Acabamos de llegar de Puente la Reina, donde acabó -y gracias a Dios, sin ningún percance y con mucha alegría- esa andadura en la que han tomado parte unos a un tiempo, otros a otro, y la mayoría todo el tiempo, pues más de 110 personas. De ellas, unos setenta y tantos han sido permanentes de principio al final. Para nosotros esto ha sido una convivencia andando interesantísima. Pero también ha sido una sorpresa este final, que nosotros no pensábamos, no lo sabíamos, y resulta que todas aquellas ciudades y pueblos donde estábamos en Navarra -el día 25 es fiesta mayor, empiezan las fiestas mayores-, y se alegraban de vernos llegar y nos invitaban a participar en sus fiestas. Y efectivamente, ayer estuvimos en una fiesta solemnísima, luego nos dieron un concierto, esta mañana han invitado a todos para asistir a la celebración solemne. Yo me vine, estuve viéndola, pero me vine para llegar a tiempo aquí. Era hermosísimo, allí estaban 22 curas y Juan Miguel, y alguno más de la peregrinación. Digo yo «interesante» por ver la gran alegría del día de Santiago en estos pueblos, y las grandes solemnidades que hacen, religiosas; en las vísperas participaba todo el pueblo, la iglesia estaba llenísima, y hoy no digamos, con sus trajes de fiesta, ese traje de pantalón y camisa blancos y faja roja y pañuelo rojo al cuello, ellos y ellas. De manera que había un ambiente festivo, maravilloso, y realmente extraordinario de devoción popular y de enorme alegría que tenía toda la gente. Allí estábamos nosotros, contentos de esta coincidencia alegre de ver que estaban alegres en la fiesta de Santiago.

 

Pero volviendo al tema nuestro de la «andadura convivencial», de esta convivencia andando, es muy distinta a convivir sedentariamente. Durante el curso hemos convivido más o menos todos los que estaban allá, ya sea en Barcelona, en Madrid, en Salamanca… Pero ese convivir sedentario -es lógico- te está relacionando siempre y en todo momento con tu entorno: con personas, con asuntos, con obligaciones, con trabajos, con estudios… hay exámenes. En cambio, cuando uno se lanza a convivir, las mismas personas, con la alegría de encontrarte grupos que no han convivido, se encuentran juntos, y entonces caminan, y todo va quedando atrás. Porque realmente ha sido extraordinario ver, que hemos salido esta mañana, hemos corrido a 120 y a 130 km/h para llegar esta noche aquí, sin parar… Todo eso, que a nosotros nos ha costado tanto en coche y a tanta velocidad poder hacer, ¡eso es lo que han caminado la gente!, ¡qué barbaridad! Y con momentos realmente difíciles de calor, de sol abrumador: ¡cómo cae este palomo!, como dicen en Albacete, expresión que yo no conocía hasta hoy. ¡Cuánto cae este palomo!, refiriéndose al sol. Bueno, pues realmente han andado mucho. Y todo ha ido quedando atrás, va pasando, va pasando todo, uno camina. Y eso hace que uno se vaya desraizando, cortando todas las ataduras con lo que le rodea, y hace que la convivencia cada vez sea más honda, más estrecha, más sincera, sin tapujos, la gente se conoce en profundidad verdaderamente, aflora un gran espíritu de servicio, aflora una gran caridad, una gran amistad, no solamente humana sino mucho más: con don del Espíritu Santo. A fuerza de cocerse en esa olla de la convivencia completamente desconectados de…

 

Hemos celebrado Santiago, los caminantes, ayer noche, en que nos reunimos en una cena fraterna, en un lugar bellísimo que nos prepararon con mucha alegría y mucho espíritu de servicio la gente, con la celebración -como digo- de las vísperas, de un concierto, de la misa de hoy. Éramos esta mañana, porque llegó Domingo, unos 80, y si no 80, 79. Y ahora hemos venido corriendo para tener la alegría de, los que no habéis caminado -aún no han llegado los caminantes- pues celebrar también con vosotros, los que estabais en Barcelona ahora -muchos están fuera por todas partes, en colonias, en apostolados en general, en el molino…-, y no habéis podido venir, pues celebrarlo con vosotros.

Santiago. La madre de Santiago pedía mucho para él, que se sentara a la derecha y a la izquierda del Señor. El Señor dice que eso no es cosa suya, es cosa del Padre, son ellos lo que han de tener, ofreciendo su vida realmente para la expansión del Evangelio…; son ellos, con la ayuda del Espíritu Santo, y es el Padre el que lo ha conceder. Nos llamamos «Santiago» -somos miembros vivos, muy vivos, llenos de vitalidad de Dios-, de la Casa de Santiago. Ojalá que nosotros queramos también, como él, ofrecer nuestra vida, todos los minutos de nuestra vida, predicando la palabra, predicando, aún más con el ejemplo, el Evangelio de Cristo.

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

Homilía de 25 de Julio de 1985 en Barcelona

Comparte esta publicación

Deja un comentario