… hace mención a esa inquietud o a esa nostalgia que tenían los israelitas en el desierto de Egipto cuando estaban esclavos, aunque aquí estaban explotados por su trabajo, pero tenían aseguradas unas cuantas ollas de comida allí en el desierto en que todo era infierno. Pero Dios que oye estas quejas: con el maná, con aquella semilla en los árboles que durante la noche el viento se lleva y se posa, y que es muy alimenticia.
Quizás en la peregrinación, como decía Joe, que estaba allí pendiente del teléfono de los que iban y venían, sabía de vuestras alegrías, pero también de vuestros choques; choques con uno mismo, choques quizá también con los demás, también quizás habéis añorado en algún momento de la peregrinación las ollas bien repletas de vuestras respectivas casas siempre a punto, cómodamente; y quién os ha empujado, por qué habéis aceptado venir a ese peregrinar, a este peregrinar a veces con polvo, y a veces con no mucho yantar; quién nos ha empujado, cómo hemos aceptado. Pero vencidos esos momentos, habéis vuelto a estar contentos con este conoceros mutuamente, con este ayudaros, con este seguir adelante, con esta aventura de vuestra vida de recorrer los campos que habéis pasado en este tiempo.
Habéis palpado muchas veces realmente la inesperada providencia en que ha sido un lugar refrescante, o una comida abundante y buena.
Bien, habéis peregrinado, hemos llegado al término de esta pequeña tierra prometida de Puente la Reina, a pasar estas horas y a dar un abrazo que no es despedida, es un alto en el camino para reencontraros más adelante y seguiros ayudando en el permanente peregrinar de la vida hasta el final, hasta el Cielo.
En el Evangelio que habéis escuchado de labios de Juan Miguel, habéis oído ese pasaje en que Jesús sentado en la barca predicaba a aquella multitud que se agolpaba de pie en la orilla del lago, algunos metidos los pies dentro del agua sobre la orilla para acercarse más a escucharle mejor. Y les cuenta varias parábolas, y el Evangelio de hoy nos trae una nada más, esa parábola del sembrador que lanza la semilla de la palabra de Dios, y una cae en tierra pedregosa, otra cae en tierra con guijarros, otra en tierra de camino, otra en tierra buena y que se sofoca con las muchas hierbas; y otra en tierra buena bien labrada y abonada y da el ciento por uno. Esta parábola, os lo he dicho muchas veces, es la que encaja perfectamente, encaja en ella muy bien el realismo existencial; porque el realismo existencial no es más que un camino, no es una meta. Pero este camino que es el realismo existencial consiste en que en el entretanto llega la palabra de Dios a nuestro corazón, pues hace que, si alguno de vosotros fuera camino, pues hay que allí cavarlo bien, sacarle todos los pedruscos, airear aquella tierra para cuando llegue la semilla sea tierra buena. Lo mismo que el que fuere tierra pedregosa, sacar también todas las piedras. O con que fuera tierra buena, pero llena de tantas tonterías, tantas frivolidades en la cabeza. Tierra buena, sí, pero ocupada de hierbajos, de cosas que no sirven.
Puede haber quién diga, enseguida voy, pero son superficiales, que cuando vienen los acontecimientos de la vida, como la raíz no es profunda la persona, se seca.
Y luego, en cambio, la tierra buena pero llena de hierbajos, como decíamos, y tantas preocupaciones tontas. Y esto nos pasa, considerando que fuéramos tierra buena, nos pasa, estamos ¡tan ocupados!, de tantas preocupaciones, de tantas conversaciones baladíes, de tantas preocupaciones por cosas accidentales -siquiera profundo y serio- de los asuntos, que llegamos a la noche y todas estas preocupaciones tan secundarias se nos han comido el tiempo, el espacio, la energía, y hacen que la palabra de Dios haya quedado raquítica en nuestro corazón, y por lo tanto también nuestras obras de verdaderos hijos de Dios de amar rectamente con caridad a los otros, también se nos ha quedado pequeño y enano.
