Hoy, día de San Esteban, es curioso que después del día de Navidad , esta fiesta que nos alegra tanto – el nacimiento del niño Jesús, día de alegría-, al día siguiente, celebremos la fiesta de San Esteban protomártir, el primer mártir cristiano por seguir a Cristo.
Naturalmente que toda familia, cuando nace un niño, celebra su nacimiento y celebra también su muerte, que es para los cristianos el paso al Cielo, una doble alegría. Claro está que, en el caso de Cristo, esta celebración del nacimiento y de la muerte camino del Cielo se ve desdecida, no por el morir, sino por la clase de muerte, muerte en cruz ciertamente con gran sufrimiento, pero a veces también hay muertes naturales con enfermedades terribles que comportan un gran sufrimiento. No es éste precisamente el mayor sufrimiento, pues el mayor que hace doler al alma de María, de los apóstoles todos, del propio Cristo, es que muere así traicionado por uno que Él consideraba amigo. Muere traicionado por aquellos que tendrían que ser sus grandes defensores, los que más se tuvieran que alegrar de su venida, los del sanedrín, todos jefes del pueblo escogido. Esto es lo que produce más dolor. Todos tenemos que morir, y seguramente – que Dios nos ayude – podemos tener muertes más o menos dolorosas, largas, difíciles o fáciles, pero lo que duele es el desamor, la traición, el odio, eso es lo que duele. Y en fin, estos son los dolores y gozos de San José y de María que dicen. Junto a esta alegría del nacimiento está María, a la que la profecía de Simeón le vaticina que una espada atravesará su corazón, en el día en que llevan al templo a Jesús recién nacido.
Pues bien, como una prueba del nueve por el nueve en aritmética para saber si una multiplicación está bien hecha, inmediatamente después de la alegría de Navidad y de esta alegría que también es el triunfo de Cristo, la Resurrección, la entrada en el Cielo y con ello asegurar nuestra entrada en el Cielo, como prueba de que esto no es sin cruz, está al lado de la Navidad el día del protomártir Esteban. Protomártir que es un hombre, no es el Verbo hecho Carne, como Cristo. No es siquiera María al pie de la Cruz, inmaculada y madre de Cristo, sino un hombre cualquiera, un hombre como nosotros, un ser humano que era diácono y que es el primero en dar la vida por Cristo con una heroicidad -como nos cuentan los Hechos de los Apóstoles-, realmente extraordinaria siguiendo el ejemplo de Cristo. Un hombre cualquiera, al que podemos imitar porque éste es un ejemplo cercano a nosotros que somos personas cualesquiera.
Si alguna duda tenemos de que en este mundo no falta la cruz, en este mismo evangelio nos lo profetiza Cristo mismo: los que llevéis mi nombre, por llevar mi nombre seréis perseguidos, seréis ultrajados, seréis entregados a las autoridades, os azotarán y os matarán, y tanto se enardecerán los ánimos por causa de mi nombre, que hasta los hijos matarán a sus padres. No solamente las autoridades, que al fin y al cabo no son nada nuestro, pueden no ser nada nuestro. No, o incluso entre los familiares a veces -que están ligados por sangre y que parece que tendrían que tener un amor especial padres e hijos, hijos y padres-, el odio puede ser tan grande por causa de Jesús, que sobrepase estos lazos que supuestamente tendrían que ser de amor.
Pero no nos ha de arrostrar el miedo en esta cuestión. Cuando lleguen las cosas no hay que preocuparse de qué diremos o cómo lo diremos, ya el Espíritu Santo en esas circunstancias estará con nosotros para iluminarnos lo que tenemos que decir, cómo y qué es lo que tengo que hacer. Entretanto ya nos confiamos y estamos alegres en la esperanza, firmes en la fe y llenos de solicitud y de diligencia en las obras hacia los demás por amor, incluso a los enemigos, que esto es lo que caracteriza al cristiano, porque amar a los amigos, eso también lo hacen los paganos.
Entretanto hagamos esto con alegría, con solicitud, porque tenemos una fe firme y una esperanza firme. Cristo venció al demonio, venció el mal, venció al maligno. Cristo venció la muerte, venció el pecado, venció a estos mismos que nos odian. Tranquilos en la victoria de Cristo que recordamos también en estos días navideños muy especialmente, para esto vino, para triunfar sobre el maligno. Pues con esta alegría de la nueva vida que Cristo nos da, también con el recuerdo de la cruz, de la que San Esteban es un preclaro ejemplo, un primer ejemplo, ¡adelante sin miedo!, porque nuestra misión es hermosa: pasar por el mundo haciendo el bien.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía del Sábado 26 de diciembre de 1987 en Barcelona
Del libro «Homilías. Vol. II 1982-1995», publicado por Edimurtra