… también dice eso, que un día su palabra, como buena semilla y en la tierra buena, fructifica, porque en tierra no buena se ahoga por las zarzas, no puede echar raíces y se seca, o vienen los pájaros y se la comen. ¡En tierra buena! Bien, sabéis vosotros que, en casa, lo sabéis de sobra –bueno, de sobra nunca se sabe– que lo que está en nuestra mano es convertirnos y ayudar a que se convierta la gente en tierra buena. Luego ya vendrá el Señor, y cuando eche su semilla, dé sus dones, pues fructificará mejor, claro está, si es tierra buena, y al ciento o al sesenta si es tierra muy buena. Y fructificará menos si la tierra, aun siendo buena, no alcanza los límites que podría alcanzar y ser mejor. Lo sabéis. De ahí el cultivo de la humildad óntica fruto de un realismo existencial que, pudiendo creer la gente que es una filosofía que intenta abrirse paso, camino de pensamiento, no, no, es una verdadera labor evangelizadora previa, necesaria, para que cuando venga la semilla pueda dar fruto.
Sabéis vosotros también, porque algunos lo habrán oído, aquella situación de que las mujeres, cuando fueron al sepulcro de Jesús, no creyeron al ángel ni le entendían, y seguían diciendo, Magdalena misma al sepulturero: ¿dónde lo has escondido? Hasta que Cristo no se aparece, hasta que Cristo se aparece a las mujeres, no entienden. Entonces ellas son mensajeras, verdaderos apóstoles de la gran nueva, y los apóstoles las toman por histéricas, hasta que se les aparece Jesús, ¡entonces sí!
Y Tomás no cree el testimonio de todos sus hermanos en el episcopado hasta que no ve a Jesús: ¡Señor mío y Dios mío! Y los discípulos de Emaús con Jesús mismo, pero que no le reconocen de momento, pues tampoco se convencen hasta que le reconocen; entonces sí. Y el mismo san Pablo, con todo el testimonio que está dando san Esteban muriendo mártir delante de sus narices, pues hasta que no le tumba Cristo mismo, no cree.
Los mismos apóstoles en Pentecostés, cuando ya estaban bien convencidos, no tenían el coraje de salir a predicar. Cuando llegó el Espíritu, que les dio este coraje de salir a predicar, aunque los tomen por locos la gente: ¿qué están diciendo, que Dios se ha encarnado, que ha muerto, que ha resucitado, que quiere la paz y el amor en esta humanidad con tanta violencia?, están locos. Y efectivamente tuvieron el valor de predicar, pero efectivamente les tomaron por locos muchos, y lo dicen: ¿qué hace esta gente? ¿cómo están borrachos si son las 10 de la mañana?
Es que podemos preparar la tierra, dejarla bien arada, sin piedras, sin hierbas malas, con la humildad óntica. Pero mientras no venga Cristo, Él mismo, a hacer este toque profundo en el alma…
Me hicieron presidir la Eucaristía de inaugurar estas Jornadas, [Debe de referirse a la Jornadas que pocos días antes se habían celebrado en Huelva para preparar el V Centenario de la Evangelización de América.] etc., y venía bien el Evangelio y dije esto; se quedaron todos muy sorprendidos, porque en el fondo creen que muchas veces los presbíteros nos creemos que somos nosotros ya los que sembramos y nos han de hacer caso la gente y ya está, que somos convincentes con nuestra sabiduría teológica. Y había una lectura de Jacob que dice que está luchando toda la noche con un personaje, por fin ese personaje le tumba con un golpe en el muslo, algo así como una lucha de judo y de jiujitsu, y por fin queda vencido y entonces dice: es Dios el que ha estado esta noche luchando conmigo. Y él luchando con Dios, y Dios le vence. Entonces manda allí, en ese lugar, que, para perpetua memoria, levanten un altar, y dice: Dios luchando y ha vencido. Es una manera teatral, plástica, pero de decir una cosa que es real y para todo hombre, no sólo para Jacob, para todo descendiente de Abrahán, todo cristiano puede ser vencido.
Hay un momento en que Dios lucha en el fondo del alma de cada cual, y lo hace de mil maneras, y por fin ha dado un golpe definitivo, por eso estamos aquí, si no, no estaríamos. Es Dios quien en un momento dado derrama su palabra, que es este golpe misterioso que nos vence.
Bien, estamos celebrando, yo estoy celebrando, y vosotros conmigo, mis 68 años, son muchos años, estoy rondando ya la setentena. He saludado a Juan Miguel cuando he llegado: ¡hola cincuentón, te saludo un setentón casi! De manera que eso es muy serio, uno se está haciendo viejo. Y tenemos en casa un ejemplo maravilloso que nos da coraje para ser viejos, que es Tante. Es una maravilla ver a Tante cómo sufre las secuelas de su vejez –tiene 16 años más que yo – y sin una queja, esto es lo que vale, ¡ni una queja!, ni cuándo se encuentra bien ni cuándo se encuentra mal, ni cuándo se encuentra más debilitada, más imposibilitada, ¡sin una queja! Yo no le he oído nunca una queja. Y después mansamente se deja llevar y traer, se deja cuidar, y no es nada fácil, por una persona distinta cada semana que, casi podíamos decir, están aprendiendo con ella como conejito de indias a tratar a personas ancianas. ¡Ni una queja!, ni de sí misma, de sus achaques, ni de cómo la cuidan, y a veces la cuidan mejor, otras veces peor, a veces bien y a veces mal, porque la gente está aprendiendo a cuidar ancianos con Tante, a tener comprensión, paciencia, cariño, ternura, están aprendiendo. Ella casi yo creo que se da cuenta de que es una gran maestra en algo que es tan difícil como que la gente sepa convivir, aceptar con amor, con gratitud a Dios de que nos da este tesoro, tener un viejo. Y claro, yo voy notando, cómo no, que me canso más, no sólo por el corazón, que me canso de viejo, y que tengo sueño, sueño de viejo, y que a veces me cuesta subir una escalera por viejo, y que a veces tendría que trabajar y estoy desganado de trabajar por viejo. Me voy dando cuenta de esos primeros síntomas, pero el ejemplo de Tante realmente es tan estimulante para pedir a Dios que, igual que ella, sepamos soportar los años que nos vengan con las limitaciones que nos vengan, con esta mansedumbre, esa alegría y esa dignidad a la vez, y sirviendo a los demás. Quizá llega un momento en que uno puede servir solamente con su vejez misma.
Pues bien, en esta celebración de mis 68 años de entrada de la senectud, ya no de la vejez sino, en fin, de decadencia física y psíquica, que Dios haga conmigo lo que quiera, y si me conserva un poco, pues bien, y si no, pues también bien, uno puede servir de muchas maneras. Pues que esta celebración gozosa y un poco gloriosa –ya en estas edades es un gozo y una gloria–, pues decirle a nuestro Señor: aquí estoy, habla que tu siervo escucha. E ir caminando por donde Él quiera con el paso que Él me dé.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía del 12 de Julio de 1987 en la casa de la calle Pisuerga en Madrid