(Le 9, 51 – 62)

Yo le decía ayer a alguien que recordaba los años cuarenta cuando el director jesuita nos explicaba y nos ponía como ejemplo cómo teníamos que realmente dejar todo atrás y seguir al Señor. Uno de los ejemplos que nos contaba era que un maestro de novicios viajaba con un novicio en el tren, porque tenían que ir a otra parte. Al parar en una de las estaciones, que es donde vivía la familia de este novicio, salieron los parientes a decirle: tu madre murió ayer y la enterramos. Claro, él quería bajar para ver a su familia. El maestro de novicios le dijo: deja que los muertos entierren a sus muertos, y tú has de seguir el camino. Arrancó el tren y se fueron. 

Pero esta frase me resulta a mi un tanto misteriosa. Primero, después del Concilio Vaticano II queda claro lo que ya era claro entonces y que a mí me habían enseñado de modo igual: el derecho natural pasa por delante del derecho positivo. Por eso, incluso las monjas de clausura , si una tiene un padre y una madre, solos, desamparados, necesitados y no hay nadie que les pueda ayudar, tienen obligación y tienen que respetársela. La Santa Sede les autoriza que salga, claro, a cuidar a su padre o a su madre. Esto es así. Pero esa frase ahora, al oírla en el Evangelio todavía tiene un matiz que ayuda a aclarar: “ Deja que los muertos entierren a sus muertos”. Aquí está diciendo que los vivos físicamente, los parientes de este muerto, ellos mismos también son muertos. Entonces, ¿qué quiere decir esta frase? Deja que los muertos entierren a sus muertos. ¿Se trata de un ejemplo verdaderamente real de que se ha muerto el padre sanguíneo, el padre engendrador y le dicen este asunto a la persona, al hijo? ¿O eso es un símbolo de que entremedio de todos los muertos están los que permanecen en el Viejo Testamento, testarudos que no quieren recibir la gracia de Cristo para entrar en la vida viva del nuevo Reino de Dios, la vida del Evangelio? Todos son muertos. Entonces son esos muertos los que tienen que enterrar a sus muertos, es decir, ellos han de ser los propios enterradores del Viejo Testamento, como la ley, porque ya murió la ley. Entonces, el matiz de que los muertos entierren a los muertos, ya se ve que eso no es una cosa física, porque los otros están vivos, claro, los deudos del que ha fallecido están vivos. Pues sí, les llama muertos, también es una manera de llamar muerto a esa otra persona que, quizá, no es la muerte física sino que es muerta como los otros son muertos también. Puede simbolizar el padre, es decir, el que ha originado a esos otros muertos, el Viejo Testamento, la ley. 

Bien, es una digresión que puede servir para entender que puede ser todo diferente en el Reino de Dios. En él sí que los vivos tenemos que enterrar al que es vivo, precisamente porque ha muerto Cristo. 

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

Homilía del domingo,28 de junio de 1992. Barcelona.
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra

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