Ya se ve claro que aquél que va a preguntar a Jesús: ¿Qué es lo que tengo que hacer para salvarme? Pues mira, ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Está muy claro. Y otro continuó preguntando: bueno, tengo que amar a los otros como a mí mismo, ¿Quiénes son los otros? Una respuesta de Jesús muy sencilla habría sido: ¿los otros?, está clarísimo, los demás. Pero para remarcar lo que Él quería decir a éste que preguntaba cosas que eran tan claras, le puso un ejemplo, un ejemplo límite, digamos, para que lo viese bien claro. Que bajó un hombre, encontró un ladrón, y dice exactamente: un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de los ladrones. Le robaron, le apalearon y se fueron dejándolo medio muerto. ¿Qué es lo primero que hicieron con este hombre? Le despojaron de todo, le quitaron los zapatos, las sandalias que llevaba, los pantalones o la túnica, lo dejaron desnudo, lo despojaron y además lo apalearon y lo abandonaron.

 

Claro, encontrar ahora si saliésemos de aquí un hombre o una mujer completamente desnudos, pues puede que algunas personas, y más incluso un sacerdote: ¡oh, qué hombre, qué mujer, desnudos aquí delante…! En cambio, vino aquel samaritano, que no una persona que iba al templo de Jerusalén, no, no, era samaritano, era otra cosa, otra religión, de otra manera, pero que al ver que aquella persona estaba allá apaleada, herida, cree conveniente acercarse, ungirlo con aceite y vino que es lo que él llevaba y cubrirlo, y tal como estaba lo montó en su caballería llevándolo al hostal. Y dijo: tenga, cuídelo bien y tome dinero, si gasta más, cuando yo vuelva ya se lo daré. No tuvo ningún inconveniente en atender a aquella persona, porque la veía en el suelo, la veía apaleada, herida; y aquella desnudez de aquella persona no fue obstáculo para que este hombre se le acercase y le ayudase y lo llevase al hostal para que le curaran.

 

Claro, es amar a los otros, incluso en un caso quizá que resultaría un poco difícil de ayudarle, pues también, también, es otro [prójimo].

 

Pues ya ves, haz tú lo mismo a todas las personas

 

Podíamos traducirlo en una cosa más moderna que es terrible, es, en fin, ¡pobre muchachas, pobres prostitutas! Y se acerca: escucha un momento la palabra de Dios, escucha, Él perdona, Él te ayuda… ¿Quién se atreve a hacer un apostolado con las prostitutas? Casi nadie, ninguno. Si vosotros conocéis alguna persona que no tenga inconveniente de acercarse a estas mujeres para hacer un apostolado también con ellas, ¿quién? Todo el mundo pasa por el otro lado: para que no me confundan, que no crean que si yo paso por allá es por pasar cerca, o por decir unas palabras, vaya usted a saber; no, paso por el otro lado. Tenemos que amar a todos, a todos los demás, sean quienes sean, a todos, como Jesús explica a este samaritano.

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

Homilía de Julio de 1995

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