Dice este Evangelio de hoy: Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el evangelio de Dios. Decía: “se ha cumplido el plazo; está cerca el Reino de Dios. Convertíos, creed en el evangelio.” Arrestan a Juan, y eso era una señal verdaderamente terrible, porque arrestando a Juan, desbarataban también a todas aquellas personas que iban a escuchar a Juan e iban a recibir aquel bautismo de él, que predicaba que había que convertirse. Y en este arresto de Juan estaba ya implícito el que, por una razón u otra, antes o después, también lo matarían, como efectivamente ocurrió. Una gran tragedia. Y en esos momentos Cristo tomó el relevo, ha llegado la hora de que Él empiece a proclamar la Buena Noticia. Yo diría que este Evangelio hoy nos resulta muy oportuno. Estamos en vísperas de todo lo posible a ocurrir respecto a un conflicto bélico terrible [se está refiriendo a la llamada guerra del Golfo, que estalló muy pocos días después], ¿qué pasará? Podemos preguntarnos como podían preguntarse Jesús y los discípulos, y los discípulos de Juan: ¿qué pasará ahora que han prendido a Juan, el gran profeta, el mayor nacido de vientre de mujer en el Viejo Testamento? Podemos decirnos hoy, ¿qué pasará? Y sin embargo Dios, Jesús, aquí nos indica lo que hemos de hacer: ha llegado la hora de proclamar la Buena Noticia. Pase lo que pase, el mundo, quizá con sufrimiento, con dolor tremendo, quizá se desencante de muchas de sus soberbias, se desencante de muchos intereses que son los que le mueven ahora, incluso, a desencadenar estas guerras: ambiciones, soberbias, cuestiones económicas, petróleo, orgullos raciales… Quizá, si hay que sufrir todos, es porque servirá de purificación para poder empezar a predicar la Buena Nueva, que le escuchen con mayor humildad purificados por el sufrimiento.

 

Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Esa conflagración podrá durar, podrá desencadenarse y durar más o durar menos, pero el Reino de Dios está más cerca. Es como una columna salomónica; cada vez que hay una espiral de odio, pero se asciende a una mayor extensión y a una mayor clarificación, a un mayor resplandor del Reino de Dios.

 

Y qué hace Jesús cuando empieza a predicar la Buena Nueva. Lo primero, busca ayudantes, busca gente que resuene esta Buena Nueva que Él predica en su corazón, lo dejen todo, como hacen estos apóstoles, Pedro, Andrés, Santiago, Juan, que lo dejan todo para seguir a Jesús para ser pescadores de hombres, predicar la Buena Nueva con Jesús. ¿Qué hemos de hacer nosotros? Lo mismo. Todavía nuestra voz difícilmente será escuchada en la vorágine de una guerra, desencadenadas las pasiones, los odios, los intereses; entretanto, buscad ayudantes, personas que Dios les toca el corazón, que siguen al Buen Pastor que es Cristo, que desean ayudarle, como aquellos apóstoles, discípulos, santas mujeres. En ese ínterin hay que preparar un equipo, diríamos hoy, hay que preparar unas almas apostólicas para gritar la Buena Noticia cuando se acaben los cañones, y la gente, humillada, dolorida, purificada, abran sus oídos con esperanza a esa palabra de la Buena Nueva. No temamos, Dios venció en el mundo, al pecado y a la muerte. No temamos. Preparémonos para predicar más que nunca lo que quizá la gente estará abierta a oír más que nunca. Preparémonos a predicar la palabra de Dios, busquemos gente que vengan con nosotros para ser apóstoles con Cristo hasta el final de nuestra vida, y así vendrán otros hasta el final del mundo.

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

Homilía de 14 de Enero de 1991

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