El realismo existencial lo que pretende no es sembrar la semilla de Dios, porque eso es cosa de Dios, cuando Él quiera sembrará esa semilla; pero en el ínterin, en el entretanto, nos hemos de esforzar en hacernos tierra buena sacando todas las piedras, arando profundamente y sacando todas las ocupaciones que nos podían esquilmar nuestra tierra y dejarla poco fecunda para la palabra verdadera.
Bien. Estamos aquí, como habéis visto, esta iglesia nos ha cobijado -como decía ayer-, ¡qué hermoso caminar por donde tantos centenares y miles de personas a través de los siglos han pisado también con sus sandalias, con su pie descalzo, esos caminos, impregnándolos de fe, de esperanza, de caridad, en dirección a Santiago de Compostela!
Pues los caminos, os decía yo, serán más o menos eso, estarán cubiertos de adoquines o de asfalto, pero aquí estamos, ahí se terminaba esa iglesia románica, y ciertamente cuántos miles de peregrinos se cobijarían, incluso para dormir, porque prestaban esas iglesias para que la gente durmiera, cobijados en las tormentas. Asistirían aquí a la Eucaristía, rezarían a la Virgen a esta imagen románica -no me he fijado qué imagen hay ahora- para que les siguiera ayudando en su peregrinar; hasta que un día, conté que llegó aquí un peregrino alemán trayendo a cuestas esta imagen románica de Cristo. Y aquí se quedó, y aquí quedó él y quedó el Cristo. Y entonces ampliaron ya en el siglo XIV porque se creía que se seguiría llenando durante mucho tiempo, a través de las edades, de todos los peregrinos que venerarían también este santo Cristo, la capital del crucifijo.
Es curioso, ya os decía ayer, que este crucifijo -la característica suya- tiene una cruz en que los brazos y laterales están en la misma dirección que los brazos, forman como una Y griega. En el fondo esta cruz sigue más Cristo, a Cristo crucificado clavado a los dos pies juntos, pero en cambio con los brazos en alto y separados; es Cristo el que forma una Y griega. La Y griega tiene, por un lado, un significado importante en moral; cuando estudiéis moral veréis las reglas de la I latina y de la Y griega. ¿Qué quiere decir esto? Son como una regla nemotécnica para aclarar muchas dudas que pueden surgir en moral: ¿esto se puede hacer o no se puede hacer? Pues a veces eso es muy sencillo; uno hace una cosa buena de la que se sigue una cosa buena, pues claro que se puede hacer. Uno hace una cosa buena pero de la cual se sigue una cosa mala; yo puedo adornar muy bonitamente el dintel de una puerta con unos tiestos magníficos de geranio, pero de tal modo que, claro, pesan tanto esos tiestos, que es muy fácil que cuando pase una persona por debajo de esta puerta, se rompa el dintel por el medio y se le caigan todos los tiestos a esta persona; pues ya se ve que no se puede hacer una cosa buena, que es adornar con geranios, por el peligro que caiga sobre la cabeza de alguien y lo mate; ya se ve que no. Pero la moral no siempre es tan sencilla; la moral presenta casos más complicados que se llaman del doble efecto, en que una cosa buena de la que se sigue una cosa buena, que es la que se pretende, y a veces es inevitable que pueda salir algo malo; entonces la duda es: ¿se puede hacer esta cosa buena de la que sale una cosa buena pero también sale una cosa mala? Bien, esto da origen a muchos casos complejos. Con la ley que llamamos de la Y griega ayuda a ver con claridad lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer. Bien, ya lo estudiaréis, pero es muy importante para que vayáis por el mundo como cristianos sabiendo lo que podéis hacer y siendo también consejeros para los demás orientándoles debidamente.
