Hemos oído el evangelio de san Columbano, cuya fiesta exacta fue ayer, la de san Columbano abad. La verdad es que no sabía cuál sería el Evangelio que correspondía a esta fiesta de hoy. Pero qué hermoso. En la oración habéis oído que se admira, se alaba a san Columbano porque, por una parte, era un monje, era una persona que le gustaba la soledad y el silencio. Pero que por otra parte era un gran predicador que salía a predicar a Cristo no sólo con la palabra sino con sus ejemplos y también con su espíritu de servicio, de atención a los demás, porque predicar engloba todo eso. O sea, que era un hombre que hacía, como le era propio por ser monje, mucha cartuja solitaria -qué duda cabe que por ser monje también haría mucha cartuja con los hermanos con una convivencia gozosa y apacible de verdadera célula de Reino de Dios-. Pero, por otra parte, y eso es lo sorprendente de san Columbano y que le distinguiría seguramente de los otros monjes, salía fuera y era un gran predicador con la palabra, con el ejemplo y con el servicio. ¡Qué hermoso es tener a san Columbano como patrón de nuestro apostolado precisamente por esas tres facetas que él tiene y que son tan queridas nuestras! No una sin las otras, no dos sin la tercera, no la tercera sin la primera. Las tres juntas, como él.
Y en el Evangelio mirad lo que dice. Le preguntaron unos que querían seguir a Cristo. Y mientras algunos discípulos con Jesús hacían camino, alguien, no de los discípulos -que bien sabían la respuesta- los oyó, oyó su predicación, les preguntó. En vez de decirle «yo te sigo», le dijeron: os seguiré por todas las partes del mundo, efectivamente, pero en otro Evangelio el texto está más claro, en el que le preguntan dónde mora para seguirle y quedarse con Él; y Jesús les responde: las zorras tienen sus cubiles, y los pájaros su nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reposar la cabeza. Es un Evangelio verdaderamente espléndido. Yo no sé por qué escogieron este Evangelio para san Columbano, pero sí que es un evangelio estupendo para nosotros en la festividad de san Columbano, nuestro patrón, porque si algo tiene de esencial lo que nosotros llamamos san Columbano, es el itinerario, el caminar, el no saber dónde reclinaremos nuestra cabeza al llegar la noche. Es el ser nómadas, apóstoles nómadas trashumantes de Cristo. Y nosotros preguntar dónde está la casa del san Columbano porque alguien quisiera seguirnos, venir con nosotros, y preguntar dónde mora la institución San Columbano. Pues no sabemos nada, porque no tenemos ningún sitio, ningún sitio es morada. San Columbano es permanentemente itinerante, de ahí que su morada sea un autobús, o su morada sea un barco. El autobús, decimos, un autobús de dos pisos, y ya nos parece muy bien que tenga dos pisos. Pero claro, este piso bajo está abierto a que la gente venga a comer con nosotros, a celebrar unas charlas, a celebrar una eucaristía, ese piso bajo a ras de suelo, poniendo unas lonas a los lados del autobús que hacen más grande, cartuja baja. La de arriba, que es una cartuja de convivencia. Y ¿Dónde está la cartuja solitaria, la cartuja de la soledad y el silencio? Al autobús le falta un piso. Pero ya habéis visto que, para celebrar San Columbano, alguno de los autobuses de dos pisos que hay por Barcelona lo pudieran dejar, alquilar, dárnoslo para dar un paseo esta tarde gozosamente por Barcelona. Un autobús de dos pisos. Lo difícil, lo imposible ha sido conseguir un autobús de dos pisos. No perdamos las esperanzas del primero. Ayer, cuando vine, me crucé por la autopista -cruzaba por el otro lado- un autobús de dos pisos de maravilla, con gente abajo, gente arriba, no de ésos que lo parecen, no, de verdad, todo, a lo largo, de matrícula alemana. Pues si los hacen ya de dos pisos así, pues quizá dentro de unos cincos años en que ya les hayan pasado un poco de tiempo nos los vendan. O sea que los hay. Ayer me crucé con uno sensacional, ancho, largo, muy hermoso.
De manera que, muy bien, buscamos un autobús de ésos de dos pisos, y cuánto nos cuesta, aunque sea de esos viejos para alquilarlos. Pues ¡Cuánto nos costaría un autobús de tres pisos! Eso sí que sería fuera de posibles sueños seguramente; no pasaría por ningún túnel, no pasaría por ninguna parte, no lo dejarían las leyes que tuviera más de 4 metros, que es lo máximo que está concedido.
Entonces, ¿Dónde está el tercer piso?
El tercer piso de soledad y de silencio es el barco de San Columbano. No son ajenos en absoluto los dos proyectos. Mientras no tengamos un autobús, no tengamos un barco, que es el tercer piso de soledad y silencio, pues no estará completo el San Columbano. El otro día tuvimos una reunión de capitanes, una cena en General Vives. Vino el capitán Companys, que nos llevó en su petrolero, en su gran petrolero, nos llevó a Juan Miguel y a mí en el verano del 62, el primer verano de la Casa, a Jerusalén, Tierra Santa, a Sion, y vino también el capitán Hostariz; con él fuimos a Rotterdam para tratar ya por primera vez, públicamente el proyecto San Columbano, con la base máxima del apostolado del Mar, que está en Rotterdam. Vino Trassierra, que ha sido nuestro capitán en San José de la Mar en Mallorca, en nuestro barco todo el tiempo; vino Rodríguez Martos, capitán que también está en Casa, diácono actualmente, que se formó en Casa, y gracias a nosotros tuvo esta vocación, y que es hoy el delegado episcopal del apostolado del mar en Barcelona. Hicieron un acto ecuménico al que asististeis alguno de vosotros. Bien, pues esta cena de capitanes tan cualificados, tan entrañablemente nuestros por estas razones que os digo, están soñando en poner San José de la Mar en el agua; no aquel barco, otro. Están con dos posibilidades. Es el tercer piso. No sé si empezaremos la casa por abajo o empezaremos la casa por arriba, ya se verá, la providencia de Dios es la que tiene que decirlo. Están entusiasmados para hacer esto, comprenden, lo ven.
