Preside esta celebración José Luis, y me ha dicho que quería que predicara yo. No sé por qué razones, allá él. Pero como esta celebración tiene dos motivos, uno recordar a nuestros buenos amigos José Barrenechea y a su esposa Angelines, que es aniversario de su muerte. Y la otra razón es el aniversario de la ordenación precisamente de José Luis, de José Luis y otros tres compañeros suyos: de Enrique, de Micau y de Carlos. Quizá por eso no quiere predicar porque tendría que decir: ¡oh, qué bien, es aniversario mío!, y entonces dice que más vale que lo digan otros que no que lo diga yo, je, je… Bueno, y él estuvo tan unido a esta familia de los Barrenechea, porque él fue el que los casó, y una amistad tan profunda y tan sincera, y estamos aquí, yo que los conozco desde los años 30, algo muy íntimo, muy mío, muy unido a él siempre yo y mi familia; y los antiguos de la Casa, Juan Miguel, ¡cómo los recuerda, cómo no! Y estamos en esa doble celebración que digo llena de alegría.
Respecto a Pepe yo querría subrayar nada más una cosa; de su fidelidad a la belleza. Él era, como sabéis, un pintor. Un pintor excelente, de técnicas excelentes, hacía lo que quería con el óleo, con la acuarela, con la pintura…, lo que quería. Dominaba perfectamente su oficio de pintor. No hay más que ver el premio que le dieron la galería Maite, que es la más famosa de Barcelona, por un cuadro suyo hiperrealista en acuarela. Es realmente una obra digna de un museo del Prado. Pero él, dominando toda la técnica, fue fiel a la belleza. El representaba la belleza que hay en el universo, en las personas. Eso no quiere decir que el pintor no dé una interpretación, una sensibilidad, una vibración especial de su corazón que también es una realidad; pero fiel a la belleza. Él, que era catedrático, profesor, clamaba desde su cátedra contra los que querían destruir esa belleza que hay en la Creación, destruyéndola, haciéndola perder la armonía de tanta hermosura distorsionada. Tanto que, recordáis que hay un movimiento dentro de esa apoteosis de la Modernidad, que se llama el «feísmo», cultivadores del feísmo en contra de la belleza. O bien de esos pintores elevados por la Modernidad a mito. Picasso, cuando visitamos un museo vemos sus obras que había hecho de adolescente, muy buenas, dominando la técnica ya; y luego llenó de personalidad suya todas esas obras de la época azul, de la época rosa, que son una maravilla. Pero se va a París, y en París, allí en la vorágine del centro de la Modernidad y del racionalismo, de este golpe de estado de la razón con la libertad, que es la libertad de expresión de la belleza, crea una distorsión enorme que, evidentemente, esa Modernidad eleva a mito con toda la creación del cubismo. Barrenechea se sentía ofendido por esa destrucción de la armonía de la belleza. No así los abstractos: los abstractos son una maravilla. Cualquier hoja de un cuadro de Velázquez, una hojita, ¡qué cuadro abstracto tan maravilloso de colores! Si miráis el cielo de noche en un atardecer, ¡oh, qué cuadro abstracto! El mar, ¡qué cuadro abstracto tan maravilloso! El surrealismo, era un intermedio también de deformación de la realidad por la fuerza de los sueños. Pero el cubismo realmente, ¡qué destructor de la belleza! Y Barrenechea, su leitmotiv declamaba, como, podíamos decir, se murió, pero era un profeta de la Postmodernidad, de una nueva manera de vivir en armonía con la belleza; eso es de la Modernidad después de haber sido destruida y aherrojada por los cánones de belleza que impone la razón, que es aquello que decimos: una ancianita desdentada, vieja, arrugada, encorvada, para su nieto es un ángel, porque ¡cómo le trata con ternura, con belleza! Nadie puede decir: esta mujer vieja, ¡cómo va a ser hermosa con tantas arrugas! Dios ha hecho muchos animales, y naturalmente hay rinocerontes que también tienen arrugas y son bellísimos, son rinocerontes; y una vieja es una vieja, bellísima, y si además tiene bondad…
Pues bien, Barrenechea, yo querría terminar con mi elogio a él en este sentido: fue un profeta de la Postmodernidad, del buen camino que hay que emprender en la Modernidad.
Y recordamos hoy también esa ordenación de José Luis. Ha hablado por teléfono con don Maximino, arzobispo que fue el que los ordenó. Y me decía ahora que por teléfono le había dicho a Maximino: ¡Cuánto valor necesitó usted para ordenarnos!, je, je…
José Luis F.- ¡Qué fe…!
Alfredo – ¡Qué fe!
José Luis F.- ¡Cuánta amistad!
