Se piensa ahora críticamente sobre los evangelios de la infancia. Hablan de unos episodios del nacimiento de Jesús, de los magos de Oriente, de la huida a Egipto, y no mencionan el episodio de la pérdida en el templo. En realidad, son dos casos diferentes; unos van ligados al nacimiento y primera infancia, en cambió éste, ¿podría decirse evangelio de la infancia? Según cómo, podría ser casi como un prolegómeno de los evangelios de mayor, porque es su ingreso a persona mayor, como ocurría entonces en los judíos a los doce años.
Es decir, podría ser éste el prólogo del bautismo de Jesús con el Bautista; primero Jesús en el templo y después un poco disidente, podríamos decir, con este profeta, el Bautista. O sea, no es exactamente lo mismo que los evangelios de la infancia. No son lo mismo porque éste tiene un fondo verdaderamente chocante, que es una de las pautas que tienen los críticos para decir: hay un fondo histórico el que sea precisamente chocante, que sea algo muy posible, pero a la vez raro, que Jesús desobedeciera y se quedara en Jerusalén. Que su familia lo buscara con ansia es raro, y eso quizás se refiera efectivamente a un fondo histórico, rigurosamente histórico.
Es curioso que volvieran a Jerusalén. Que se perdiera no era difícil, porque en aquella barahúnda la gente sale, va por los caminos… doce años ya es una edad de responsabilidad; iría además con la gente joven, juntos, cantando, charlando y jugando. Y es en la noche cuando acampan y dicen sus padres: ¿dónde está?. Cada oveja tiene que ir a su redil, pero Jesús no estaba con ellos. Entonces, ¿qué ha pasado? Y se vuelven y lo buscan en casas de parientes y de amigos. Es interesante ver cómo la sagrada familia tenía parientes y amigos en Jerusalén.
Cuando estuve yo en Tierra Santa, me dijeron allí que había una casa con una tumba del mismo tiempo de Jesús y con las mismas características que la de Jesús. Estaba excavada en la roca con dos cámaras: la primera y la segunda con una gran piedra redonda para taparla. Estaba íntegra, exacta y, no una, sino varias, en aquel pequeño huerto que tienen los franciscanos en aquel lugar. Allí precisamente hay una tumba de José «el galileo». No es la tumba de San José, no hay ninguna tradición de que ese José fuera San José -el nombre de José era frecuente, pero le llaman «el galileo», o sea que estando en Jerusalén eran gente de Galilea. Y es en esta casa donde se encuentra Jesús con Marta cuando la resurrección de Lázaro, allí es el lugar del encuentro y es donde Él dice: id a buscar un burro a casa de José «el galileo». Éstos serían parientes o amigos de Galilea que vivían en Jerusalén, habían inmigrado allí por cuestiones de trabajo o lo que fuera, igual como ocurre ahora. Pues tenían, como vemos, parientes y amigos. Y no lo encuentran allí, lo encuentran en el templo, en casa del Padre que dice Jesús.
El Padre, Dios Padre, es pariente, es el gran pariente de Cristo y es también el gran Amigo de Cristo. Se les olvidó, a José y a María, ir a buscarlo directamente a la casa de los que eran más parientes y más amigos de Jesús, al templo, a la casa del Padre.
Y termino recordando -porque seguramente lo habéis oído ya alguno de vosotros- que cuando Jesús dice: Dios es mi Abba- no le llama Padre, le llama Papá, Abba quiere decir Papá. Y cuando un niño a una persona mayor, desde pequeñito, que lo ve grande, que lo atiende y le llama como puede, le llama mama, papa, lo que el niño quiere expresar es: este animal grande que tengo delante que me cuida, me quiere, me acaricia, me besa, me da de comer, me abriga, me lleva, me acuna en sus brazos, etc., este ser grande, es amigo. Lo que quiere decir el niño con la palabra papa es: amigo, o papá-amigo. Son las personas mayores las que interpretan mal y creen que esta palabra de papá quiere decir padre, o sea, engendrador, cuando el niño llamaría papá a cualquier persona que se portara bien con él. Es amigo. Y los padres, o son amigos o es inútil que quieran ejercer ninguna potestad o ninguna administración de la libertad del hijo. Si no son amigos esto es inútil. De la misma manera que un matrimonio, si no son amigos, si no se aman, es matrimonio nulo, pues se ha de basar en la amistad. Y la relación de padres e hijos, igual y la de obispo y curas, lo mismo. Lo fundamental es ser amigos. De manera que la amistad es lo que fundamenta la eficacia y el fruto, pero no sólo es eso sino la misma realidad del vínculo: amigos.