Yo no sé si alguno de vosotros estabais el otro día en la sesión de ART -Área Vicente Puchol de Reflexión Teológica-, a ver que levanten las manos los que estaban, … ¡Uy, sí! Entonces recordaréis lo que dije allí. Lo voy a sintetizar para que los que no estaban sepan de qué va la cosa.
Cuando uno va en tren, lo que se mueve es el tren, lo que se mueve es uno dentro del tren, pero por la ventanilla, en cambio, cuando estamos sentados cómodamente, con esas vías nuevas que hace que parezca que el tren no se mueva, en cambio lo que pasa rápido es el paisaje, parece que es el paisaje el que pasa. Este efecto relativo es lo que nos pasa con el tiempo, en que el universo se mueve, nosotros nos movemos dentro del universo, y vemos que pasa el tiempo, pero claro, el paisaje no pasa, el paisaje está ahí, y los que nos movemos por el paisaje somos nosotros. El tiempo, ese movimiento del paisaje no existe, está quieto; el tiempo no existe, está quieto. Es la eternidad la que está, nosotros nos movemos por la eternidad, y por ese paso nos parece que existe el tiempo. Y claro la eternidad es infinita, e infinitos no hay más que uno, no puede haber dos, y la eternidad es Dios; Dios es el que es Eterno. Entonces, lo que ocurre es que el universo, como el tren, está moviéndose en Dios, y Dios pasa disfrazado del tiempo. El tiempo no es más que un disfraz de Dios, una apariencia de Dios: sabemos que estamos deslizándonos cariciosamente por Dios, acariciamos a Dios con nuestro movimiento, y Dios nos acaricia también a nosotros. No se puede ser panteísta diciendo que las cosas son Dios, el tren es Dios, no. Pero se puede ser panteísta del tiempo: el tiempo no es, lo que es: es Dios. Y Dios está entonces debajo sosteniendo todo esto que se mueve.
Pues bien, más o menos eso es lo que dije el otro día un poco más desarrollado quizá. Entonces, uno se puede bajar del tren, o uno se baja de tren y ya se queda, uno se muere, se baja del tiempo, se encuentra arrojado del tren, se encuentra ya en la eternidad, se encuentra en Dios. O bien uno, sencillamente, en una estación puede bajarse del tren. Cuando uno se encierra en la cartuja, bien encerradito, con siete llaves, en soledad y silencio, se detiene el tiempo. Cuando está verdaderamente solo, en silencio, ha dejado el reloj fuera, entonces, cuando toque la campana del jefe de estación ha de subir al tren, el tren se va. Cuando suene una campana, un despertador que yo pongo fuera hasta la siete de la tarde -ahora son las tres-, qué pasa, pues que el tiempo se detiene. En la soledad y el silencio uno baja del tiempo.
Nos decían en algunas preguntas que los capitanes me hacían, que si yo creía que los que fueran en el barco podrían hacer algo de verdadero apostolado activo con los marinos. Yo les dije si ellos creían que los marinos, cuando están en el mar, que trabajan y luego vuelven, que en el fondo están en tierra -tienen sus ahorros en el banco, tienen sus hijos y su familia en tierra, las preocupaciones de cómo educar a los hijos, que puedan estudiar y saquen buenas notas, están en tierra…-, es decir, ellos dicen que el marinero, aunque esté en el mar, todo su corazón está en tierra, y por lo tanto más se puede hacer apostolado en tierra que en el mar. Y les decía yo que ellos veían muy normal que desde la tierra se haga apostolado con la gente del mar. De acuerdo. Y yo les pregunté si no habían pensado que también podía ser al revés, que desde el mar se haga apostolado con la gente de tierra, viniendo del mar, viniendo de la soledad y del silencio del mar, y entonces, recorriendo la tierra en el San Columbano de tierra, ¿no creen que desde el mar les puede venir un mensaje maravilloso a los de la tierra, a los que -sí, como son marineros- terrenos, a los terrenos, nos les puede venir un maravilloso mensaje desde el mar de soledad y silencio, mejor dicho, fraguado en la soledad y el silencio del mar, llegar a la tierra para que se fecunden muchos?
Por eso diría, y termino, que antes que vayamos por el San Columbano de tierra para esparcir lo que queramos decir por el mundo, escucharlos, antes hemos de estar mucho en el tercer piso de nuestro San Columbano. Si no, ¿Qué vamos a decir luego, qué semilla les vamos a dar? Hemos de estar mucho en el tercer piso del San Columbano, que es el barco, en soledad y silencio en medio del mar, con la música maravillosa del rumor del agua, debajo del cielo estrellado maravilloso o nuboso. En la soledad del mar, en el San Columbano del mar, tercer piso de nuestro sueño “columbanesco” para luego convivir gozosos y bajar y recorrer el mundo, sin tener donde morar la cabeza ni en el mar ni en el mundo, a compartir lo que, en esos ratos de soledad y silencio, que es bajarse del tiempo, Dios nos haya puesto en el corazón.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía de 23 de Noviembre de 1985 en la Universidad de Barcelona