No sé si te has enterado, es aquel de las monedas que tientan a Jesús, si había que pagar tributos, dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios. Eso nos da pie a que sepamos distinguir muy bien lo que es de Dios y lo que es del mundo, porque muchas personas esto lo tienen confundido y se arman unos líos en la cabeza impresionantes que repercuten en su vida espiritual, por ejemplo, por un lado, leemos que el Señor dice: Pedid y recibiréis; Lo que pidáis en mi nombre se os concederá; etc. Bueno, entonces la gente pide, pide cosas a Dios, e invoca el nombre de Jesús y quizá no obtienen lo que piden; Y le pueden entrar crisis de fe, dudas, porque tienen confundidas las cosas. Cristo habla del Reino de Dios no del mundo.
El Mundo ahí está, y el príncipe del mundo es el diablo, es el mal, con todas sus secuelas de envidias, de ambiciones, de poderes, de influirse, de engañarse, de lucha, de competencia, el mundo, esta riada del mundo. Y en medio de este mundo, claro está, como unas islas en medio del mar, está el Reino de Dios, y cuando Cristo habla se refiere al reino de Dios, no al mundo, y claro, si nosotros pedimos a Dios cosas del mundo: “mira, yo quiero de todas, todas, aprobar estos exámenes porque así yo acabaré la carrera y podré obtener aquel puesto”. Bueno, muy bien, pues allá tú, eso no tiene nada que ver con el reino de Dios. Cuando Dios promete que lo que pidamos nos lo dará, son cosas del reino de Dios ¡Padre mío, hazme sentir más la presencia del Espíritu en mi corazón!, por ejemplo: Padre, hazme ser más comprensivo con la gente. Claro que sí. Padre, por los méritos de Jesucristo, te pido en el Espíritu Santo, que me hagas vencer esos defectos que tengo, los que sean. Claro que sí, que nos suele dar. Pero la gente, en general, nunca pide estas cosas, pide cosas del mundo, queriendo poner al servicio de las cosas del mundo que quiere alcanzar, pues al reino de Dios y lo que Dios tiene prometido al reino de Dios, para utilizarlo como sacacorchos en lograr cosas de este mundo, y claro, este no es el juego.
La gente entonces se desorienta o se desanima. Tú pide cosas de Dios, esas promesas son para dentro del perímetro del reino de Dios, no para el mundo. A veces hablaba Jesús en parábolas y decía: No, si yo esas parábolas las digo para los sencillos de corazón, para vosotros, mis discípulos, que queréis estar en el reino, los demás no las entienden, allá ellos, allá ellos.
Muchas veces nosotros también, con el realismo existencial, caemos un poco en el desánimo de que el mundo no lo entiende, no se da cuenta de que es tremendamente fecundo. No. Pero, el mundo, el mundo por definición no lo va a entender ni lo quiere entender, y si uno no quiere una cosa no la entiende, se cierra a ella. Este cerrarse es el pecado contra el Espíritu Santo.
No, no, esas cosas están dichas para el reino de Dios, para los que quieren estar en el reino de Dios, para los hombres de buena voluntad que, aunque no conozcan la iglesia, ni a Cristo, son del alma de la iglesia. Éstos, los sencillos de corazón, los que no son soberbios ni son ambiciosos, los que no quieren dominar a nadie, etc. etc. Éstos lo entienden. Por lo tanto, no nos desesperemos de que el mundo no lo entienda, ¡faltaría más!, seríamos entonces algo del mundo. El mundo, lo que no es del mundo siempre lo rechaza, no se abre el mundo.
En cambio, nosotros conocemos estas promesas de Dios para este reino, y deseamos estar en él, movernos en él y nadar dentro de él y no salirnos de él. Decía el otro día el evangelio que hay un pecado que no se perdona: el pecado contra el Espíritu Santo. Y parece difícil entenderlo, qué será este pecado. El Espíritu Santo, que nos lo envía el Padre y el Hijo, me está rodeando, está realmente envolviéndome, soy yo quien puedo abrirme o cerrarme. Un molusco en el fondo del mar, está el agua llena de buenos alimentos para él, puede cerrar sus barbas, se morirá de hambre, puede abrirlas y el mar lo inunda, y no le faltará nada.
Cerrarse al Espíritu Santo, qué gran pecado; en el pecado se lleva la penitencia porque es la muerte de uno mismo, se agosta, se seca. ¿Cuál es la virtud contraria porque si este es el más grave pecado que ninguno, nos interesa mucho conocer la virtud contraria, la virtud que nos libere de este cerramiento? ¿Cuál es?: El Abandono confiado en el Espíritu Santo, ese abandonarse en Él, en ese viento de Dios, como una hoja del árbol se abandona al viento, y el viento, ese viento de Dios, siempre la posará en praderas maravillosas donde no faltará nada, donde volverá a encontrar a Jesús Resucitado sentado a la diestra de Dios Padre, en esas praderas del Buen Pastor. Abandonarse al Espíritu Santo.
Pues bien, que en esta celebración sepamos abandonarnos en Dios para no quedar cerrados contra el Espíritu. Y así, abandonados en Dios, entendamos muy bien que el mundo es del Cesar, pero las cosas de Dios son otras.
Hagamos un acto de fe.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía de Septiembre de 1990 en Trujillo