Este evangelio de hoy nos puede parecer, así por lo pronto, un poco duro, porque dice: “Quien ama al padre o a la madre más que a mí, quién ama a los hijos más que a mí…” Y al padre y a la madre y los hijos y amigos son algo que están cerca, que los veíamos, a los que hemos de estar muy agradecidos por tantas cosas. Los padres nos dan la vida. Y, a Jesús no le vemos tanto, no teniéndolo así al alcance de nuestros sentidos, porque creemos que está aquí en la Eucaristía, ciertamente.

 

Y es tajante. Debemos amar más a Cristo que a los padres. Parece como decir, marginas un poco a los padres, a los hijos, todo por el amor de este mundo. Por eso digo que parece un poco duro ese evangelio.

 

Por otra parte, saben que él no ha venido a destruir la naturaleza sino a perfeccionarla, que su encarnación, precisamente, asume la naturaleza plena. ¿Qué podemos pensar? San Pablo tiene una afirmación clara, dice: “Ya no soy yo quien vive en mí, es Cristo quien vive en mí.” Es decir, que mi persona, yo, está de tal modo unida a la persona de Cristo que somos uno. Además, mi persona es humana, su persona es divina. Y en esta fusión de personas, yo subo y casi me pierdo dentro de esa persona divina. Y puedo decir yo, y cuando digo yo, no soy yo, es Cristo quien está en mí, que asume un cuerpo místico bien unido. Y cuando digo yo, es como decir Cristo os habla, de tan unidos que debemos estar Cristo y yo.

 

Y esto todos los cristianos. Fijaos que cuando una pareja se casa se les dice que deben ser una sola carne, que significa una sola personalidad, es decir, que aunque hay un yo de ella y un yo de él, están tan unidos que sólo tienen un yo, que lo que dice uno lo dice el otro, y lo que quiere uno lo quiere el otro, porque están unidos precisamente por el amor y el amor hace sintónicas las personas y les hace desear siempre una misma cosa y pensar siempre lo mejor para ellos y para los demás. Somos una sola persona. Si esto ocurre entre una pareja, cuanto más debe pasar con este otro desposorio mucho más alto todavía, de Cristo y la Iglesia, es decir, de Cristo y cada uno de nosotros que somos un trocito de iglesia. Somos unos. Cristo y yo somos unos.

 

Ciertamente, cuando la segunda persona de la Santísima Trinidad se encarna, asume la naturaleza humana, pero sin mezcla ni confusión con la naturaleza divina. Jesús tiene dos naturalezas: la divina y la humana, y es lo que le da la formalidad humana y esa alma hace que tenga una inteligencia humana, una voluntad humana, naturalmente, sino no sería un hombre de verdad. No se habría encarnado de verdad el Verbo.

 

¿Pero es que un hombre puede ser un hombre sino es persona? Lo que ocurre no es que Jesús tenga dos personas, esto sería una herejía, sino que lo que era persona humana en Jesús está tan unida de antemano con la personalidad del Verbo que quedan una sola persona. La persona de la segunda persona de la Trinidad.

 

Tal es la comunión entre las personas. Cristo nos lo dice cuando nos da el mandamiento, os digo que os améis, que seáis perfectos como Dios Padre es perfecto. ¿Por qué? Porque ama a todo el mundo, también a los enemigos. Nuestro corazón cristiano no puede hacer más que amar y por tanto también a los enemigos, si sólo puedo amar, pues también tengo que amar a los enemigos.

 

Después el otro mandamiento dice que amáis unos a otros, no de cualquier manera, no con las fuerzas de nuestro corazón, sino como el Padre me ama a mí y yo os amo a vosotros. Así debemos amarnos, si nos amamos con este amor, amor divino unos a otros, entonces es como “sean unos como el Padre y yo somos unos”. Debemos amarnos unos a otros de esta manera y cuanto más cada uno a Cristo. Debemos amar a Cristo de esta forma que es una unión personal, que nos absorbe a nuestra persona, que pienso, vivo, deseo, quiero, hago lo que piensa y desea y quiere hace Cristo, absolutamente sintónico con él. Ya no soy yo quien vive en mí sino Cristo.

 

Naturalmente, si los cristianos lo hacemos, entonces no hay problema en amar a padres e hijos, amigos y Cristo. Porque los padres y los hijos y todos los buenos amigos están también unidos a Cristo y amarlos es amar todo lo que tiene él, todo su cuerpo místico, donde están los padres y los hijos y amigos.

 

Si realmente somos también cristianos, no hay problema, no hay contradicción. Sepamos así llegar en este desposorio místico, de la persona mía humana con la persona divina, dejándome llenar absolutamente de Él, de la persona de Cristo. Para que Él y yo, como dice San Pablo, seamos también unos. “Si da un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, mis discípulos…”. pequeños no significa niños, sino mis apóstoles, que lo habían dejado todo y se habían hecho como niños, simples seguidores de Él. Lo habían dejado todo, no tenían nada, como los niños. Un vaso de agua fresca porque son mis discípulos, es como si lo diésemos a Cristo mismo. Así se hace la unidad de las personas.

Precisamente, por eso podemos decir: amad a los otros porque en los otros vemos a Cristo, porque están fusionados con Cristo.

 

El misterio de la Encarnación es precisamente eso, asumir la naturaleza humana para que la persona de Dios, la persona del Verbo se haga una con nuestra persona. Ser cristiano es prolongar ese misterio de la Encarnación.

 

¡Qué maravilla es sentir a Cristo en nosotros! ¡Que tengamos una sola voz! Que Cristo esté con nosotros es como somos verdaderamente hermanos, verdaderamente unos. Entonces, no habría peleas, ni odios, ni celos, ni rencores, sólo habría amor.

 

Lo dice Jesús: “¿Quién odia su carne? Nadie. Por eso cuando casan una pareja deben amarse, porque son uno y no se puede odiar al otro, porque es uno mismo. Pues así Jesús y nosotros, con ese desposorio de Cristo y toda la Iglesia. No podemos odiar a una parte de este cuerpo porque somos unos, somos una sola carne, una sola persona.

 

Dar un vaso de agua a un discípulo de Cristo es darle a Él mismo.

 

Que esta Eucaristía sea el signo eficaz de esto, porque esto tiene un nombre, esa unidad que somos es la comunión.

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

Homilía de 28 de Julio de 1987 en Sant Jeroni de la Murtra

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