En ese sentido, encaja este buscar a Jesús en las casas de parientes y amigos. Y Dios Padre, engendrador eterno del Verbo es Padre, pero también eso está fundamentado en el Espíritu Santo y es amigo, no sólo del Verbo -de ahí sale el Espíritu Santo- sino también respecto a la humanidad de Jesús, también es amigo.
Pues bien, que San José, que estamos celebrando hoy, él con su paternidad amical, con su pastoreo de amigo sobre nosotros, haga que sepamos siempre buscar a Dios como Padre y como Amigo.
Os quiero hablar ahora de otro tema. Todo el mundo dice que la Ordenación sacerdotal tiene por punta de flecha, como lo más significativo y expresivo de ella, la celebración de la Eucaristía, presidir la Cena del Señor. Por un lado, los filósofos y los teólogos han querido explicar de muchas maneras la presencia en la caridad del Señor en la Eucaristía, en la Cena Eucarística: una significación o una transubstanciación, etc., que en la historia de la filosofía y de la teología están juntas en esta materia. Pero como sabéis muy bien, San Juan, en vez de hablar del pan y del vino, habla de lo que es lo profundo de esta Cena del Señor: que es Ágape, es Banquete de caridad. Entonces aquí se juegan dos cosas: la caridad es que la gente que se reúnen alrededor de esta mesa en nombre de Cristo para estar juntos y compartir juntos, lo que allí se come y lo que se bebe es un signo de esa caridad, de ese mutuo darse todo y compartirlo todo por amor, por caridad, hasta dar la vida como hizo Cristo. Y otra cosa son esos caminos filosófico-teológicos en que se puede hurgar en este Misterio.
Lo que decíamos antes, sin caridad poco vale lo otro, lo hemos dicho muchas veces. Si por ejemplo en el desierto se viera la bandera de España y un sediento dijera que allí encontrará a gente de su nación que le ayudará y luego llega allí y aquello está vacío, abandonado o al revés, está en manos de enemigos que utilizan la bandera como engaño, sería terrible. Por lo tanto, si no hay caridad, la Eucaristía podría ser una trampa o un engaño para la gente que, creyendo que allí hay caridad, va a la Eucaristía y, o no hay nada o está en manos de hipócritas que utilizan la Eucaristía con la falsa bandera de la caridad para manipular a la gente que vaya. De manera que la caridad es esencial.
Lo que tenemos que ejercer en la Eucaristía es la caridad mutua, por eso el abrazo de paz, el pedirnos perdón es fundamental, eso es lo que significa el pan y el vino, esa presencia misteriosa de Jesús, la caridad. Ahora bien, si damos más importancia a estas cosas de la transubstanciación, todo el mundo descansa en eso, el cura obra ese milagro, está presente Jesús, ya lo arregla todo y nosotros, aunque no nos perdonemos, aunque no nos amemos, tanto da, hemos cumplido con un rito y ya está y Jesús ya está presente quiera o no quiera, por la voluntad de las palabras que yo, el cura, digo, le guste o no le guste, haya más o menos caridad entre nosotros, Él necesariamente viene aquí, por obligación, y ya está todo arreglado, y nosotros listos. Y no, eso está muy mal. Lo principal del banquete eucarístico es que haya caridad, que sea verdad que estamos reunidos aquí porque nos amamos como Él nos amó, nos perdonamos y nos amamos. La caridad, es más importante que cosas como puedan ser la transubstanciación.
Entonces al verlo así, uno va sintiendo dentro deseos de amar de verdad, de no descansar en estas cosas objetivas que para muchos serían un poco mágicas, de no poder descansar en esto de fuera y vivir verdaderamente vivos en lo de dentro, que es la caridad. ¡Qué compromiso es entonces este amar de la mañana a la noche a los que tenemos cerca, al prójimo, a nuestro prójimo, a aquellos que son moralmente alcanzables! O sea que puede haber prójimo en el tranvía, pero no lo podemos alcanzar, no lo conocemos, no nos podemos relacionar. No, con los que están cerca y nos relacionamos con ellos, saber que tenemos que amarnos con toda delicadeza, con toda entrega, con todo amor, sin escatimar esfuerzo, amarnos. Porque no podemos descansar en cosas mágicas exteriores, que ésas ya están y entonces ya no tiene importancia que se ame o se ame más, o se ame menos, o mal, o bien. El edificio del Reino de Dios se aguanta en las columnas de nuestro amor, de nosotros convertidos en templos del Espíritu Santo y eso es lo importante. Y cuanto menos confiemos en estas cosas exteriores, más descubriremos el maravilloso y gozoso deber de tener que amar.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía del viernes 19 de Marzo de 1984 en Barcelona
Del libro «Homilías. Vol. II 1982-1995», publicado por Edimurtra