecto de profundo fuego interior místico que se manifestaba – quizás nadie pudo columbrarlo en su tiempo – muy hondamente en ese ciclón – recomprimido pero fuerte- que era ella. Tenía las manifestaciones exteriores de aquellos dos cuadros tan sensacionales: por una parte el “Ecce homo”, por otra parte este “Sagrado corazón de Jesús”, hecho llama de Espíritu santo. Son dos hitos en su pintura. Encierran toda la Pascua (en todas sus vertientes de Cruz y de Resurrección) que no podía ocultar: Eso salió fuera como una manifestación profunda de su más hondo ser. 

Pues que realmente hoy ella -que ya reza ese padrenuestro (tan íntimo, tan hondo, tan pleno) que hemos dicho-, de su mano, haga que nosotros (que tuvimos la dicha de conocerla) vayamos aprendiendo a poder rezar ese padrenuestro. Así sea.

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

Homilía de febrero de 1986. Monasterio de san Jerónimo de la  Murtra, Badalona. Barcelona
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra

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