Pero hay también otro simbolismo en la Y griega, que sería ahora el por qué y de dónde viene. Pero habéis quizás oído los de casa que habrá personas, dijéramos, una rama de la Casa que llamamos Y griega, a otros les llamamos Z. Los de la Y griega, ¿Quiénes son? Lo traigo a cuento hoy por lo siguiente. Es seguro que recordáis el discurso del santo padre en Santiago de Compostela. Fue un discurso maravilloso ante representaciones de toda Europa, porque se acababa de celebrar en Santiago de Compostela una reunión de autoridades, de intelectuales de Europa, europeos; en que se reunían allí porque reconocían que Santiago de Compostela era algo así como el corazón de Europa a donde habían peregrinado de todos los confines de este continente; allí se habían amalgamado, como decíamos un día, sin distinción de clases, de feudales, de señores, de siervos, allí todos eran hijos de Dios, eran peregrinos; tras cruzar las calzadas, qué poco podía distinguirse si tenían un rango u otro. ¡Cómo se amalgamaba allí Europa, cómo se intercambiaban las distintas culturas de las distintas etnias que forman este continente, cómo se cuajaba y se batía allí un solo corazón! Y el papa dijo allí un discurso realmente reconociendo que Santiago de Compostela y todos los caminos que llevaban a Santiago, habían sido como el corazón y las arterias y las venas de este organismo que era Europa. Y cómo al reavivar esta devoción al apóstol, este renovar el camino, el caminar por esos senderos era realmente volver a cuajar una Europa renovadamente cristiana.
Sabéis vosotros bien que había el Imperio Romano. El Imperio Romano rodeaba ese mar Mediterráneo -que por eso le llamaban así, porque estaba rodeado de tierras, todo el sur de Europa, por los romanos-. Bien, pero este Imperio decayó. Ese Imperio, que fue donde nació Cristo, en una región sometida a los romanos, y con Pedro, y con Pablo, que vino a España con Santiago, prácticamente en época de los apóstoles, aprovechando las calzadas romanas, llegaron a todas partes del Imperio Romano, lo cristianizaron. Y en el siglo IV realmente el cristianismo afloró en todas estas regiones, llegando incluso a Inglaterra. Pero ahí quedaba el resto del continente europeo, los eslovenos, los eslavos…, ahí estaba la inmensa Rusia y todos, Alemania con todos los países adláteres, todo el norte, Escandinavia. Eran bárbaros. Y entonces estos bárbaros, quizá con un espíritu más joven, con unas leyes sociales más primigenias, quizá mejores en muchos aspectos, no tenían esclavitud, y esto era una gran diferencia con el Imperio Romano tan grande. Pues se impusieron al Imperio Romano, lo invadieron y gobernaron -y de ahí viene la sangre azul, porque ellos que eran blancos, la sangre de las venas se les translucía por la piel, la sangre azul, la aristocracia que gobernó toda Europa, la sangre azul era bárbara-. Pero esta Europa mediterránea cristianizó a estos bárbaros. Con las invasiones árabes que barrieron el Imperio Romano y el cristianismo del norte de África, todavía hizo que se concentraran más las fuerzas misioneras en evangelizar Europa. Y ahí tenéis a san Bonifacio que desde Inglaterra sale para evangelizar a los bárbaros del este. Ahí sale san Benito que, con sus monasterios, como un fermento, va dulcificando, va evangelizando Europa. Salen san Metodio y san Cirilo haciendo lo mismo con todo el mundo eslavo. Y llega un momento en que Europa es cristiana.
Bien, todos conocemos la historia de la cual, bien sabéis que nos alegramos, con su malo, con su bueno, pues eso hace que estemos nosotros aquí los europeos de hoy. Pero sí hemos de tener nosotros como cristianos de tratar de cristianizar ese mundo al que pertenecemos, Europa, frente a unos poderosos imperios que son poco cristianos, por un lado; y por el otro bastante ateos; porque, ¿Qué es lo que pasa ahora? Hitler no ha sido más que el querer otra vez potenciar lo bárbaro, y puso en pie todas las mitologías arias queriendo dominar este sur de Europa, pero según sus mitologías. O bien, han salido también los que han querido hacerse con esta gran parte de Europa oriental y dominarla desde sus mitologías ateas.
