Se ve que en lo más íntimo de las entretelas del alma esa música de hoy era maravillosa, suave, transmitía paz, transmitía una suave alegría, elevaba el corazón, no era empujadora tampoco; suave, un arroyuelo que se mete así, suave en el corazón, despertando, ¡qué maravilla! En cambio, ¡Cuánto mal pueden hacer también otras músicas, que son verdaderas bombas atómicas que se meten por todas las grietas del cerebro y lo hacen explotar!
En esta paz de esta mañana -estamos acabando la peregrinación- yo diría que hay una flexión. En esta peregrinación, como habéis visto, yo dije: tenéis que vaciar el pantano de sueño, levantaros a las nueve, con el subterfugio de que como vamos dos horas adelantados en la hora oficial sobre la natural, las nueve son las siete de la hora natural. Dejemos que se vacíe este pantano de sueño, el cansancio de los exámenes, la preparación de la peregrinación, del salir. Pobre Rafael que desde el alba tuvo que empezar la peregrinación sin un hiato de descanso. Pero hoy, en esta paz aquí en esta mañana junto a Nuestra Señora de Monserrate en que emprendemos el regreso, bueno es ya que volvamos otra vez a levantarnos como todo el año a las siete de la mañana. ¿Por qué? Realmente cuando amanece, ¡qué hermoso es ver amanecer! Salta de gozo toda la existencia que tenemos, nos despertamos por la mañana como un nuevo Adán recién hecho que se maravilla del mundo, ¡qué alegría!
Levantarse por la mañana es un índice de que uno está contento de existir, está contento con ese don absolutamente gratuito que no nos lo hemos podido dar nosotros de ninguna manera, que es un regalo, ¡contentos de existir! Y asombrados, maravillados de la belleza de la Creación, de las montañas, de todo, de los ríos. Como hemos podido apreciar en esta peregrinación, uno se siente colaborador con Dios para ajardinar el mundo, le faltan minutos para ponerse al servicio de ajardinar el mundo, de hacer felices a los demás, ¡qué maravilla!
Luego llega el atardecer, es hora de sosiego, de platicar, de reunirse los hermanos, de charlar. Cuando yo ayer, ya anochecido me fui a dormir, pero no llegabais, pero oía vuestras voces de hermanos charlando…, bueno, charlando. Cristo empleaba la noche precisamente para estar en soledad y silencio, para rezar, o bien para platicar suavemente entonces con los hermanos, ¡qué hermoso! Pero el que rechaza tomar parte en el amanecer, que se examine bien por dentro, no está contento de existir: a mí ese amanecer, ese dar existencia a las cosas y a mí mismo, ¡a mí qué me va!, ¡qué me va a mí, allá se las componga el universo y todo!, ¡qué me va a mí!
Y luego esas gentes muchas veces, como se encuentran existiendo mal que no, bueno, entonces quieren organizarse su vida, organizarse su vida al margen del universo que no se ve, todo está oscuro. Entonces todo es artificial, se organizan sus vidas, y no se emplea la noche para esa suave compañía, esa conversación, como tuvo Cristo con Nicodemo ya anochecido, hecha la noche. Sino para crear una vida falsa, artificial, sin alegría, y claro, no tiene sol, una vida sin sol.
Bien, pues esta mañana es un regalo de Dios, este haberos levantado más pronto, este oír desde la siete esa música, que, si a alguno le ha parecido un tanto intempestiva porque tenía todavía sueño acumulado, bueno, ya la irá paladeando más adelante. Porque -y con eso enlazo con el Evangelio y termino para que Juan Miguel nos pueda decir también algo- dice Jesús: los que están agobiados, los que están cansados, vengan aquí. Él, llevando su cruz, ya dejó bien manifiesto que cargaba con todas nuestras pesadeces de pecados, de culpas, nuestros cansancios, de ser tan limitados. Él cargó todo: yo os aliviaré, no temáis…
Pues bien, aquí junto a la Virgen de Monserrate, medianera universal de todas las gracias, sepamos oír esas dulces palabras de Cristo que nos llenarán de fuerza, no temáis, Él nos ayudará. Sepamos levantarnos con alegría al alba para sorprendernos, maravillarnos, gozarnos y agradecer y alabar la existencia.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía de 18 de Julio sw 1991 junto al Santuario de Nuestra Señora de Montserrate, Fórnoles, Teruel