… le llevaba su hijo hacia el sepulcro. En cambio, es distinto cuando las cosas son en la otra dirección: los hijos llevan a sus padres, precisamente para que, descansando ya de la lucha de esta vida, entren en el Cielo de una vez ya a gozar de la presencia de Dios. Es diferente. Es algo, podíamos decir, contra la naturaleza, que, a unos padres, o a una madre viuda, aún más, se le muera un hijo, quedándose sola, quedándose sin oficio ni beneficio ya de hacer en su vida qué, ya no tiene a quién transferir su experiencia, su amor, a quien educar. En cambio, es de naturaleza el que los hijos lleven a enterrar a sus padres cuando han peregrinado largamente por el mundo, se han llenado de méritos delante de Dios y de los hombres, y alcanzan de una manera madura y luminosa esta meta de la vida que es el acabamiento de la vida. Una carretera es una carretera, tiene sentido si va de alguna parte a otra; la vida tiene un principio y tiene un fin; no tendría sentido la vida si no tuviera un fin, una finalidad, un término, un abocar a la plenitud total del Cielo.
Todos hemos vivido estos días últimos de Amparo con emoción, con unción, y agradeciéndole tantas cosas que nos ha ido dando al irle conociendo a lo largo de su vida, vosotros familiares, nosotros un poco en los últimos años, y ahora en los últimos días. Cuando yo la veía aquí que la habéis arreglado para llevarla a esta morada terrena última contemplándola a ella ya desde el Cielo, le habéis puesto un vestido, un vestido muy elegante; yo diría que está contenta ella de ir con este vestido. Ella nos dio a todos una gran lección en estos momentos en que la gente se sienten esclavizadas por toda una serie de estructuras que los trituran, que los mecanizan, que los agobian, que nadie vive según su deseo, su vocación en unos países y en otros, es difícil esta floración de la persona en su libertad, en su iniciativa, en su creatividad. Todos los sociólogos, todos los pensadores dicen que la manera de romper este cerco es por la estética, por la belleza, por el cultivo de la elegancia personal e individual, por ahí se puede romper este cerco que agobia de estructura, a veces muy materialista; y ella nos daba este ejemplo: cómo siempre ella cultivó de una manera hermosa estos valores que os digo, y además lo hacía sin grandes gastos. A la gente le parece que ser elegante, ser distinguido, ser pulcro, requiere grandes fortunas. Lo hermoso es ser todo esto con una discreción de medios, con una utilización prudente de los mismos. Ella nos dio la lección fundamental, diría yo existencial, tanto que hablamos ahora esos días, esos días llevados de la mano de los grandes pensadores modernos; estoy recordando ahora a Víctor Frankl, que dice que hoy la gente ya pasó de que la Humanidad tiene una crisis de valores sexuales, y que hay algo mucho más hondo: una crisis de valores existenciales.
Pues ella se aceptaba en su existencia tal como era, tan delgadita, tan chiquitita, con tanta energía en sus ojos y en sus gestos. Ella se aceptaba como era con verdadero humor, haciendo siempre gracia de su delgadez, que cualquier viento la llevaba como una pluma por el aire, y desde ahí siempre, otra faceta, desde esa aceptación suya aceptaba todo su contorno. Yo siempre la oía hablar a ella de las personas ausentes en aquel momento, familiares amigos, siempre con elogio, con profundo elogio.
¡Qué gran ejemplo para todos nosotros! ¡Emprendedora!, la recordamos nosotros en Turtzioz, la recordamos nosotros en Mallorca. ¡Qué ejemplo constante! Constante también de haber aceptado ella unas normas de vivir, un orden cultural, podíamos decir; hace poco lo comentábamos con sus familiares, que el día antes de morir le trajeron un poco de flan, y ella dijo: ¡esto de postre! Y entonces tomó una cucharadita de otra cosa, y dijo: ¡ahora sí! Aceptar todo un orden como el entramado. No se puede bordar, no se puede hacer una rosa maravillosa bordada si no hay un cañamazo donde sostenerla, no se puede bordar la vida mientras uno no pone un cañamazo de toda una serie de coordenadas en las cuales vivir. Una alegría de estar en todas partes, por el hecho sencillamente de estar, con una enorme fe que nos dio ejemplo, de una fe recia sin ningún tipo de ñoñerías ni de magias.
Una mujer fuerte dentro de su debilidad, luchadora, como os digo yo, llena de humor. Alguna visita que recibió aquí pocas horas antes de morir, ¡qué bromas le gastó tan tremendas, tan agudas, tan profundas! Y siempre con una enorme veneración para todo lo religioso. Siempre me trató a mí con una veneración que no veía en mí a la persona tan llena de defectos, sino también al sacerdote, al mensajero de Jesús, de Cristo, al portador de palabras de Dios.
Doña María nos ha hecho una hermosa caricia, precisamente cuidando a Amparo estos días y llevándosela justo cuando estaba reunida toda una junta de la Fundación, nada menos, de doña María, de doña María Corral; cuando estaba reunida toda la junta, ellas tan amigas, fue cuando se llevó a su gran taller del Cielo, a ese taller que ha de servir para la fiesta, no solamente allá, sino intercesoras ambas para ayudarnos a estar en fiesta aquí en medio de todas las vicisitudes, en medio de todas las dificultades, pero en fiesta porque queremos estar en Cristo siguiendo sus mandamientos de ser unos, de perdonarnos mutuamente, y de amarnos unos a otros como Él nos amó.
Digo estas palabras para que nos sirvan de consuelo, especialmente a sus familiares, que tan entristecidos estaban con ese tránsito; es normal. Uno sabe que está en el Cielo, pero el desgarrón, la soledad en los que quedan, los que aquí siguen, es normal que dé una tristeza profunda, compatible también desde dentro con una alegría honda de saberla ya en su término, ya llegada a la Casa del Padre, y que desde allí va a ser nuestra intercesora para esto, para que caminemos en pos de Cristo, y así, seguro, algún día la alcancemos también a ella.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía de 16 de Febrero de 1982 en la capilla de General Vives