¡Urge otra vez recristianizar Europa! De ahí que el santo padre diga -y eso lo hemos de recordar mucho- que para el año 2.000 él desea que estén unidos todos los cristianos de Europa, todos los ortodoxos con todos los católicos, todos los protestantes, los anglicanos, para que no demos este escándalo de división. Nos hemos de abrazar primero los cristianos si queremos después evangelizar con fruto a los paganos europeos. Pensaos en los ortodoxos de Constantinopla; yo diría que eso es agua pasada, eso es una reliquia, no de esta conquista de Europa, no, eso es una reliquia todavía de la división del Imperio de Oriente con el Imperio del Occidente Romano; eso es agua pasada. Lo que importa es la reconciliación, con la ortodoxia de Moscú. Esto es lo que el papa sueña para el año 2.000.
Bien, y me diréis: ¿y qué tiene que ver todo ese escorzo, esa digresión histórica en estos momentos? Tiene mucho que ver siempre que se camina por caminos jacobeos, como dice el papa. Pero tiene que ver esta mañana, precisamente con lo que dice Cristo y con la Y griega, por consiguiente, mucho más pequeño y mucho más casero el asunto nuestro. Nosotros hemos de hacer también lo que podamos para evangelizar el mundo alemán, esos bárbaros alemanes que por su ímpetu y técnica, su cultura en tantas cosas -recordemos su música, su Mozart, su Beethoven, etc., sus grandes directores de orquesta actuales, su creatividad- van a ser el corazón de Europa; la nueva Europa, su motor, estará en ese mundo amplio “tedesco” que tiene sus ramificaciones en Holanda, en Austria, en Checoslovaquia, en todo ese antiguo Imperio Austro-húngaro, en los países nórdicos; volverá a ser el motor, por eso hay que hacer lo posible también para recristianizarlo en profundidad.
Tenemos una casita en Alemania, Está allí como un grano de trigo enterradita, esperando germinar, y ahora tiende quizás a salirle algunas hojitas. Es un punto de apoyo. Hay multitud que se han ido acercando más a la Y griega, hay multitud de españoles en ese mundo que, pobres, han sido heroicos durante años, y han aprendido alemán, trabajan allá, se han hecho a las costumbres de aquel mundo, se han casado con alemanas, con alemanes, tienen hijos… ¡Qué gran instrumento de penetración es estos españoles católicos evangelizados, que les hemos de dar una precatequesis de realismo existencial para hacerlos instrumentos maravillosos después de una evangelización. No es tanto ir a Alemania buscando vocaciones alemanas para la Casa de Santiago o para las Claraeulalias; también, esto vendrá por añadidura. Hemos de ir a poner en pie la Y griega. Es decir, laicos, laicos, laicos, con una vida de laico total, soltero, casado, viudo, que trabajen o que, en algún momento, dejen el trabajo para dedicarse plenamente al apostolado; pero laicos, laicos, que sin embargo vivan totalmente el espíritu de la Casa y de las Claraeulalias, y no sólo vivan este espíritu, sino que sean grandes apóstoles para la cristianización de este mundo bárbaro tedesco. Hemos de ir a poner en pie esta rama de la Y griega, que van a ser los auténticos, eficaces apóstoles de este mundo alemán.
Y sé que me he alargado mucho esta mañana -tampoco tenemos demasiadas cosas que hacer-, me he alargado mucho, quizás os he cansado un poquito. Pero deseaba proclamar aquí, en este fin de peregrinación jacobea, junto a este Cristo cuya cruz no hace más que subrayar esa Y griega que es Cristo, Cristo muerto para darnos la vida; subrayar, como os decía, que hemos de poner en pie estos cristos laicos por Europa. Quizá lo que podamos hacer nosotros sea poco, o sea mucho, en este arrimar el hombro para esta evangelización de Europa que tanto el papa desea. Quizá no podamos hacer mucho, pero lo que podamos hacer lo hemos de hacer, y lo habremos de hacer con la ayuda de Dios.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía de 24 de Julio de 1985 en la iglesia del Cristo en Puente la Reina