Alfredo – ¡Tan grande en ordenarnos! Me ha corregido la palabra exacta porque es él el que la dicho, porque yo diría, y en eso estamos con las lecturas que habéis leído, en el cogollo del asunto: ¡cuánta fe! ¡Cuánta fe! Es una gran virtud que hemos de tener, y la esperanza, y la caridad. La esperanza, que es una esperanza cierta, cuando esperamos a unas personas amigas, y nos dicen por teléfono: ya hemos llegado a la estación, cogemos un taxi y llegamos. Bueno, esa esperanza cierta de que van a llegar esas personas amigas ya nos llena de alegría. Pero la fe es algo distinto de la esperanza, es otro aspecto; la fe no da alegría, da mucho más: da entusiasmo. Estábamos comentando, así a “sotto voce” mientras se leía el Evangelio con Juan Miguel: la fe de lo que es fuente es del entusiasmo. Y entusiasmo ¿de qué? ¿Qué es el entusiasmo? Estamos en estos momentos de crisis de la Modernidad tratando de descubrir un nuevo camino: la libertad. La libertad es mayor que la razón, es origen de la razón. La razón es muy importante, la razón es igualmente importante que la libertad y que el amor, pero la libertad es mayor porque es el origen. Una libertad que ha de estar unida a la libertad de Dios. La razón puede dar un golpe de estado, como lo dio la Modernidad, destrozando a la libertad y queriéndose poner ella por encima de la libertad marcándolo todo: lo que hay que hacer, lo que no hay que hacer, lo que es bueno, lo que es malo, lo que digo…, es el imperio del despotismo ilustrado. Dio ese golpe de estado queriendo ponerse por encima de la libertad. A esta pobre razón hay que decirle: ¡si usted es incapaz de explicar a un niño cómo es el sabor de la menta, por mucho que se lo explique, el niño no lo sabe hasta que no se tome un caramelo de menta! Esa razón que no puede decir por qué existe algo en vez de nada; esa razón que no me puede salvar de mis límites, y el resumen de mis límites es la muerte, ¡no me puede salvar! La razón ¿¡qué sabe, ¿¡qué puede!? ¡Nada! Ni puede explicar nada de lo profundo, ni salvar nada de lo radical. ¡No!, eso demuestra que hay algo por encima de la razón: ¡oh, la libertad! Ahora, la libertad puesta en su sitio, y la razón a su servicio, porque la libertad tiene que engendrar la sabiduría, y ambas el amor, porque el amor, si no hay conocimiento, si no hay razón, ¿Qué es lo que va a amar? No sabe. Se necesitan las dos cosas: ser libre y ser inteligente, ser sabio; de ahí surge el amor. Pero entonces esta libertad, que está en lo más alto, no puede dar un golpe de estado para ponerse más arriba todavía -la razón sí-. Por encima de la libertad todavía hay algo más. Tiene dos peligros, uno hacia abajo y otro hacia arriba. Hacia abajo, creerse que, porque es lo primero y el origen, está por encima de la razón y del amor. ¡No, si son iguales! No puede esclavizar, no puede dominar a la razón. La libertad no es irracional, no es “arracional”, no es “contrarracional”, es prerracional. Pero precisamente la razón es hija suya, son iguales, tiene que tener un respeto, un amor maravilloso por la razón, y ambas expirarán el amor. No las pueden dominar. Ésa es una tentación de la libertad.
Y la otra tentación de la libertad por arriba, ¡oh, si no hay arriba, si no tiene nada más por arriba! ¿¡Dónde puede dar un golpe de estado para ponerse por arriba!? Sí todavía. Por encima de la libertad: prescindir de Dios, arrojar a Dios a una transcendencia completamente transcendida entre un abismo entre Él y lo nuestro; sin darse cuenta de que todo el ser, el universo, si no está sostenido en la palma de Dios, en el Ser de Dios, se aniquilaría. Dios no está transcendido lejos, es nuestra superficie donde nos apoyamos en Él. No somos panteístas de confundir una cosa con otra, pero estamos apoyados en Él. Dios está en nuestra superficie, somos la piel de Dios. Arrojar a Dios fuera para hacer yo de mi libertad absoluta y total, ¡absoluta!, ése es un golpe de estado de la libertad contra la libertad de Dios. Y esto, justo, es lo que hizo el diablo, esto es el infierno: quedarse con una libertad absolutamente divorciada de la libertad de Dios. Y en cambio, una libertad que diga: ¡qué hermoso desposarme con la libertad de Dios, ser unos, sintónicos, Él y yo tenemos una sola libertad, ¡qué maravilla! Esto es el entusiasmo. De este maridaje de mi libertad y la libertad de Dios, no separarme de ella, volverle la espalda, ser autónoma completamente, eso es el diablo, eso es el infierno, esto no da ninguna alegría. De tener yo esta fe, la fe es superior a la razón; la fe es algo de la libertad, mi libertad tiene fe en la libertad de Dios. Y ese sentirnos unos, mi libertad y la suya, una sola libertad, ese maridaje fruto de la fe -por eso citaba antes lo de la fe-, y lo dice el Evangelio: de la fe de esas personas en el templo que esperaban, de esta fe se entusiasmaron, sale el entusiasmo que es superior a la alegría, la alegría es fruto de la esperanza. Hay que tener paz, hay que tener alegría para poder dar este salto cualitativo a la fe, a esa sintonía de mi libertad y la suya de la cual sale la explosión del entusiasmo, ¡y entonces uno va por el mundo lleno de entusiasmo! Y entonces, engendrando sabiduría, haciendo obras de amor por el bien de todos con entusiasmo, sin arredrarse, sin miedo, sin dudas, porque la sola razón sólo sirve para sembrar dudas, y entonces atenaza el espíritu, te roba la libertad, ¡claro!
De una sana razón que es instrumento de la libertad para llegar al amor, y una libertad que es entusiasta, que está por encima de toda duda, de toda constitución que la aherroje, libre, unida a Dios, a la libertad de Dios, por la fe, ¡de eso nace un chorro de entusiasmo en este mundo para todo! ¡Qué maravilla!
Pues sí, Maximino tuvo mucha fe, ¡mucha fe!, y eso se traslada en una cosa: que sois hombres de entusiasmo para ir por el mundo a hacer el bien.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía de 30 de Enero de 1993 en la capilla de la Universidad de Barcelona