Os hablé de una tarea que había que hacer en la “Cartuja alta” cuando estáis en soledad y silencio. Un trozo era meditar algún punto del realismo existencial, para ir sacando hojas de cebolla de vosotros, hojas de falta de humanidad, cosas que todavía son necesarias meditar mucho para descubrirlas y arrancarlas y haciendo eso, llegar a ser más humildes ónticos, cosa necesaria para estar abiertos de una manera fructífera a la gracia de Dios. Dedicar un tiempo a meditar en vuestra cartuja ese realismo existencial. Seguramente se os ocurrirán muchas cosas que no las habíais pensado nunca, que son consecuencias de ese punto que penséis, y que luego en la cartuja media -o no hablar o hablar de Dios, toda frivolidad es perder el tiempo y el alma- intercambiéis lo que habéis descubierto por vuestra cuenta de estos puntos, y así os enriqueceréis mutuamente y os servirá para profundizar más cada uno.
Recordad aquello que dicen estas revelaciones de la Virgen de Medjugorje: rezar no es leer, no es decir palabras, meras palabras, rezar es sentir aquello que se dice – Padrenuestro, Dios mío, Tú eres el Padre, yo soy hijo de Dios, Dios es mi Padre -. Como dice el evangelio de hoy, no es Moisés el que os dio el pan, es Dios Padre el que da el verdadero pan que da la vida. Dios es Padre mío, es mi mejor amigo, soy su mejor amigo por esta ligazón honda que tenemos Padre e hijo; me lo ha dado todo, hasta la existencia para poderle amar. Sentir esto es rezar. Diría lo mismo aplicado esto a esa meditación del realismo existencial. No es que leáis allí un trozo y lo recitéis; es verdad, si mis padres no se hubieran conocido, yo ahora no existiría, claro, evidente. No, es tomar este punto y sentir: yo podía no haber sido, yo podía no haber existido jamás, ¡claro! Como digo yo en esa historia cero, cuando uno siente eso, es que le coge un escalofrío desde las uñas a la punta de los pelos, ¡pensar que podía no haber existido! No hay que recitarlo de palabra y leerlo, o meditarlo incluso fríamente como un problema metafísico puesto encima de la mesa, no, no, no, eso hay que sentirlo y, como digo, es un escalofrío enorme. Es como si uno se cayera por un pozo sin fondo, es como si uno se encontrara perdido y sólo en medio del universo, ¡qué angustia, podía no haber sido, y soy! Entonces uno descansa en este ser que tiene, ha tocado fondo, ¡qué tranquilidad entonces!, como uno que se cayera desde un rascacielos y de pronto encontrara una red mullida, una red elástica llena de hierba fresquísima, ¡oh, como respiraría! ¡soy! Hay que sentirlo, porque sólo cuando esto no es una mera elucubración mental sino que se nos ha convertido en sangre y savia de nuestro sentir, es cuando entonces saltan como chispas maravillosas tantas otras consecuencias. Eso lo tenéis que ir descubriendo cada uno. No basta decir: que lo hagan los demás, ya leeré si escriben algo sobre eso. No, no, eso hay que escribirlo con sangre dentro de cada cual.
Pues bien, sepamos rezar como Dios nos ha dicho, sepamos meditar como es propio del ser humano, las dos cosas están muy ligadas entre sí.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía del Sábado 30 de julio de 1988 en Barcelona
Del libro «Homilías. Vol. II 1982-1995», publicado por Edimurtra