Ya que estamos presidiendo la concelebración Juan Miguel y yo, y acompañados en esta concelebración por los tres presbíteros que están aquí: Vicente, Juan y Antonio Deulofeu, y todos vosotros, voy a comentar un poco, pero mejor que sea la primera lectura, y dejaré para que Juan Miguel comente el Evangelio.

 

Lectura del profeta Isaías. Eso dice el Señor: pronto, muy pronto el Líbano se convertirá en vergel, el vergel parecerá un bosque. Todavía tenemos muy vivo Juan Miguel y yo nuestra visita al Líbano hace ahora 25 años, cuando se fundó la Casa de Santiago, y fuimos en peregrinación un verano en “barco-stop”, en un “petrolero-stop” a Jerusalén, y nos llevaron a Sidón. Y tuvimos ocasión de visitar con aquel amigo libanés, seminarista en Barcelona y luego en el Líbano, el país, y ese Líbano que se hace un bosque: los cedros famosos del Líbano. Esa profecía de Isaías tan antigua, casi tres milenios, todavía es actualísima en el sentido de cómo hemos de rezar para que ese Líbano conocido, citado, amado por Isaías, conocido también, amado por nosotros que fuimos, está ahora tan desolado. Ojalá que pronto, muy pronto, el Líbano se convierta en vergel. Era realmente un vergel el Líbano. El vergel parecerá un bosque. Que pronto, muy pronto esta profecía se haga de nuevo realidad. ¡Pobre Líbano! Aquel día oirán los sordos las palabras del libro, sin tinieblas ni oscuridad. Verán los ojos de los ciegos. Porque hoy en el Líbano todos son ciegos y sordos; a fuerza de oír los estampidos de los cañones, de las bombas, se han hecho sordos a unos sentimientos de humanidad, de solidaridad, de comprensión de las varias facciones que hay allí de gentes y de pueblos, refugiados palestinos. ¡Qué pena que sean sordos de corazón, ciegos de mente! Ojalá pronto, muy pronto, venga la hora en que se le abran los ojos, se les abran los oídos, y puedan buscar de nuevo la paz, la alegría y la justicia como dice san Pablo. Habría que sugerir a esos movimientos de justicia y paz tan bien intencionados, con tantas cosas buenas, pero que todos tienen una cara avinagrada y angustiada, que san Pablo, el título completo es: justicia, paz y alegría. ¡A ver si se abren a la alegría también esos movimientos, a la alegría de la esperanza, de la certeza del Reino de Dios ya presente!

 

Pues bien, ¡que vuelva esa esperanza al Líbano, abran los ojos, los oídos! Y así los oprimidos volverán a alegrarse con el Señor, y los pobres gozarán con el Santo de Israel. Recordáis que Jesús dice: mi paz os dejo, mi paz os doy, pero no es la paz que da el mundo. Jesús diría también parangonando esta frase: mi pobreza os doy, mi pobreza os dejo, pero mi pobreza no es como la pobreza del mundo; la pobreza del mundo es injusticia y orgullo, es una injusticia y una miseria. La pobreza de Cristo es una pobreza de humildad y de amor, y que por amor uno se hace esclavo, esclavo dándose uno todo, todo lo que uno es al servicio de los demás. Ésa es la pobreza de Cristo, ser humilde y ser esclavo por amor. Ojalá venga esta pobreza otra vez al corazón de estas personas; así los oprimidos volverán a alegrarse con el Señor, los pobres, humildes, los amorosos, gozarán con el Santo de Israel. Porque acabó el opresor, terminó el cínico, y serán aniquilados los despiertos para el mal. Se acabó el opresor, ¿lo somos nosotros acaso? No tenemos mucha conciencia de serlo, aunque quizá por estar insertos en unas estructuras que sí lo son, participamos también muchas veces de este pecado de opresión a los demás. Eso en una dimensión social; pero en una dimensión más íntima, más cercana, ¿oprimimos a los que tenemos a nuestro lado, a nuestros prójimos más próximos? ¡Cuántas veces los oprimimos con la autosuficiencia, con creernos superiores, con mirarlos un poco desde arriba, por encima del hombro, no estando prontos a saber escuchar! ¡Cuántas veces los oprimimos real y directamente! ¡Y cuántas veces somos cínicos!, que obramos con desfachatez, y no nos damos cuenta que estamos ofendiendo a los demás. Y además de los cínicos, dice aquí que serán aniquilados los despiertos para el mal. ¡Qué manera más sutil, qué estilo más sugerente: estar despierto para el mal! Estar despierto, caminar a la luz, con las obras de la luz, eso es lo bueno; pero qué curioso, también se puede estar despierto para el mal. Y mucha gente madruga mucho para obrar mal, fastidiar a los demás, esclavizar a los demás, manipular a los demás, oprimirlos, aprovecharse de ellos, valerse de sus cosas para nuestras ambiciones, nuestros deseos. Despiertos para el mal.

Los que van a coger a otro en el hablar, y al que defienden en el tribunal con trampas, y por nada hunden al inocente. Parece como si aquí hubiera una especial condena a los abogados, a este mundo que siendo tan clamoroso y tan espléndido del derecho, luego está tan manipulado y socavado por túneles oscuros de aprovechamiento, de defender con trampas -bien está defender, pero no con trampas-, que quieren coger al otro cuando el otro habla espontáneamente sin darle más importancia a lo que dice ni estando tan consciente de todos los matices de lo que habla, y le agarran así de súbito, impensadamente, para su provecho; y por nada, por cualquier bagatela que les ofrezcan, son capaces de hundir al inocente.

Esta mañana estábamos hablando del problema del aborto, por qué pasiones, por qué tumultuosos sentimientos de un momento se hunde, se destruye, se da al holocausto al inocente.

 

Así dice a la Casa de Jacob el Señor, el que rescató a Abraham: ya no se avergonzará Jacob, ya no se sonrojará su cara, pues cuando vea mis acciones en medio de él santificará mi nombre, santificará al Santo de Jacob, y temerá al Dios de Israel. Realmente cuando llega Cristo, la máxima acción de Dios Padre, ya no nos sonrojaremos, como dice aquí, ya no nos avergonzaremos frente a todas estas majestuosas personas y obras que se erigen en árbitros de todo con una suficiencia y una razón que convierten idolátricamente en dios, juzgadora de todo. Los que habían perdido la cabeza, desorientados, perplejos, sugestionados por ese mundo, por fin, al ver a Cristo, al sentirle cerca, al sentir su mirada, al oír su voz, al oler su presencia, comprenderán; y los que protestaban… Todo el mundo protesta hoy, todo el mundo protesta, contesta, interpela. Al fin aprenderán.

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

Homilía de 5 de Diciembre de 1986 en la capilla de Modolell en Barcelona

Comparte esta publicación

Deja un comentario