Signos cotidianos de pascua Fotografía: Isolda Puigvi

El 27 de marzo, miércoles santo, era un día normal, en nuestras actividades cotidianas, nada parecía tuviese que alterar los días que venían y, así poder celebrar un año más el triduo pascual con la comunidad habitual. De repente, una llamada lo cambió todo…

En ese momento se abre un espacio negro, lleno de incertidumbre y de miedo, porque lo que parecía imposible, sucede, en realidad, porque podía ser así pero no lo contemplabas.

Sí, en esa llamada mi hermana me informaba que mi madre acababa de tener un ictus, “no te asustes, estamos en el hospital, la mamá ha tenido un ictus, hemos venido muy rápido”, sé por mis compañeras que mi cara se transformó y perdí la conciencia de lo que estaba haciendo, me dijeron “ve, nosotras recogemos tu mesa y dinos cómo está”, así lo hicieron y están muy pendientes de cómo estamos. Trabajo a dos minutos del hospital, así que salí rápido y, la providencia quiso que me encontrara una buena amiga sólo salir que me abrazó y me acompañó, un ángel más.

No recuerdo más que querer llegar y a la vez, evitar lo que estaba sucediendo, sabía que este suceso cambiaba la vida de mi madre y, consecuentemente, la nuestra. No me sentía preparada para ello.

Llegamos a urgencias enseguida y supimos, por mi hermana que sí mantenía la serenidad y la calma que la caracteriza, que ya le estaban haciendo el TAC, todo había sido súper rápido, ella al darse cuenta, mi hermana al llamar a tele asistencia y este excelente servicio al enviar la ambulancia que no perdió el tiempo para atender la situación. Por lo que, en una hora ya estaba ingresada en semi-críticos. De nuevo, personas dedicadas a su profesión desde la vocación por atender a los más vulnerables con todos sus sentidos, fueron y han sido ángeles en este camino. Lo que ha hecho que la recuperación sea posible en su gran mayoría.

Desde el primer momento, sentimos que estábamos muy acompañadas, tanto por personas más cercanas o menos, otras muchas que haciendo su trabajo daban aliento y confianza, no sé si demasiado conscientes del bien que hace su entrega, amabilidad, consejo…. su bien hacer. Pero sobretodo, conscientes de que hay algo que nos sostiene que está más allá de la medicina, la técnica,… las personas, mi madre no duda nunca de pedir y de agradecer a Dios su bondad y generosidad con nosotras.

Así pasamos el triduo: jueves, viernes,… en una sala monitorizada y sin luz natural, y el sábado día de clara esperanza, así, a la noche, mientras celebrábamos la vigilia pascual, la trasladaban a planta, una amiga me dijo “¡Eso sí que es pascua!” y así es, lo vivimos con gran alegría, sabemos que el camino de la recuperación será largo, pero damos muchas gracias a Dios y a todos los ángeles que hay en el mundo y trabajan por hacer de él un lugar mejor.

Hace ya mucho tiempo que siento que nuestra misión, digo nuestra pero en realidad creo que es una decisión personal y que hemos de tomar cada una conscientemente, como creyentes es sembrar esperanza en el mundo que vivimos, en el evangelio hay constantes referencias a ello, Jesús nos dirá en Mateo 5 «Sois la sal de la tierra, la luz del mundo«, o en Juan 13, 35 “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor los unos a los otros”. Y otras muchas pero hay una que resuena en mi cuando contemplo el mundo y es Mateo 25, 40 “en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis”, sin olvidar que en el versículo 45 nos recuerda que si no se lo hicimos a nuestros hermanos tampoco se lo hicimos a Él.

Siento que como personas seguidoras de Jesús y su evangelio, preocupadas por el mundo en que vivimos y el sufrimiento de tantas personas, hemos de dejar signos de esperanza allí donde estemos, cada día, de manera cotidiana, en nuestra profesión ofreciendo lo mejor de nosotras, en nuestro caminar por la ciudad, en nuestras relaciones, las más profundas, por supuesto, pero también las que establecemos de manera puntual, dejando huella en cada persona con la que coincidimos. Y que esa huella sea similar, en la medida de lo posible a la que provoca el comentario en el evangelio de Marcos “¿Qué es esto? Enseña de una manera nueva, llena de autoridad” en referencia a Jesús.

En palabras de San Ignacio de Loyola “en todo amar y servir”, Santa Teresa nos recuerda “La oración no consiste en pensar mucho, sino en amar mucho”, o Edith Stein, mucho más cercana en el tiempo que nos dirá “El verdadero amor consiste en devolver al otro su propia existencia, su propia dignidad, intacta” o Oscar Romero, que nos recuerda “la gran enfermedad del mundo de hoy: no saber amar” y encontraríamos muchas más posibilidades de expresar que el mundo de hoy necesita amar, con el amor que nos describen las Bienaventuranzas, ese amor que nos va alimentando la esperanza.

En estos días, largos, hemos podido saborear el bien que hace el amor en sus múltiples facetas, dado desde la generosidad, a veces inconsciente de respetar y magnificar la dignidad que como personas y, simplemente por el hecho de serlo, tenemos y debemos respetarnos.

Es una pascua muy distinta, pero nos ha ayudado a recordar lo esencial de este tiempo, vivir la esperanza y la alegría de la vida, compartirla y alimentarla allí donde no se sabe ver y sentirnos responsables de ello en nuestro día a día.

Texto: Esther Borrego Linares
Trabajadora social

Comparte esta publicación

Deja un comentario